Lunes 23.10.2023
/Última actualización 22:22
"La grieta se terminó", proclamó Sergio Massa desde su búnker de triunfador en la noche del domingo, tras haber protagonizado una tan categórica como improbable remontada electoral, y mientras se apresuraba a convocar a un gobierno "de unidad nacional".
La pretensión discursiva es haber dejado de lado la línea conceptual-ideológica-estratégica que dividió en dos facciones inconciliables a la sociedad argentina, de una manera igualmente condenada que aviesamente explotada.
Una mirada optimista y hasta ingenua podría ilusionarse con que tal cosa pueda empezar a darse después del 10 de diciembre, para el caso de que Massa concrete su acariciado y hoy más que factible sueño presidencial. Habrá que verlo. Pero mientras tanto, la brecha en cuestión será protagonista estelar del tránsito hacia esa fecha, en las que tanto él como Javier Milei se jugarán el todo por el todo para retener y sumar votos. Por las siguientes razones:
1) El discurso anti-grieta no reditúa electoralmente. Horacio Rodríguez Larreta creyó que sí, que los argentinos estaban hartos de la confrontación y la crispación, y aspiraban a un período en que los intereses y expectativas de todos pudieran conciliarse sin desmedro del otro. Pero perdió la interna contra Patricia Bullrich, que explotó un discurso mucho más confrontativo, incluso hacia sus propios compañeros de espacio. La suerte luego fue otra, como quedó claro, pero en esa instancia (y habrá que ver quién paga las facturas correspondientes) definió la estrategia de JxC.
2) La grieta será inevitablemente el núcleo estratégico de la campaña hacia el balotaje. Tanto Massa como Milei, en el afán de procurarse apoyos, abrieron los brazos a quienes quedaron fuera de la carrera electoral, con la intención de atraer a sus votantes. El ministro de Economía convocó a todos, incluso con nombre y apellido, pero trazó una clara línea divisoria con su rival en lo que atañe al respeto de las instituciones y la garantía de los derechos. El candidato libertario también se mostró dispuesto a "terminar con agresiones y ataques" y "barajar y dar de nuevo", pero solamente "junto con todos los que quieren un cambio en el país" y a los efectos de "terminar con el kirchnerismo".
3) Ese leitmotiv, "terminar con el kirchnerismo", o bien preside claramente, o bien parece subyacer en las estrategias discursivas de los dos contendientes en pie para el balotaje, una vez decantada la "amenaza" de Juntos por el Cambio. Ahí apunta Milei de manera explícita y categórica. Pero también podría interpretarse que veladamente lo hace Sergio Massa (aunque fuera de cualquier posibilidad de que así lo admita) cuando habla de "una nueva etapa", y de un gobierno "totalmente distinto" al actual. Es lo que parece indicar el hecho de que en toda su alocución no haya habido alusión alguna al presidente Alberto Fernández (otro que dejó traslucir en su momento vocación de sepulturero del principal movimiento político de los últimos veinte años), sino también a Cristina Kirchner. Es la misma consigna que alentó buena parte de la campaña de Bullrich, aunque se reveló como una tarea superior a sus posibilidades, pero con la cual ahora Milei fuerza la identificación. Otra vez, una grieta acaso demasiado ancha como para tender un puente sobre ella, y lo suficientemente profunda como para tragarse a quien pretenda ignorarla.
4) Lo que sin duda se modificará, y quizá obligadamente deba sustraerse a la grieta, es la dinámica del Congreso. Tras la jornada electoral de este domingo, allí los nombres y color de las bancas ya están definidos, y se sabe a ciencia cierta que no habrá hegemonía. Juntos por el Cambio no solo perdió la presidencia, sino también la chance de contar con las primeras minorías parlamentarias con que se ilusionaba. Ahora quedarán para Unión por la Patria, pero en ningún caso al punto de permitirles el control del cuerpo. Lo que hará que, con vocación o sin ella, el próximo presidente deba negociar y buscar consensos para llevar adelante sus políticas. Práctica que se hará extensiva a la relación con el nutrido bloque de gobernadores que sí ostentará la (aún) principal coalición opositora.
La metafórica "grieta", paciente y afanosamente mantenida y profundizada durante la vigencia del conflicto bipolar kirchnerismo-macrismo (una confrontación designada que nombres propios que, en una hipotética "nueva etapa" podrían comenzar a perder peso específico), recondujo la conflagración verbal a nuevos niveles de virulencia con la irrupción del "mileísmo", y su pregnancia en un sector importante de la comunidad. No es un objetivo desdeñable terminar con ella, aunque echar un vistazo sobre el pasado nacional no ayuda a alentar demasiadas expectativas. En cualquier caso, de la misma manera que intentar resolver los problemas de fondo del país, será algo que quede para después de las elecciones. Mientras tanto, no parece que ninguna de las facciones en pugna esté dispuesto a prescindir de ella.