Domingo 18.8.2019
/Última actualización 11:28
“Un cuarto de siglo permite tener una mirada no solamente respecto de las cláusulas, los artículos, lo que anduvo bien, lo que no, lo que se hizo, lo que falta hacer, sino también sacar algunas conclusiones más allá de lo estrictamente técnico y jurídico. Una enseñanza para todos es que en 1994, en la reforma, se suspendió la grieta. Es decir, antes había enfrentamientos, y después los hubo. Sin embargo, en esa ocasión se la pudo superar. Ahí estaba la derecha, la izquierda. Alfonsín y Rico, que habían sido parte de un episodio que había puesto en vilo a toda la sociedad en cuanto a la mantención o interrupción del gobierno democrático. Sin embargo, pudieron convivir, más allá de las diferencias. Conservadores, progresistas. Todos con representatividad política, con recelos, con desconfianzas. Pero fueron superados por la voluntad común de buscar consensos”.
En esos términos lo resume y lo explica Horacio Rosatti hoy, en un extenso diálogo con El Litoral en su casa de Santa Fe. Y añade que “cuando juramos el texto constitucional en Concepción del Uruguay fue una fiesta cívica, y estábamos todos, salvo los dos convencionales que se habían ido el primer día. Y todos juramos con mucho entusiasmo”. Y recuerda que todavía hoy los juristas participantes -a los que otorga una calidad “superlativa”, en todos los partidos que la integraron- se reúnen en el círculo de ex convencionales. Y menciona a Graciela Fernández Meijide, Elva Roulet, Enrique Paixao, Alberto García Lema, Antonio Hernández, Eduardo Barcesat, Ivan Cullen, Carlos Caballero Martín. “Me gusta mucho que el Círculo de Convencionales también ha tenido, desde su misma sede, una cierta impronta de funcionamiento en la ciudad de Santa Fe. Eso Santa Fe no lo ha perdido”, añade.
-Es curioso que hoy se reinvindique lo que en su momento se vio como el pecado de origen, o lo más cuestionado: un acuerdo político, un pacto que permitió la reforma. Cosa que hoy parece impensable.
-Eso también me motiva una reflexión. Más allá de los contenidos, con los que uno puede estar más o menos de acuerdo. Pero al acuerdo político previo yo lo defiendo cada vez más. Porque una Convención Constituyente no puede ser un salto al vacío. Y es un salto al vacío si la gente vota convencionales que no sabe qué van a votar. O, como ha ocurrido, que después de constituida la convención, se declare soberana y modifique lo que le parezca. Entonces, yo digo: la relación entre los poderes del Estado, si la forma política va a ser presidencialista o parlamentaria, el modo de designación de los jueces, la relación entre lo religioso y lo político... A todo eso ¿se lo vamos a dejar a un grupo de convencionales para que haga lo que le parezca o previamente vamos a decir “nosotros queremos esto, o esto otro”.
-Que se discuta en la sociedad, y que después la elección de los convencionales constituyentes sea una especie de plebiscito previo a lo que después se va a tratar. Entonces, lo que se vio como algo negativo al momento de la valoración del Pacto de Olivos, yo lo veo hoy como algo muy positivo. Con el siguiente agregado: al Pacto de Olivos se lo identificaba con la idea de que “lo único que acá importa es la reelección del actual presidente”. Y yo estaba convencido en ese momento de que la reelección del entonces presidente iba a ser un episodio, breve, que se iba a agotar con que ese presidente fuese reelecto, si lo era. Y después iba a quedar como una anécdota. Y hoy, la verdad, es una situación menor. Pero quedaron constitucionalizados el amparo, el habeas corpus, los derechos de usuarios y consumidores, del medio ambiente. Es decir, quedaron una serie de derechos y de instituciones que son las que hoy, mal o bien, nos rigen. Y lo otro quedó como una anécdota. Que se terminó cuando hubo un intento de re-reelección.
Archivo El Litoral El objetivo común de buscar el mejor acuerdo posible fue la llave para superar recelos, desconfianzas e incluso enfrentamientos, evalúa hoy Rosatti.El objetivo común de buscar el mejor acuerdo posible fue la llave para superar recelos, desconfianzas e incluso enfrentamientos, evalúa hoy Rosatti.Foto: Archivo El Litoral
-La pretensión de que la asamblea se declare soberana, o la posibilidad de que fracase, estuvieron presentes en el ’94. ¿Pudo haber pasado algo de esto?
-Declararse soberana no. El gran debate era si el Núcleo de Coincidencias Básicas podía desarmarse, si el consenso que dio origen a la reforma podía desarmarse, y los temas que estaban indicados para ser tratados y votados en conjunto, podían desarticularse y votarse uno a uno. Hubo un tema, que fue el de la determinación del momento en que comienza la vida humana, que planteó la cuestión de si estaba o no habilitado. Yo conversé mucho este tema con Raúl Alfonsín porque, como diría Borges, por una serie de equivocaciones terminé siendo vicepresidente primero del bloque mayoritario (se ríe). Y él me dijo “vea doctor, si hay un planteo con este tema, que no está habilitado, más allá de la opinión que cada uno pueda tener, la convención se parte al medio”. Y tenía razón. Fue la única situación en la que se planteó esa duda, si podíamos o no hacer cualquier cosa. Y no se podía.
-Es notable también que ese tema haya terminado de estallar en el escenario público justo 25 años después (o 24).
-Sí, ésos temas que tiene que tratar la sociedad, que tiene que debatir el pueblo, y que tienen que resolver sus representantes. No es lo mejor que esto termine siendo resuelto por la Justicia, por un juez, por tres o por cinco. Esto tiene que ser debatido, profundizado, que hablen todos los sectores, que se vea cuál es la realidad jurídica, que se instrumente la norma jurídica que la mayoría plantee y después esto pueda ser aplicado. Pero bueno, esto significa participación. Y en la reforma de 1994 hubo muchos mecanismos de participación que no se han utilizado adecuadamente hasta ahora.
El rango del jefe de Gabinete
-Una gran discusión que se dio entonces es qué pasó con el presidencialismo. ¿Se atenuó con la figura del jefe de gabinete, se fortaleció con la constitucionalización de los decretos de necesidad y urgencia?
-Yo creo que no cambió mucho. Pero además, porque había dos posiciones muy claras ahí. Yo no tenía confianza en que la figura del jefe de gabinete, como terminó siendo votada, atenuara la responsabilidad política del presidente. Sí su actividad administrativa. Alfonsín tenía clara una idea de que el poder había que repartirlo entre el Ejecutivo y el Congreso. Y su jefe de gabinete lo era al estilo de los parlamentos europeos. De modo que, cuando hubiera una crisis política, su renuncia pudiera oxigenar el sistema. La posición mayoritaria, que triunfó, la del justicialismo, era otra. Atenuar la actividad presidencial era sacarle un poco de trabajo al presidente, hacer una diferenciación entre lo político y lo administrativo. Que el jefe de gabinete fuera más bien un primus inter pares entre los ministros, un ministro coordinador. Si lo quisiéramos representar gráficamente, Alfonsín quería un jefe de gabinete que estuviera a mitad de camino horizontal entre el presidente y el Congreso. Y el peronismo pensaba que tenía que estar en una situación vertical en medio del presidente y los demás ministros. Ésto es lo que terminó saliendo.
-De todos modos, se discutió mucho.
-Sí, se discutió, porque había matices sobre cómo debía estar redactado lo que finalmente fue el artículo 100, y por ende el 99, que son las atribuciones del presidente y del Jefe de gabinete. Ahí estaba este debate. Porque Alfonsín tenía la obsesión de que todos los presidentes democráticos llegaran al final de su mandato. Él había quedado muy marcado con su experiencia personal. Y entonces pensaba en un jefe de gabinete que, llegado un momento de crisis política, pudiera oxigenar -sacrificándose- y que el presidente pudiera terminar su mandato. El justicialismo no tenía tanto esa prevención, sino pensaba, ejerciendo el poder, cómo se podía descongestionar la actividad del presidente, que firma centenares de decretos, resoluciones. Hasta qué punto podía concentrarse sólo en la decisión política.
-Es interesante ahora, en perspectiva, pensar qué hubiese pasado con la Argentina si el jefe de gabinete hubiese tenido el rol que imaginaba Alfonsín. Por caso, en 2001.
-Bueno, éso es muy interesante. Porque en los prolegómenos de 2001 tuvimos tal vez -dicho ésto con el mayor de los respetos a todas las figuras- el presidente que en la consideración popular era, en términos políticos, el más débil. Con un jefe de gabinete que, probablemente, fue uno de los más fuertes. Es decir, presidente De la Rúa, jefe de gabinete Terragno. Porque antes y después de ese momento, los presidentes siempre fueron vistos como bastante fuertes, sobre todo con relación a su jefe de gabinete. ¿Qué pasó en una situación de crisis? Se fue Terragno. Pero no oxigenó el sistema político. Y después se fue De la Rúa. Digo ésto con el máximo respeto y de modo descriptivo, me parece que funcionó así. Después, si uno pregunta quiénes fueron los jefes de gabinete, casi nadie los recuerda. O alguien lo hará por alguna anécdota, pero en general no. Normalmente, no digo en los últimos años, pero desde 1994 en general, el ministro más fuerte era el de Economía. Entonces, en los términos de Alfonsín ésto no se cumplió. En términos de atenuar un poco el trabajo del presidente, podemos decir que sí.
-¿En aquel momento le quedó alguna frustración?
-Bueno, hoy puedo tener un balance distinto. En aquel momento, para mí era todo positivo. Para un santafesino, profesor de Derecho Constitucional, ser convencional constituyente, es lo máximo. Y además, me permitió conocer, relacionarme, vincularme y en algunos casos establecer una relación casi de amistad con algunos políticos de la época. Como Antonio Cafiero, como Alfonsín -que tuvo la deferencia de venir a visitarme después cuando venía a Santa Fe y yo era intendente-, con Eduardo Menem -que además presidió muy bien la Convención-, con Elisa Carrió -que tiene mi misma edad y éramos de los más jóvenes. Del texto, cuando se sancionó yo tenía dudas precisamente sobre el tema de la jefatura de gabinete.
- A 25 años, uno ve todo lo que está pendiente: la ley de coparticipación, la primera deuda, que aún hoy se ve dificultosa. A lo mejor previmos un mecanismo demasiado dificultoso: pretender que el Congreso de la Nación y cada una de las provincias se pongan de acuerdo, que cada Legislatura vote y que si no lo aprueban todas y el Congreso no haya una ley, es un objetivo que se planteó a lo mejor con demasiado optimismo, pero que es muy difícil de lograr. Porque ¿qué gobernador va a resignar recursos para que otra provincia tenga más? Se podrá decir “bueno, los tiene que resignar la Nación”. Entonces, va a haber una distribución secundaria mayor y las provincias no se van a quejar. Pero fue un mecanismo muy trabado.
Me quedó la sensación, aunque ésto ya estaba planteado en el Núcleo de Coincidencias Básicas, el tema de aceptar una reelección, pero ¿después qué?. La persona que ha sido reelecta ¿puede volver a ser presidente? No nos planteamos eso ahí. Y más allá de los nombres propios, a mí me gusta el sistema estadounidense. Una reelección, y después nunca más. Porque obliga a una renovación política. Para el estadounidense, Bill Clinton puede haber sido un muy buen presidente, y tal vez era la figura más destacada de los demócratas después de la reelección de Bush, y tal vez era el más adecuado entre los demócratas para enfrentar a los republicanos. Pero él ya no podía ser.
-Eso evita también la figura del presidente en las sombras, el que retiene el poder real mientras gobierna otro, hasta que él retoma ese lugar.
-Claro, y lo resuelve la reelección inmediata. Porque eso ocurrió con Irigoyen y Marcelo T. de Alvear en Argentina. Después de Irigoyen vino Alvear, pero estaba Irigoyen, y podía volver. Y así fue. Pero en el entretanto, ése presidente está y no está. Esto es muy discutible, pero me parece que una reelección está bien, no más de una. Y después, si puede volver o no, es otro debate. Lo que me gusta de que no pueda, es que eso obliga al partido a tener siempre liderazgos renovados.
-Aquí en Santa Fe este año volvió a frustrarse la posibilidad de una reforma. ¿En la Nación habría razones hoy para hacer otra?
-No. Yo no veo ninguna razón. Incluso sería una lección salir de esta lógica de en vez de reformar lo no cumplido, cumplir lo reformado. Porque acá algunas cosas en vez de hacerlas, las reformamos para no hacerlas. Entonces creo que no, que han quedado muchas cosas pendientes todavía.
Hay muchas cosas que están faltando. Incluso en la Constitución de la Provincia de Santa Fe. La autonomía municipal es algo que está faltando. La Constitución de Santa Fe es muy buena, y era excelente para 1962. Pero desde entonces han pasado muchas cosas. Y ahí me parece que hay un mandato pendiente.
Pero de nuevo: para reformar la Constitución de Santa Fe, yo seguiría el modelo de la convención del ‘94. Consenso previo, qué queremos, todo arriba de la mesa, explicado. Cada partido diciendo qué es lo que va a votar en cada tema. Sería mejor que dar un salto al vacío y ver qué pasa.
Cuando los convencionales constituyentes hacen la primera Constitución, son casi los padres fundadores, uno puede entender que se sientan en libertad. Uno piensa en el proceso constitucional estadounidense, incluso en los primeros presidentes. Pero cuando hay que reformarla, uno no se puede creer ni Jefferson, ni Robespierre, ni Adams, ni Hamilton, ni Franklin, ni Washington. Uno tiene que tratar de interpretar lo que la gente necesita.
-Lo que parece más difícil es levantar la mirada de la coyuntura.
-Bueno, yo creo que ésa es una lección que nos deja la convención, más allá del texto. Creo que uno puede preguntarse hoy “¿cómo fue posible?”. Porque había enfrentamientos, se venía de un gobierno militar, hubo episodios traumáticos en plena democracia, no se sabía qué iba a pasar a futuro. Porque hoy llevamos casi 40 años de democracia, pero entonces llevábamos poco más de 10, y con sobresaltos. Entonces, creo que la gran lección hay que buscarla en ésa pregunta: ¿por qué se pudo?
“Alfonsín tenía la obsesión de que todos los presidentes democráticos llegaran al final de su mandato”.
“Quedaron una serie de derechos y de instituciones que son las que hoy, mal o bien, nos rigen. Y la reelección del presidente de entonces quedó como una anécdota. Que se terminó cuando hubo un intento de re-reelección”.