Enfrentarse a la enfermedad es algo que ninguno de nosotros desea pero cuando llega, nuestra forma de ver la vida nos ayuda a encontrar una cura. No dejemos que el miedo nos domine y abracemos la fe.
Enfrentarse a la enfermedad es algo que ninguno de nosotros desea pero cuando llega, nuestra forma de ver la vida nos ayuda a encontrar una cura. No dejemos que el miedo nos domine y abracemos la fe.
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Mi vida es una tormenta a punto de estallar, en este mediodía caluroso. Arturo pela una naranja, Julieta está inmersa en su celular, Sergio sigue el resumen del partido en la televisión. Finalmente, decido romper el silencio. La noticia que voy a compartir es demasiado pesada para posponerla más.
- Tengo cáncer de mama en grado dos (digo, lanzando la bomba sobre la mesa).
El tiempo parece detenerse, las conversaciones se apagan de golpe y mi voz adelgaza su tono hasta apagarse como una radio mal sintonizada.
- Hace veinte días, mientras me duchaba, encontré un bulto que antes no había notado.
Al principio, pensé que podría ser una inflamación. Igual decidí consultar a mi ginecólogo. Tras una mamografía y una biopsia, el diagnóstico es claro: cáncer de mama en Etapa 2. Por un rato nos quedamos callados, cada uno en su propio silencio, en su propia inmovilidad.
La desesperación se asoma a la comisura de los labios, a la humedad de los ojos, a las aristas de la cara, es una manifestación cruda de la desesperanza. Sergio, incapaz de contener el dolor, me abraza con fuerza, sus sollozos entrecortados resuenan en la habitación.
Julieta y Arturo devastados caen al suelo, la piel de sus manos parece fundida con la cara. El miedo palpable llena el aire. La palabra cáncer es una sentencia cruel, una sombra oscura sobre nuestro futuro. Los miro, he perdido tantas cosas en la vida que ahora tengo pánico de perderlo todo. Impulso la voz hasta situarla en un tono distinto, más calmado.
- El médico recomienda una mastectomía para eliminar el tumor y reducir el riesgo de propagación, la cirugía debe realizarse lo antes posible.
El día de la cirugía siento una mezcla de nervios y alivio, sé que es el primer paso hacia mi recuperación, aunque el peso emocional de perder una parte de mi cuerpo es abrumador. Al entrar al quirófano, estoy tranquila, como si la esperanza pudiera superar el miedo. La anestesia se desliza sobre mí, llevándome a un sueño profundo y sin preocupaciones.
Despierto en la habitación, ahí está Sergio, su presencia es un ancla en medio del caos. Durante las siguientes semanas, tengo sesiones de quimioterapia, un desafío adicional que pone a prueba mi fortaleza. El médico menciona la posibilidad de una reconstrucción mamaria, pero decido darle tiempo a mi cuerpo para sanar y a mí misma para aceptar esta nueva realidad.
Al mirar mi reflejo en el espejo, el cabello caído, siento que soy una flor marchita, la cicatriz devuelve una imagen fría y dura. La ausencia de una mama es un recordatorio constante de lo que he perdido. el llanto ensucia la garganta y tapona la nariz . "¿Cómo voy a seguir adelante?" pienso, sintiendo que una parte de mi identidad se ha desvanecido.
Cuatro meses después de terminar la quimioterapia, llego a casa, los trámites en la obra social son agotadores. Sobre la cama dejo el pañuelo que cubre mi cabeza, acaricio la calvicie, siento la piel áspera bajo las manos, es el primer indicio de crecimiento del cabello.
- ¡Sergio, está creciendo el pelo!
El verbo volver aligera los tiempos, va conquistando el pasado por un sendero inverso. Las cicatrices físicas y emocionales están ahí, pero ya no son el centro de mi existencia, el dolor no define quién soy, sino cómo decido enfrentar cada desafío, la enfermedad me arrebató algo importante, pero me dio algo más valioso... una nueva perspectiva.