Jueves 21.12.2023
/Última actualización 4:50
Uno de los modestos privilegios que me permito a esta altura de mi vida es visitar la ciudad de Buenos Aires. Y así la designo, porque la denominación CABA me parece sencillamente horrible y una afrenta lingüística a la ciudad que mereció ser halagada con el título de Reina del Plata, y cuyos ciudadanos mayoritariamente se han permitido la licencia poética de no permitir ser gobernados por las versiones ramplonas y guarangas de nuestro populismo criollo. Una vez cada dos meses me instalo en mi departamento del porteñísimo barrio de Almagro y me dedico a lo de siempre: recorrer librerías, cines, salas de teatros y frecuentar mis bares preferidos, oficio del que modestamente me considero un eximio maestro, oficio exigente que se adquiere a lo largo de horas, semanas y años, acompañado de diarios, libros, amigos y también en taciturna y ascética soledad. Quien no sabe apreciar la penumbra de un bar o la luz que llega desde un ventanal que da a una avenida o a una calle con adoquines; quien no sabe disfrutar de la soledad de una mesa que, como dijera Discépolo, nunca pregunta pero saben escuchar; quien no registra en su memoria una de esas frases que lo van acompañar toda la vida y que solo en un bar se pronuncian, es porque su sensibilidad ha perdido una de las experiencias que más nos reconcilian con la vida.
También en Buenos Aires asisto a citas, a reuniones que poseen un singular encanto. Este lunes, por ejemplo estuve en el salón de Max y Cecilia. Max Cernadas es diplomático de carrera y la distinción de sus modales, esa elegancia discreta que no ostenta pero está presente, ese tono de voz y esas frases moduladas con esa cadencia que otorga un lenguaje alejado de la retórica engolada y presuntuosa, son los rasgos que lo distinguen. Cecilia Scalisi, su esposa, es crítica musical y las lecturas de sus columnas en La Nación son una notable síntesis entre saber y estilo. Desde hace dos años asisto a las tertulias celebradas en el salón de calle Paraguay, muy cerca de avenida Callao. Siempre hay un expositor calificado y un debate abierto. Allí conocí a Bruno Gelber, a Félix Lonigro, a Daniel Sabsay. Allí la escuché cantar a Daniela Tabernig, santafesina y esposa de mi hijo. Alli celebramos el cumpleaños de Juan José Sebreli acompañado de Beatriz Sarlo y Fernando Iglesias, entre tantos. En el salón de Max y Cecilia comparto novedades, opiniones, incluso diferencias con María Sáenz Quesada, Daniel Santoro, Maximiliano Guerra, Liliana de Riz, Silvia Plager, Jorge Ossona, Sandra Pitta, Guillermo Yanco, Luis Brandoni, Jorge Fernández Díaz… son tertulias. Tertulias con el estilo ilustrado y liberal de aquellas otras que alumbraron la gesta de la independencia, abrieron espacios a las nuevas ideas y afirmaron los valores republicanos de la libertad.
Este lunes se convocó para un brindis de despedida de año. Levantamos las copas y cumplimos con los protocolos del caso, aunque fiel al estilo de la casa, la política, en el sentido más noble de la palabra, estuvo presente. Siempre lo está. Las recientes elecciones, los interrogantes del presente, del futuro y también del pasado. Las inquietudes, las esperanzas. Y también el ejercicio de la crítica contra quienes amenazan las libertades, violan los derechos humanos, abusan del poder. Esa noche el invitado de honor fue el cantante lírico Christian Peregrino, el mismo que debió peregrinar por los lodazales y las cloacas de la prepotencia y el abuso del poder propiciado por los serviles de turno, por los aferrados a los sillones con la codicia de un pirata y por esa canalla insignificante y despreciable que solo adquieren identidad cuando se saben protegidos por el mandamás de turno y el anonimato.
Remember. Teatro Colón, 17 de noviembre a la noche. Ópera de Giacomo Puccini: "Madame Butterfly". Javier Milei y su novia asisten a la función. Un sector del público, minoritario dicho sea de paso, inician la faena que mejor saben hacer, que disfrutan con sensualidad de patoteros o de chusma canalla: el escrache. Nada nuevo bajo el rabioso sol o la anémica luna populista. "Milei, basura, vos sos la dictadura", regurgitaban los herederos del pacto sindical- militar, de la amnistía a los terroristas de Estado, del indulto a los asesinos, los que consintieron que sus jefes tomen el té de las cinco de la tarde con el almirante Emilio Massera en algún coqueto salón de París. Pero no concluyó allí la comparsa mazorquera. A la bacanal se sumaron algunos músicos de la orquesta y algunos cantantes del coro. Y se sumaron manteniendo una crapulosa lealtad con sus mitos, es decir, se sumaron incorporando al repertorio los acordes de la Marcha Peronista. Son tan previsibles que a veces más que inspirar repulsa, inspiran pena.
Christian se enteró esa misma noche del papelón que protagonizaron algunos de sus colegas. Y por supuesto, puso el grito en el cielo. Sencillo. En el teatro Colón como en cualquier institución donde se honre la música, el foso y el escenario son sagrados. Los imbéciles que creían insultar y burlarse de Milei, en realidad estaban insultando y burlándose de Enrico Caruso, de Claudia Muzio, de Plácido Domingo, de Birgit Nilsson, de Luciano Pavarotti, de María Callas, de Arturo Toscanini, de Maia Plisetskaya, de Rudolf Nureyeb, de Martha Argerich… de todos y de cada uno de los artistas que honraron a la música con su inspiración, talento y sensibilidad. Pero los muy imbéciles creían que estaban en Sierra Maestra o en la Unidad Básica "Cristina capitana", combatiendo al capital. "Perón, Perón, que grande sos, sos el primer trabajador".
Christian Peregrino se limitó a preguntar si los responsables de esa provocación y adefesio serían sancionados. Para qué. Menos averigua Dios y perdona. Fue como si hubiera pateado un panal de avispas. Se le vinieron al humo. "Habrase visto violencia, barbarie y alevosía...", canta Violeta Parra. Por supuesto, lo insultaron, lo ningunearon, lo amenazaron con las brasas más calientes del infierno… y como broche final le sacaron tarjeta roja. De todos modos, como hasta en los percances más promiscuos algo se aprende, en la ocasión nos despabilamos que el director del Teatro Argentino de La Plata es el hermanito de Tristán Bauer. Lo que se dice, kirchnerismo de alta escuela: el poder se comparte y se reparte en primer lugar con los parientes. Detrás del hermanito de Tristán estaba la señora Florencia Saintout. Sí, la misma. La misma que distinguió con el Premio Rodolfo Walsh al periodismo a Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales y la nunca bien ponderada Cristina Kirchner. No les quedó nadie en el tintero. Y espero que nadie le sugiera un homenaje a Alfredo Stroessner, Anastasio Somoza y Leónidas Trujillo, porque compran a libro cerrado y porque, si de lo que se trata es de honrar a los íntimos amigos del general, ellos están siempre dispuestos. Pues bien, esta gentuza es la que sancionó a Peregrino, lo declaró persona no grata y, claro está, no interpretará el "Réquiem" de Giuseppe Verdi. Como para que ninguna flor falte en el ojal, lo calificaron de gorila, cipayo y vendepatria. Y, además, desagradecido, porque el hermanito de Bauer lo había convocado sabiendo que no era peronista. Conmovedor. Uno de los cantantes líricos más reconocidos, debería estar agradecido porque a pesar de no conocer la letra de la Marcha Peronista, ellos, que son tan generosos y magníficos, concedieron darle un lugar en el coro. Buenos muchachos.
Mi excursión porteña concluyó en otro salón donde se reunieron los amigos del Club Político Argentino, institución que me soporta como socio desde hace diez años. Siempre lo digo: que un grupo de ciudadanos de diferentes procedencias políticas, culturales y sociales se reúnan para deliberar acerca de las sinuosidades y laberintos de la política, manteniendo como exclusivo punto de acuerdo las virtudes de la república, la libertad y la democracia, es un notable y esperanzador acto civilizatorio y una apuesta a que la política puede ser una gesta honorable. Si esto, además, va acompañado de "un vaso de bon vino" para despedir el año que se va, más algunos toques de humor en un país y en un mundo en el que las cosas parecen no estar para broma, puede decirse que la vida sigue siendo, a pesar de todo, una experiencia interesante.