La trayectoria política de Miguel Lifschitz estuvo signada por dos constantes: el desafío y la persistencia. Nunca, o casi nunca, fue el número puesto para una postulación. Sin embargo, peleo cada una de las batallas que decidió emprender, y en no pocos casos demostró estar sobradamente a la altura.
Ex funcionario de Héctor Cavallero, que inauguró la sucesión de gestiones socialistas en la Municipalidad de Rosario, y de Hermes Binner, Lifschitz decidió probar suerte en 2003, y añadir su nombre a esa nómina. Y lo consiguió, pero por un ajustado margen, frente a la sumatoria de votos justicialistas que por entonces permitía la todavía vigente ley de Lemas, haciendo que ese partido siguiese gobernando la provincia.
En 2007 el panorama era distinto y, propicio de antemano. Con la ley de Lemas derogada, y la candidatura de Hermes Binner a la gobernación en la alianza conformada a efectos de quebrar la hegemonía del peronismo desde 1983 (el Frente Progresista Cìvico y Social), Lifschitz fue reelecto por amplísima mayoría, y contribuyó decididamente al triunfo provincial. Paradójicamente, en esta oportunidad el candidato justicialista era Hèctor Cavallero, que recogió el 30,6 % de los sufragios. Lisfchitz lo superò por casi 27 puntos. Su ascendente en la comunidad quedó plenamente ratificado en 2011, cuando luego de dos gestiones municipales fue electo para ocupar la banca rosarina en el Senado santafesino, con màs del 56 % de los votos.
Ya en 2013 Lifschitz empezó a jugar públicamente con la idea de postularse a la gobernación. Su trayectoria y el número de votos que tenía a sus espaldas lo acreditaba para ello. Los desafíos pasaban ahora por lograr ser reconocido en todo el territorio provincial, al que comenzó a recorrer intensamente en campaña, estableciendo una impronta que luego recreó como gobernador. De hecho, se enorgullecía de no haber dejado población sin visitar.
Pero las resistencias también estaban dentro del Frente Progresista e incluso le valió fuertes disputas en el propio socialismo, donde no todos le veían el carisma suficiente para el desafío, en momentos en que la “ola amarilla” impulsada por Mauricio Macri comenzaba a expandirse por el país y en Santa Fe contaba con la inestimable carta de otro Miguel, su luego amigo Torres del Sel, mientras que el justicialismo apostaba una carta fuerte con Omar Perotti. Con las urnas prácticamente divididas en tres tercios, Lifschitz se impuso por menos de 1.500 votos, y fue gobernador entre 2015 y 2019.
En ese último año, y luego de haber persistido pero fracasado en su empeño de reformar la Constitución de la Provincia y postularse para un nuevo mandato, se convirtió otra vez en la gran apuesta ganadora del Frente Progresista, que perdió la gobernación a manos, esta vez sí, de Omar Perotti. Pero a cambio, se procuró la mayoría en la Cámara de Diputados, que desde entonces fue encabezada por Lifschitz.
En 2019 intentó otro ímprobo desafío: el de formar parte de una unión de fuerzas que lograse romper la polaridad entre Juntos por el Cambio y el Frente de Todos, acompañando (sin candidaturas) la propuesta presidencial de Roberto Lavagna. Esta vez, no pudo con la brecha que divide al país.
Este 2021 lo encontraba acariciando la idea de aspirar a una banca por Santa Fe en el Senado de la Nación, en lo posible encabezando un “frente de frentes” con los radicales no macristas, y abierto lo más posible a otras fuerzas. Otro desafío a vencer con persistencia, que no pudo llevar a cabo.