Viernes 9.8.2019
/Última actualización 21:08
Un periodista de 1818 tenía la misma sensación de que no le alcanza el tiempo que uno de hoy. Cada uno de nosotros puede convertirse en un medio de comunicación. El hijo de Marley tiene más seguidores que Clarín. Los medios han perdido credibilidad, justo en el momento en que necesitan tener aún más de la que tenían antes. A veces, el Poder Judicial no entiende cómo funciona el periodismo.
Cualquiera de estas afirmaciones de Fernando Ruiz podrían ser un título, que cumpla la función de “llamador” y que a la vez representen el interrogante central que presidió la charla de El Litoral con el periodista, docente e investigador en comunicación, y también su último libro, Cazadores de noticias: para dónde va el periodismo. Algunas de las respuestas posibles están en la búsqueda que supone esa obra, y también -tentativamente- en esta entrevista.
—¿A qué apunta Cazadores de noticias?
—Ha sido muy interesante para mí trabajar eso. Porque el objetivo era ver para dónde va el periodismo. Es algo que todas las redacciones se están preguntando, frente a este cambio brutal de ecosistema (que no es el primero, es el sexto en 200 años). Mi intención era tratar de encontrar formas de entender la historia, para saber qué es lo que está cambiando y qué permanece igual. Y de esa forma, tratar de entender cómo puede ser el futuro. Entonces, la unidad de análisis fue un día en la vida de un periodista, en seis momentos históricos diferentes; años que marcaban un cambio de época, y en los que también hubiera un ecosistema de medios justo a punto de ser desplazado por el que viene después. Así, 1818 es el año de la batalla de Maipú; 1871 es el año de la fiebre amarilla en Buenos Aires, una epidemia conmocionante donde murió el 15% de población, terminó con la Buenos Aires colonial y construyó la Buenos Aires moderna; en 1919 ocurrió la Semana Trágica y el Tratado de Versalles; 1943 está en plena Segunda Guerra Mundial y además en Argentina, Perón comienza su vida política con el golpe de Estado; en 1989 es el año de la hiperinflación, es el año de los saqueos, gana Menem y es el año donde está reinando la televisión, pero asomaba Internet. El último año que tomo es 2018, porque es como el cierre, en Argentina siempre pasan cosas extraordinarias igual.
—Uno tiende a pensar que es más lo que cambió que lo que permaneció...
—No, hay elementos constantes. Por ejemplo, la sensación de velocidad permanente. Un periodista de 1818 tenía la misma sensación de que no le alcanza el tiempo que tenemos hoy en las redacciones. Otra cosa permanente es que el periodista sabe que la audiencia sabe que tiene que consumir información de interés público, pero no es algo que la entusiasma mucho. Es decir, que la información de interés público es de consumo semivoluntario. Por lo tanto el periodista tiene que construir una estructura de atención para que esa información pueda ser entretenida. De alguna forma es como el brócoli. Vos tenés que darle brócoli a la gente para comer, que es bueno, pero es aburrido; tenés que ponerle muchas cosas para que guste. Lo mismo pasa con la información. Y es el mismo problema que tenía Joaquín Alvarez en 1818 y lo tienen los editores digitales de hoy.
—La tensión que se da es porque no coincide lo que uno como periodista considera que es necesario y lo que la audiencia realmente tiene deseos de consumir.
—Eso ha sido siempre así. Nuestra estructura de atención va hacia lo que es más entretenido, se va hacia eso. Por eso, siempre parte de la expertise básica de un buen editor es cómo conducir de forma entretenida hacia la información de interés público. Cuando se estructuraron los noticieros, las cadenas radiales, se tuvo que tomar en cuenta eso. Cuando se publicaban novelas por entregas en los diarios, era para captar la atención y poder dar la información política. Por eso, grandes novelas empiezan a darse en los periódicos: Una excursión a los indios ranqueles, Facundo (de Sarmiento), La Cautiva.
—Da la impresión de que antes existía un imperativo, moral o cívico, que hacía que la gente se sintiese de alguna manera obligada a estar informada, estar enterada de lo que pasaba. Y que ahora eso no se da en esos términos.
—Ése es un concepto importante; el concepto del deber. Entonces, yo quiero ser un buen ciudadano, y parte de mi dieta para serlo es tener una dedicación especial a la información de interés público. Eso va variando, tiene momentos cíclicos. Yo creo que hay una especie de “círculo azul” en la sociedad. ¿Viste que se habla del “círculo rojo”, que son los sectores que influyen sobre el poder? Bueno, creo que hay un “círculo azul”, que uno puede encontrar incluso en sus grupos de familiares o amigos. Están aquellos que tienen una relación seria con la información, y otros que son capaces de hacer cualquier comentario y creerse cualquier cosa. Y no depende de su educación formal. Puede ser un gran profesional, pero tener una relación poco seria con la información. En cambio, hay quienes sí la tienen. Y ellos conforman el “círculo azul”, y son el público de los medios de comunicación. Y funcionan a la vez como líderes de opinión.
—Los cambios producidos por los avances tecnológicos, las nuevas plataformas, el imperio de las redes, ¿son sustanciales o meramente formales?
—Hay cambios sustanciales, por supuesto. En primer lugar, antes de la transformación digital, para que una empresa, un político, un grupo social, un dirigente de lo que sea se hiciera conocido, tenía que pasar por los medios: los medios “mediatizaban” todo lo demás. Hoy por hoy ya no es necesario, hay vías alternativas para hacer públicas las cosas. Y en gran medida los medios son mediatizados por las audiencias, que son las que comparten la información, y muchas veces la envían con comentarios que contradicen lo que publicó el medio. Por lo tanto, hay un proceso importante de marginalización del periodismo. No quiere decir que el periodismo no tenga influencia, la sigue teniendo. Pero a lo mejor no tanto en la visibibilidad de las personas, o las marcas, o los políticos, sino en la reputación. No tanto en que alguien sea conocido, sino en cómo es conocido, si tiene buena o mala fama. En ese plano, siguen siendo una instancia de legitimación.
—Cuestión que se aplica también a las noticias como tales, en este contexto de fake news, de incidencia a través de las redes.
—Efectivamente. Tienen un sello especial las noticias a través de los medios tradicionales. Pero también, como ocurre en el ecosistema digital, medios alternativos o usuarios muy activos logran una influencia poderosa en la escena pública. Los medios tradicionales tienen una competencia enorme: cada uno de nosotros puede convertirse en un medio de comunicación. El hijo de Marley tiene más seguidores que el diario Clarín.
—Uno imagina el rol de los medios a través de iniciativas como Reverso, Chequeado, o también ponerse por encima de los embanderamientos.
—Claramente hay un replanteo fuerte. Porque en este ecosistema digital, en primer lugar, para ser escuchados en este espacio, los medios tienen que producir un shock de credibilidad. Tenés que tener una singularidad muy alta. Hay muchas voces, por lo tanto te tenés que ganar con más esfuerzo que antes la relevancia. Y esa singularidad se tiene que buscar a través de una altísima credibilidad. Justamente en un momento en que los medios, por distintas razones, han perdido credibilidad; justo en un momento en que necesitan tener aún más de la que tenían antes.
El costo que tiene esta democratización que surge de la aparición de voces nuevas, es que la capacidad de los medios de tener un alcance mayor, es menor. Es un momento de gran confusión de voces, de gran ruido. Para poder sobresalir es necesaria una credibilidad muy reforzada, y a los medios les está costando encontrar esos procesos. Y esa credibilidad reforzada implica, entre otras cosas, convertirte en una especie de muralla, una fortaleza contra las fake news. Pero eso es inevitable que tenga fracasos. Porque por el propio trabajo del periodismo, que utiliza procesos de información precaria, que está en permanente desarrollo y que debe ser asumida con poco tiempo, no hay ninguna posibilidad de no equivocarse. El error no es un problema ocasional: es permanente. Hay que aceptar eso. Y lo que hay que hacer no es negar el error, sino blanquear un sistema de corrección permanente. Y todavía estamos en la etapa de la negación del error. Los medios argentinos no tienen todavía un sistema público permanente de corrección de errores.
—Otra vez, el imperativo de la velocidad como condicionante.
—Si uno está contando las cosas a medida que suceden, son inevitables los errores. Desde los que pueda haber en datos menores, de nombres o palabras, hasta de enfoque. Como periodistas estamos en un continuo proceso de ajuste, a medida que vamos conociendo mejor aquello de lo que hablamos. Y ese proceso de ajuste es también un proceso de reconocimiento de que antes nos estábamos equivocando. Es lo necesario frente a este escenario de las fake news, y además frente al proceso acelerado de distribución que facilitan las plataformas tecnológicas, que han democratizado el escenario público, pero que también por la misma razón le dan voz a personas malintencionadas, o a otras bienintencionadas pero sin capacidad de verificar la información. Muchas veces las fake news son bienintencionadas, están alentadas por la esperanza, no por la perversión o la maldad.
Así que a mí me parece clave ese concepto, que en estos momentos donde se necesita un shock de credibilidad tan alto, es necesario reconocer que el error es un compañero permanente de la actividad del periodista.
—¿Cuáles son los principales peligros o amenazas al periodismo hoy en la Argentina?
—Yo creo que la principal amenaza sigue siendo encontrar formas de financiamiento de los medios que no permitan desarrollar el periodismo profesional. Que hagan que las redacciones sean corralitos demasiado estrechos, donde no se pueda desarrollar el periodismo profesional. Porque eso es nefasto para el periodismo, pero también para la democracia.
—La relación de los periodistas con las fuentes es siempre un tema nodal. A la luz del caso Daniel Santoro, ¿cómo evita el periodista ser usado, o incurrir en prácticas riesgosas, pero que entiende parte de su trabajo?
—Santoro es sin duda uno de los mejores periodistas argentinos, que tuvo una relación de fuente con un estafador, D’Alessio, que como todo estafador es una persona con gran capacidad de relacionamiento -que creo que es la principal característica de un buen estafador- y de alguna forma, entró en algún círculo de amistad de Santoro. En la historia hay periodistas que se han “casado” con sus fuentes. Y los periodistas han tenido relación permanentemente con los servicios de inteligencia. El caso famoso de los Papeles del Pentágono, Daniel Ellsberg era funcionario de la secretaría de Defensa. En el Watergate, Mark Felt -por entonces conocido como “Garganta Profunda”- era directivo del FBI. Edward Snowden era un funcionario de Defensa. Bradley Manning (actualmente Chelsea Manning, que impulsó la filtración de datos del Wikileaks)) era funcionario del Ejército. Así que, en una sociedad democrática, la relación de los periodistas con funcionarios de Inteligencia es permanente. Son áreas que, por definición, son acumuladoras de información. Que es lo que buscan los periodistas.
En el caso de Santoro hubo un aprovechamiento de parte de D’Alessio de la relación que obtuvo con él. Santoro lo que hacía, y lo que hace siempre, es buscar la mejor información. Tomaba la información, chequeaba lo que le daba D’Alessio y publicaba. Pero la pretensión o la sugerencia de que Santoro espiaba o formaba parte de un chantaje es totalmente absurda, y no hay ningún indicio de que eso fuera así. Hacía un trabajo periodístico. Por supuesto, no se daba cuenta de todo lo que hacía D’Alessio, que es un gran estafador. La amistad que de alguna forma D’Alessio logró tener con él, la usó para traicionarlo. Y a través de él llegar a funcionarios judiciales. La amistad traicionada es un veneno. Pero Santoro es la víctima, no el victimario.
—Eso pasa cuando desde el Poder Judicial no se entiende el funcionamiento del periodismo y se considera que el periodista forma parte de una asociacion ilicita. Y cuando en este caso, como en otros, se analiza las conductas que tuvo el periodista: hacer una entrevista, tener diálogo con distintas fuentes. Ni más ni menos que actividad periodística.
Ruiz es profesor e investigador en periodismo y democracia e historia de la comunicación en la carrera de Comunicación de la Universidad Austral. Es doctor en comunicación pública por la Universidad de Navarra, España. Es autor de “El señor de los mercados. Ámbito Financiero, la City y el poder del periodismo económico de Martínez de Hoz a Cavallo” (2005); y “Guerras mediáticas. Las grandes batallas periodísticas desde la Revolución de Mayo hasta la actualidad” (2014), entre otras obras, y ha brindado cursos y conferencias en Europa, Estados Unidos y América Latina. Además, es cofundador del Foro de Periodismo Argentino (Fopea).