Luis Landriscina se desplaza con un bastón que se sumó a su vida después de superar la pandemia y que tal vez no necesite, pero que le da confianza, además de un plus de elegancia, al igual que un broche dorado en su corbata. Los detalles completan su trajeada figura en el recinto de la Cámara de Senadores que esta vez tiene presentes a muchísimos más que a sus integrantes y su personal de siempre: han venido a verlo todos los que pudieron hacerlo. Sus movimientos son lentos y sus respuestas pausadas. Es el anciano venerable que sus admiradores esperan encontrar, pero guarda una sorpresa.
Se lo ve saludable y lúcido. Se diría que sus acciones vitales son ciertamente envidiables por tratarse de un hombre mayor, y que lleva el ritmo cansino de sus años hasta que el homenajeado interpreta por fin a Luis Landriscina, a su personaje. Entonces, es visiblemente joven otra vez.
Al narrar, al pintar la aldea compartida por lo que los argentinos entienden que es lo rural, las ciudades chicas, los pueblos, los arquetipos de las tonadas y las malas famas de cada zona, los recuerdos de provincia, su voz cobra el vigor de los escenarios y sus músculos se tonifican. Incluso Landriscina hasta se irgue y endereza sus espalda para dar el remate de las historias, para lograr los clímax de los cuentos o hacer reflexionar en las sátiras del juglar criollo que ha logrado a lo largo de tantas décadas, micrófono (o pluma) en mano.
El público siempre lo premia con risas y aplausos. Y lo que ha sucedido en la Cámara de Senadores en su honor no ha sido la excepción. Él reivindica en su hecho artístico la idea de defender la cultura popular y aclara, "no tiene por qué ser vulgar". El límite de lo popular y lo esperable de esa condición quedan claros en su calidad narrativa; sin proponérselo le impuso a un acto marcado por las formalidades propias de un cuerpo legislativo su propio sabor por lo cotidiano, por lo bello que es vivir si se sabe cómo. Interrumpió los discursos de los senadores todas las veces que lo consideró necesario, presentó a los músicos que le rindieron un homenaje y le propinó el elogio de comparar con Hugo Díaz al notable armonicista Lucio Taragno. Para dar por terminada la celebración hizo explotar en carcajadas y palmas de pie, con una última narración sobre lo que en Santa Fe se denomina "una peña de amigos" que comparó con los debates parlamentarios y sus tensiones. Narró la discusión entre un hombre al que se lo apodaba "diabético" y solo entonces usó sobria y dramáticamente la palabra "cornudo". El astado se defendió: "...pero puedo comer cualquier cosa".
Landriscina confía en su improvisación y el poder de las anécdotas, en su interminable "había una vez". Crédito: Mauricio Garín
El humorista, escritor, cuentista, reconocido charlista e imaginaria compañía ideal para una larga sobremesa o unos mates amargos tiene la misma magia de siempre. Es el Don Verídico de Julio César Castro, pero también los bellos, sinceros, sencillos poemas de su puño. Como el que Orlando Veracruz tan bien recitó, entre las bancas. Se titula "Coronda sin Pepa", habla de un adorable personaje de pueblo y no parece fácil de encontrar en internet.
Landriscina confía en su improvisación y el poder de las anécdotas, en su interminable "había una vez". En las menciones a su amigo René Favaloro ("el último héroe de nuestro país"), en sus sentencias de tono político ("lo que quisieron hacerle a Vicentin fue un acto de fiero unitarismo"), en sus elogios a Artigas y en lo que logró que fuera una suerte de diálogo entre las intervenciones de los senadores y las suyas. Acierta en el dominio de cualquier reunión, del comentario que viene al caso y de las explicaciones sobre sus emociones. El primer acto fue un reencuentro con un amigo de la infancia en Pedro Gómez Cello, con quien iba a la única escuela de dos aulas para siete grados. Menciona a compañeros de bancos y a maestras; recuerda a un profesor ateo de nombre Darwin que debió enseñarles catecismo y habla de las oraciones aprendidas "como si fueran la tabla del 2".
De allí pasó a su etapa actual, y recordó que en diálogo con otro amigo perdido (Guillermo Rico, de Los Cinco Grandes del Buen Humor) y confiesa tener "el alma tiritando" en el homenaje que el Senado de la Legislatura santafesina le brindó este miércoles 8, junto a su amigo el padre Mamerto Menapace, a propósito de sus 88 años y de ver " ya sin sorpresa" que "asisto a mi propia decadencia". Cuando hace vivir sus historias, no se nota.