La violencia de género afecta cada año a miles de mujeres, de distintas edades y estratos sociales. La Ley Nacional Nº 26485 (del año 2009), clasifica las distintas modalidades en la que se materializa dicha violencia y llama "violencia doméstica" aquella ejercida por un integrante del grupo familiar que dañe la dignidad, el bienestar, la integridad física, psicológica, sexual, económica de la mujer.
La misma ley, en su artículo quinto, especifica los distintos tipos de violencia: agresiones físicas (golpes, empujones, patadas, quebraduras); violencia verbal y psicológica, que hiere la dignidad y provoca desvalorización, humillación, y angustia (intimidación, menosprecio, amenazas, conductas de control, manipulación, aislamiento, insultos); violencia sexual (obligar a la pareja, por medio de un acto forzoso a tener relaciones sexuales); violencia económica que tiende a producir un menoscabo en los recursos económicos (control, limitaciones de los ingresos/salarios, sustracción de bienes y derechos patrimoniales).
Aunque no todas las mujeres sufren todos los tipos de violencia, es muy común que se den de forma conjunta teniendo un denominador común: "el control y la dominación" como característica central de este tipo de violencia. Ahora bien, una mujer que sufre este tipo de violencia, va desarrollando una respuesta ante el estrés, que le permite desarrollar la "tolerancia al maltrato". Es decir, paulatinamente la victima los va normalizando y naturalizando, adquiriendo la creencia de que "quizás, se merece ser tratada de esta manera".
Esta condición de indefensión propia de toda víctima, se consolida gracias a las grandes habilidades del agresor, de manipularla menoscabando su autoestima. Alejada de toda su familia, de sus amigos y de toda actividad laboral y económica, la mujer comienza a creer que no podrá salir de este vínculo, y si lo hace, el costo que deberá pagar, muchas veces es la muerte. Este escenario vincular, se complejiza cuando la pareja tiene hijos, no solo porque las agresiones siempre tienen una escalada que va en aumento, no solo en la gravedad de las agresiones y en su frecuencia, sino porque de ser un tipo de violencia de género, luego se transforma en violencia familiar. Los hijos pasan se ser testigo a victima directo de las agresiones.
Existen indicadores de riesgo, como son las adicciones, la falta de empleo y de recursos económicos, la inestabilidad habitacional, la falta de recursos académicos/intelectuales, la cronicidad del vínculo, el uso de armas, intentos de suicidios, entre otros. Si bien la violencia física pude llevar al femicidio, se considera que la violencia psicológica conduce consecuencias devastadoras para la salud mental de la víctima.
En la actualidad, existen innumerables instituciones que ayudan a mujeres víctimas de este tipo de maltrato. La ley nacional provee un protocolo de intervención inmediata y existen tratamientos psicológicos, tanto para la víctima como para el agresor, que tienen como principal objetivo, tratar la salud mental y emocional de los implicados. La mujer específicamente deberá, en su proceso terapéutico desarrollar habilidades asertivas que le permitan reintegrarse a su contexto laboral, retomar los vínculos afectivos (familiares, amigos), mejorar su autoestima. Descubrir su autonomía, tomando conciencia del vínculo patológico que vulnero sus derechos, construir un proyecto de vida funcional, satisfactorio que le permita mejorar su calidad de vida. Y, sobre todo, que ella pueda denunciar a su pareja, para que la Justicia pueda intervenir emitiendo medidas de protección tanto para ellas como para sus hijos.
Es de suma importancia acompañar a las mujeres víctimas de este tipo de violencia, no se encuentre aislada socialmente y que recibirá toda la contención afectica de sus familiares y amigos. Si bien no es fácil salir de este tipo de vínculos, será necesario tanto para ella como para sus hijos.
(*) Psicóloga Cognitivo Conductual, diplomada en Terapia de Pareja y Familia.
Atención para mujeres en situación de violencia
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