Gerardo Morales, el gobernador de Jujuy, se abre paso a fuerza de declaraciones fuertes en los medios y de la corriente de simpatía que despierta entre sus correligionarios la posibilidad de que lance su candidatura a la Casa Rosada. En esto último estaba el presidente de la UCR a nivel nacional en el Comité Provincial del radicalismo santafesino de calle Rivadavia, cuando acertó a contar una breve anécdota, de lo más folclórica.
Ocurrió durante la "Desenterrada" una ceremonia propia del sincretismo entre las costumbres ancestrales de la deslumbrante provincia y el calendario europeo. Para el Carnaval se desentierra al diablo, que queda suelto durante los festejos de una semana, en un acto quebradeño al que Morales había invitado a su par de Corrientes, el correligionario Gustavo Valdés, que como se verá no se quedó para el entierro del Pujllay.
Los dos gobernadores estaban en Purmamarca flanqueados de venerables ancianas que llevaban adelante el rito sagrado con la tierra, bajo el sol que castigaba la piedras, junto al bellísimo Cerro de los Siete Colores de cuyas alturas descienden cada año un diablo mayor seguido de chicos diablillos, que son los primeros en bailar y tocar instrumentos de viento y percusión, que van a sonar a lo largo de toda una semana dedicada a la alegría en la Puna.
El astado maligno llegó cansado pero compenetrado en su papel y como en cada verano cubrió con su capa roja al gobernador. Esta vez, advertido por la oficina de Ceremonial de la Gobernación de Jujuy, lo hizo con los dos mandatarios provinciales. Nadie podía ver que sucedía bajo su manto satánico, y entonces el Diablo Mayor habló: "Gerardo, ¿cuándo me vas a hacer un contrato?. ¡Hace ya doce años que hago de diablo y todavía ni un contrato tengo. No te pido planta permanente, pero por lo menos un contratito". Se dice que Morales aceptó, porque tampoco le habían pedido el alma.