Como pocas veces, el año 2023 enhebra una sucesión de cambios políticos. Que, como tales, engloban y canalizan otros de tipo ideológico, cultural y hasta psicológicos.
La modificación del mapa de poder en las provincias fue el preludio de un brusco golpe de timón a nivel nacional, que genera tantas expectativas como temores. En Santa Fe también hay una nueva impronta, que apunta a la fortaleza de una coalición y un ritmo de actividad acelerado e intenso.
Como pocas veces, el año 2023 enhebra una sucesión de cambios políticos. Que, como tales, engloban y canalizan otros de tipo ideológico, cultural y hasta psicológicos.
Con escalas distribuidas a lo largo del almanaque (dado que, también por razones políticas, la mayoría de las provincias optó por tener su propio calendario y despegarse de las elecciones nacionales), se renovó el elenco de gobernadores en todo el país. El efecto global de esos impactos sucesivos fue devastador para el oficialismo nacional, que se quedó con el gobierno de solamente 8 provincias, y perdió algunas emblemáticas.
La secuencia se completaría tras un sorpresivo balotaje, donde la fuerza que campeó a lo largo de todo el trayecto previo (Juntos por el Cambio) se quedó por el camino, y Unión por la Patria logró mejorar la performance de las Paso, hasta llegar inesperadamente a acariciar la posibilidad de un triunfo.
Eso no ocurrió, y el ganador fue Javier Milei, un economista mediático con paupérrima estructura, escasísima trayectoria política y nula experiencia de gestión. Y un discurso basado en la vociferación de consignas vacías pero pregnantes, y dotadas de la aptitud para canalizar el hartazgo social. De cara al abismo, entre la "campaña del miedo" instalada desde el gobierno y el salto al vacío supuesto por el candidato liberal libertario, la sociedad prefirió dar un paso al frente a replegarse.
En sus primeros días de gestión, con un ritmo de actividad más intenso que correctamente sincronizado, La Libertad Avanza soltó variables económico-financieras largamente retenidas, dio a conocer un programa de estabilización "de emergencia" y empezó a desgranar proyectos de fondo, inscriptos en la ortodoxia liberal y asociados en el imaginario nacional a la impronta del menemismo.
Pero el mayor cimbronazo vendría transcurridos los primeros ocho días hábiles, con un mega decreto de necesidad y urgencia (DNU), donde en 83 páginas y 366 artículos se dejó sin efecto un sinnúmero de normas, y se dejó establecidas las bases de nuevas regulaciones (o, más propiamente, desregulaciones), con una amplitud y rango inédito hasta el momento.
Las reacciones no se hicieron esperar, en el ámbito político y en la calle, donde en la misma jornada había debutado de manera incruenta el "protocolo anti piquete") y por la noche se escuchó el espontáneo batir de cacerolas. Con el sector gremial en pie de guerra y el productivo todavía desconcertado, quedó claro que se iniciaba una nueva época.
En el futuro inmediato, serán fundamentales la puesta en marcha de un programa integral de recuperación económica y crecimiento, el hilvanado de acuerdos para producir reformas que requieran respaldo del Congreso, la coordinación con las provincias sobre cuestiones como los recursos y la obra pública, y la gestión del humor de la sociedad, tan proclive electoralmente a los cambios como limitada en su capacidad de soportarlos, y cuya paciencia suele verse cíclicamente relevada por la volatilidad. Quizá sea demasiado pedir para alguien que hace gala de su condición de outsider y se ufana de su desprecio a "los políticos".
El otro escenario en el que sin ninguna duda se desarrollarán los acontecimientos en el futuro próximo es el de la Justicia. Sin proyectos de reforma a la vista, ni voluntad de seguir adelante con el juicio político a la Corte (los vectores que atravesaron la anterior gestión), la cuestión pasará ahora por ver de qué manera se resuelven en ese ámbito los conflictos por las reformas y medidas del gobierno. El choque de intereses, la afectación de derechos y la constitucionalidad o no de cada una de ellas, será un eje central durante los próximos meses, y se multiplicará en sucesivas instancias.
En la provincia de Santa Fe, en tanto, y aún con el condicionamiento del complejo y fluctuante escenario nacional, el cambio de época se instaló con mayor confianza, más voluntad de consenso y menos vocación de arrasar con todo lo anterior.
Con el respaldo de más de un millón de votos (récord en la provincia) y de una coalición poderosa, y firmemente decidida a preservar la unidad frente al desafío que supone su propia naturaleza, Maximiliano Pullaro vino a reivindicar simultáneamente a la clase política y a su capacidad de regeneración, al radicalismo santafesino y a una cultura de compromiso con la cosa pública, y dedicación.
También cuenta para ello con el hándicap de una cómoda mayoría parlamentaria que, en la medida en que pueda sostenerse en el tiempo y no sea víctima de tensiones y desacuerdos internos, facilitará enormemente las transformaciones que pretende. Transformaciones que, por otra parte, incluyen el reconocimiento a iniciativas valiosas de anteriores administraciones.
Todos esos factores coincidieron para otorgar una impronta dinámica, de forma y de fondo, desde el primer minuto: contactos permanentes con la sociedad a través de los medios de comunicación, motorización (y aprobación) de leyes y fuertes reformas en la Legislatura, y un fuerte mensaje a uno de los principales dramas que aquejan a Santa Fe: la inseguridad en general y el flagelo narco en particular.
En este caso también la reacción fue inmediata, con nuevos actos intimidatorios y amenazas. Mientras tanto, algunos de los cambios estructurales puestos en marcha en materia de seguridad y Justicia (narcomenudeo, reformas en el MPA y la Defensoría, la intención de modificar la integración de la Corte Suprema de Justicia y dar "mayor eficiencia" al Poder Judicial el general) también tienen la impronta de generar polémica, aunque enmarcada en la insistencia sobre el diálogo y la búsqueda de consensos. También aquí habrá que tomar nota que éstos no siempre se consiguen y saber gestionar esas discrepancias.
En suma, no queda dudas de que 2023, sobre todo en su último tramo, marcó tanto a nivel provincial como nacional un giro en el rumbo de los acontecimientos: una nueva impronta para la gestión pública, que invocan objetivos de reformulación y crecimiento, y con efectos sociales claramente perceptibles. para la sociedad.
Se trata también de dos modelos que en algún tramo comparten recorrido, y en otros visiblemente se apartan. Los puntos de confluencia y de bifurcación también serán centrales en esta nueva etapa de la provincia y el país, y supondrán inevitablemente una sucesión de encrucijadas.
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