El amable otoño porteño deja filtrar la luz del sol, que entibia las veredas de la calle Guatemala. En la sede de la editorial Siglo XXI —una casona restaurada con esmero— Marcos Peña se prepara para conversar sobre El arte de subir (y bajar) la montaña, su primer libro. En sus páginas, quien fuera Jefe de Gabinete durante el gobierno de Mauricio Macri escribe un texto que va de la autobiografía al ensayo, de la reflexión personal a las recomendaciones, sin caer en el tono-gurú. Este “intento por comprender la dimensión humana de la experiencia que había atravesado” se convierte en un viaje interior, que dialoga con las citas de algunas de las personalidades que Peña entrevistó durante los últimos años en su podcast Proyecto 77: el emprendedor Santiago Siri, el sacerdote Rodrigo Zarazaga, o el basquetbolista Pepe Sánchez, entre muchos otros.
En esta entrevista Peña repasa aciertos y errores de la gestión de Cambiemos, profundiza sobre su visión del liderazgo (y el lugar de la vulnerabilidad), y destaca la autenticidad del liderazgo del presidente Javier Milei.
—¿Cómo fue la noche del 10 de diciembre de 2019? En el libro comentás que se mezclaron sensaciones de alivio y de tristeza.
—Fue un momento muy complejo… con cierto alivio, porque fue muy difícil llegar al 10 de diciembre, y con tristeza, por la pérdida, por el fin de la etapa que se terminaba… No era tanto por lo personal, porque yo antes de las PASO ya había tomado la decisión de irme a fin de año, sino porque quedaba trunca la continuidad del proyecto.
—Y ahí empieza otro camino, el que contás en el libro, que intuyo incluyó momentos placenteros, y otros más tortuosos.
—En las primeras etapas un viaje siempre parece más fácil de lo que es, porque arrancás con entusiasmo y con ilusión. Creo que lo más difícil fue administrar la incertidumbre, la ansiedad, los enojos… Fue un proceso, un viaje largo, por etapas… Estas cosas siempre llevan tiempo y no podés acelerarlas. Eso fue lo que más me costó asimilar.
—¿Cuál fue el hallazgo más grande, aquello que más te sorprendió, por inesperado, en ese camino de introspección?
—Creo que la consciencia de la auto-omisión. Nos pasa a muchos: primero soy lo que hago, después viene lo que me rodea, y si queda tiempo me ocupo de mí. Descubrí también que esa omisión es la causa, no la consecuencia, es decir, que te ocupás de otras cosas para no ocuparte de vos.
—En el libro hablás de cómo las capas que generás para cubrirte de la exposición y las agresiones te pueden generar cierta insensibilidad. ¿Cómo se lidia con esa exposición pública y esas agresiones sin alimentar la desconexión o la insensibilidad?
—Creo que lo primero es entender la complejidad de la fama y la exposición: nadie está diseñado para eso. No es natural, y tiene consecuencias. Lo segundo creo que es, a partir de esa toma de conciencia, el trabajo personal para que ese personaje público no ocupe toda tu vida. Entender que hay una diferencia entre ese personaje público y vos como persona.
Peña presentó su libro en la Feria del Libro de la ciudad de Buenos Aires.
—¿El entorno digital agrava el problema?
—Sin dudas. En las charlas del podcast todos me plantearon que lidiar con el mundo digital es un tema muy difícil de resolver, sea por las críticas en las redes sociales, o las adhesiones, o por las demandas del WhatsApp. Todo eso genera una gran sensación de desborde.
—Una de las tesis del libro es la idea de la vulnerabilidad como parte del repertorio de un líder. ¿Cómo entendés hoy ese vínculo?
—Creo que hay que hablar de ‘personas en situación de liderazgo’, y entender que el líder no es una subespecie mutante de la humanidad, distinta al resto. Y el 100% de los seres humanos tenemos emociones, expectativas, somos seres sufrientes y emocionales. El costo de disociar esa realidad, de querer dar una imagen inmutable, es la no-credibilidad y la no-conexión. La sociedad ya se fue de ahí, no busca líderes omnipotentes, pero muchos líderes siguen instalados en esa idea, y el espectáculo es tremendo.
—¿Y cómo se logran liderazgo fuertes con líderes vulnerables?
—Depende de qué entendemos por fortaleza. En la historia de la humanidad es súper interesante la cantidad de ejemplos de cómo el autoconocimiento, el trabajo personal, lo espiritual, fueron parte de una cultura guerrera. En el mundo artístico y deportivo ver líderes vulnerables es cada vez más habitual.
—Se ve menos dentro de la política.
—El problema es que el mundo político, de lo institucional, sigue siendo muy viejo, más vertical y personalista. Esta idea de que una persona es el líder del país y lo va a manejar solo, es parte del problema. Mientras que la política y el empresariado sigan donde están, la opinión pública mira y dice “acá hay algo que no me cierra”. La idea del liderazgo vertical, del líder omnipotente, es vieja.
—Citás a Alberto Lederman cuando dice que “toda ambición de poder es la respuesta a un trauma”.
—Yo creo que sí, que es así. Lo biográfico es súper relevante y muchas veces muy inconsciente, y por lo tanto, más complicado. Pero también hay un condimento de trascendencia.
—¿En qué sentido?
—Hay un elemento de trascendencia en nuestras vidas, y en el mundo de la política, un elemento vocacional, de búsqueda de impacto. Desde ese lugar, se puede rescatar el ejercicio político como una acción de servicio.
—En el libro haces una suerte de defensa de la política. ¿Cómo se hace para que la narrativa de la casta no se lleve puesta a la política como actividad?
—Yo siento que las dos cosas pueden ser ciertas y que hace falta una mirada más autocrítica por parte de los protagonistas. Muchas veces se genera un silencio sobre cosas que hay que modificar por miedo a alimentar el ataque, pero ese silencio termina fortaleciendo el ataque. La política necesita sintonizar mejor con lo que le está pasando a la sociedad.
—A la luz de estos temas, ¿Qué tipo de líder es Javier Milei?
—Centralmente auténtico. Ha sido muy consistente en su forma de ser antes y después de ganar el poder. Desde esa autenticidad conecta en los momentos de vulnerabilidad y de desborde.
—¿Conecta por sus desbordes y su vulnerabilidad?
—Claro, desde esa autenticidad. Cuando gana un outsider del sistema...
—Habla del sistema.
—Exacto. Hoy ves a todo el sistema discutiendo si Milei es bueno o malo… El que crea que puede hacer algo mejor tiene que lograr sacar más votos que él la próxima vez. La democracia en eso es muy lineal.
—¿No ves un riesgo en su discurso anti casta, anti institucional, anti periodismo?
—Es que nosotros gobernamos con otro esquema, con otros valores, creyendo que la forma era muy importante para el fondo. Yo creo que el riesgo para el sistema, en todo caso, es que haya una mayoría de la población que no valore eso a la hora de votar. Yo miraría más lo que está pasando en la demanda.
—¿Qué está pasando en la demanda?
—La gente no está reclamando que no haya democracia, que no haya periodismo, que no haya empresarios, que no haya política, sino que algo cambie en esa situación porque el resultado colectivo no es bueno. Acá hace falta que todos los actores puedan decir “che, pará, acá hay muchas cosas que tenemos que cambiar”.
—Durante muchos años fuiste el hombre en Cambiemos que leía el humor social para construir estrategia política. ¿Cómo está hoy el humor social?
—Creo que la pandemia fue un proceso mucho más profundo de cambio, de expectativa, de vínculo con la vida, de lo que el sistema político registra. La crisis del mundo del trabajo, de la salud mental… Hace falta una mano muy compasiva, de conexión, más que de muchas certezas, gritos y verticalidad. Corremos el riesgo de que todas las elecciones se ordenan anti-algo, se vota a un salvador que no cumple la promesa y se acumulan capas y capas de frustración.
—Ahí hay un riesgo.
—Seguro. También, leyendo la temperatura social pareciera que hoy hay una madura paciencia de la sociedad para que esta gestión logre algunos resultados más palpables en la población.
—¿Esa paciencia tiene fecha de vencimiento?
—Creo que la gente que votó a Milei hoy tiene la necesidad de creer. Hay otra gran parte de la población que cree que esto está yendo en una dirección totalmente equivocada. Y esas proporciones no son estáticas, se mueven todo el tiempo. Lo de la paciencia dependerá mucho de cuántas ideas superadoras aparezcan. Me parece que hay un tema pendiente todavía para saber cómo va a ser el mapa político futuro. Ahí el problema está en la oferta. Está buenísimo tener los valores democráticos, liberales, modernos, ponele el título que quieras, pero, sin conexión, no te sirve.
—A más de cuatro años del gobierno de Cambiemos, ¿qué balance hacés a la distancia? ¿Qué aciertos y errores?
—Yo creo que un acierto fue la consistencia con los valores, que fue la razón por la que estuvimos ahí. Peleamos mucho por no cambiar el eje de esos valores y esa identidad, independientemente de todos los problemas que tuvimos. Y esto se debió centralmente al altísimo valor del liderazgo de Mauricio. Y creo que un desacierto central pasó por el manejo de las expectativas. La necesidad de entrar en ese juego de ser los que prometemos lo que se va a resolver… y ya el próximo mes va a bajar tanto, tal índice, tal cosa… Creo que eso no nos permitió ver nada la complejidad y la fragilidad de esa misma situación.
—Escribiste que con el libro cerrás una etapa de tu vida y abrís otra. ¿De qué se trata esta nueva etapa?
—Yo la llamo una etapa de entrenador de líderes, en proyecto que resume esto que estamos conversando. El podcast, el libro, todo forma parte del proyecto que llamamos Campamento Base, que busca difundir aprendizajes y ayudar a que esta conversación ocurra en más lugares, es decir, que llegue a más personas en situación de liderazgo, para acompañarlas y ayudarlas.
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