Germán de los Santos
El constitucionalista recordó cómo se gestó la reforma y las implicancias políticas que tuvo.
Germán de los Santos
A Iván Cullen le viene una catarata de recuerdos, que relata, en una extensa entrevista con El Litoral, con minuciosos detalles que rememoran los días en que la Convención Constituyente sesionó en Santa Fe en 1994. La importancia de la reforma de la que formó parte este abogado de 81 años se trasluce en esos recuerdos cristalinos que parecen sellados a fuego. En su estudio en el centro de Rosario, Cullen se acomoda en su oficina y durante más de una hora desgrana distintos enfoques sobre lo que significó la última modificación de la Carta Magna. Para el jurista fue la reforma “más democrática, representativa, extensa y la más significativa” de las siete que hubo a lo largo de la historia argentina desde 1853.
—¿Por qué la del 94 fue la reforma más significativa?
—Es necesario poner a la última reforma en contexto para apreciar su importancia. En 1853, cuando se dictó la primera Constitución, ya tuvimos una grieta, porque Buenos Aires no se separó de la Confederación. En el 60 hubo una reforma después de la batalla de Pavón, cuando se produjo un arreglo entre Bartolomé Mitre y Justo José de Urquiza. Se aprobó lo que la Legislatura de Buenos Aires pretendía. La de 1866 en Santa Fe se trató simplemente de solucionar un problema impositivo de exportación e importación, en relación al Puerto de Buenos Aires. Esto recién se solucionó en el año 80 siendo presidente Nicolás Avellaneda y gobernador de Buenos Aires Carlos Tejedor, quien se puso en pie de guerra porque no quería que la Capital Federal fuera Buenos Aires. El congreso se reunió en Belgrano, no en la Capital. Se mudaron los legisladores y aprobaron la ley que designó a Buenos Aires como Capital Federal. Después vino la Constitución del 98, que fue fruto de la inmigración. Hasta ese momento había un diputado cada 16.000 habitantes. Se elevó a 35.000 y se levantó la base, porque la población se había incrementado. Uno de los temas era la separación de la Iglesia y del Estado que no se logró tratar. Después hubo un salto hasta el año 1949, durante el peronismo que reunió a la convención constituyente en Buenos Aires. Ahí el radicalismo cometió un error, según mi punto de vista, porque sostuvo que no había dos tercios de la totalidad en la Cámara de Senadores para convocar a la convención, con lo cual la consideraron nula. El radicalismo se fue y le dejó vía libre al peronismo. Sin oposición, el peronismo hizo lo que quiso. En el 56, Pedro Eugenio Aramburu derogó esa Constitución. Por supuesto que los radicales insistían en ese argumento. La del 57 fue fraudulenta porque el peronismo estaba proscripto. La última fue la del 94, que fue la séptima reforma.
—¿Cómo se gestó la reforma del 94?
—Desde 1992 el peronismo y el radicalismo empezaron a conversar por la posibilidad de una reforma constitucional. Eran los dos partidos más representativos. Sólo se había incluido en la reforma del 57 el artículo 14 bis, pero después la asamblea se quedó sin quórum. Lo único que se modificó fue ese artículo y el 67 que establecía las atribuciones del Congreso. Los derechos sociales estaban incluidos en la Constitución del 49 pero había sido declarada nula por Aramburu. Hubo una serie de documentos previos que se lograron acordar, que relató muy bien un libro que escribió Alberto García Lema, donde están todos los antecedentes. A Carlos Menem solo le interesaba la reelección. Nada más. Y Raúl Alfonsín, como no tenía los dos tercios, trató de sacar una ventaja y hacer una Constitución más amplia. En 1993 empezaron a negociar cuál iba a ser el contenido de la nueva Constitución. El radicalismo no se terminaba de definir, cosa que no es tan extraña. A fines de ese año, Menem quiere llamar a una consulta popular para que el pueblo se expida sobre si era necesaria o no la reforma de la Constitución. Alfonsín no se podía negar porque él había hecho lo mismo con el referéndum por el conflicto del Beagle. Con mucha visión Alfonsín se dio cuenta de que iba a perder y el peronismo iba a hacer la reforma que quería. Entonces consiguió que el comité nacional del radicalismo lo autorizara y ahí surgió el Pacto de Olivos, que se firmó en diciembre de 1993. Y se dictó la Ley 24.309, que declaró la necesidad de la reforma. Y se convocó a elecciones a constituyentes para abril de 1994. Fue todo muy rápido.
La intención de Menem era la reelección y el resto le interesaba tres pepinos, pero no era tonto. Las cosas que pedía Alfonsín a veces se las daba y a veces las cambiaba. El Pacto de Olivos tenía una característica: querían asegurarse que se votara todo de manera conjunta. A eso nos opusimos muchos. Aparecieron muchas cosas importantes en la convención, como toda la parte de los nuevos derechos y garantías. El primer punto era qué Constitución se reformaba. Los peronistas reivindicaban la del 49. Pero ahí el peronismo hizo un gran aporte porque bajó esa bandera al aceptar que fuera la del 57. Accedió a esto y solucionó un problema serio. No se discutió nunca en la convención ese tema. Había muchos peronistas que tenían proyectos para restablecer esa Constitución. Se solucionó a través del juramento, que excluyó la del 49. Evitamos una discusión jurídica que hubiera llevado mucho tiempo.
— ¿Qué característica tuvo el tratamiento y el debate de la reforma?
—Por primera vez, en la convención constituyente no hubo proscripciones. Por eso fue la más democrática. Hubo 19 partidos políticos reconocidos y un independiente, que era yo. A mí me ofrecieron integrar la lista del peronismo. Me lo ofreció el entonces gobernador Carlos Reutemann. Me llamó un día y me dijo: “Tenés que ponerte el overol”. Yo acepté. Fue en el mes de mayo. Todavía no había ley, pero sabían que la iban a sacar. En Santa Fe regía la ley de Lemas en ese momento. Reutemann me dijo que me tenía que presentar con un lema. Yo le dije que en el peronismo iba a haber lío. Él me dijo que no iba a haber ningún problema. Un día después de firmar en el Partido Justicialista, apareció en los diarios que yo era candidato por el peronismo, lo que levantó un montón de críticas de otros sectores, entre ellos el de la llamada “cooperativa” del PJ. Me empezaron a bombardear. Yo lo llamé al Lole y le dije que me bajaba. Cuando fui a renunciar me di cuenta de que estaba cuarto; ya me habían bajado un puesto. “Son rápidos los muchachos”, pensé. Cuando le avisé al Lole él me respondió que el “tren pasa una sola vez”. Quedé solo, fané y descangallado. La ley salió a fines del 93 y se convocó a elecciones para el 94. Yo estaba como columnista de temas constitucionales en Canal 3 de Rosario, en el programa de 12 a 14. Era algo conocido. Pensé en hacer un planteo judicial ante la Corte para habilitar a un independiente pero no había tiempo. Busqué otra opción. Tenía que encontrar un partido que estuviese fusilado. Y encontré a la Ucedé. No tenía nada en común con ese partido. Lo llamé a Carlos Castellani y me dio la posibilidad de hacer la lista entera. Pero varios a los que convoqué se negaron porque era la Ucedé. Le dije que la campaña tenía que ser personal. Saqué 77.000 votos. De 21 fui electo número 14. Yo les dije que iba a ser independiente. No iba a hacer un bloque de la Ucedé.
—¿Cómo fue esa experiencia de ser independiente en la convención?
—Desde el primer día fui independiente. Y lo demostré en el inicio de la convención, en el acto de jura en el teatro 3 de Febrero en Paraná. Había que designar a las autoridades. Era una lista que habían consensuado, bajo la presidencia de Eduardo Menem. Decidí pedir la palabra en ese acto protocolar. Hice una moción de orden para decir que no podíamos comenzar nuestro trabajo de reformar la ley de leyes no cumpliendo la ley que nos había convocado. La ley decía que hasta que no se votara el reglamento, debíamos usar el de la Cámara de Diputados. Pero ya habían designado cinco vicepresidentes. Les pedí que hiciéramos un cuarto intermedio para modificar el reglamento para incluir a los cinco vicepresidentes. Me empezaron a abuchear. Cuando salí me paró el periodista Armando Vidal, de Clarín, y me dijo: “¿Sabe cuál es la diferencia entre un político y un jurista? El político va a pensar en el hoy y el jurista va a pensar en las consecuencias a largo plazo”.
Yo estaba solo. No tenía comisión porque no tenía partido. Me pusieron en la de derechos y garantías que sesionaba en Paraná. Yo pensé que tenía que quedarme en Santa Fe. Como no estaba en las comisiones importantes yo quería hablar en los plenarios. Así lo hice. El reglamento nos autorizaba a intervenir en cualquier comisión. Con voz pero sin voto. Me metí en la Comisión de Reglamento. Fui a todas las reuniones e hice todo un reglamento que no se aprobó. El reglamento llevó más de un mes. Con habilidad Eduardo Menem y Alfonsín se dieron cuenta de que los cuestionamientos a la ley declarativa de la ley de necesidad de la reforma, en el sentido que había que votar todo junto, se debía incluir en el reglamento. Por eso tardó mucho. Estuve en la comisión de Pacto de Olivos. Estudié el tema que me preocupaba, que era el de los tres senadores en el período de transición. Teníamos elecciones en el 95, en el 98 y en 2001. Había que buscar una solución.
—¿Por qué dice que la del 94 fue la más democrática?
—Fue la más democrática porque lograron entrar todos, con 304 asambleístas. Lo más importante fue que tuvo amplia representación territorial. Antes las gobernaciones no elegían diputados, como por ejemplo Chaco, La Pampa. Y fue también la más reformista. La cantidad de cambios que se hicieron fue muy importante, no solo con respecto a los derechos y garantías, sino en lo que concierne a derechos humanos, que le dimos jerarquía constitucional. Ahí cometí un error, que después me di cuenta. En lugar de apoyar el dictamen de mayoría, yo estaba en una posición más amplia. Planteaba que todos los tratados tuvieran rango constitucional. Lo que hizo la comisión fue mejor, porque incorporó once. No tenía sentido poner cien que no iba a conocer nadie.