Por Enrique Zuleta Puceiro
Por Enrique Zuleta Puceiro
A escasas semanas de la fecha de cierre para el registro de alianzas nacionales y a cuatro meses de las Paso nacionales, las dos grandes coaliciones en disputa desde la crisis del 2001 vuelven a afrontar escenarios de incertidumbre creciente.
Una vez más, el sistema electoral ha vuelto a evidenciar sus defectos de origen y que llevaron esta vez a su suspensión en casí todas las provincias que lo habían adoptado. La tozuda insistencia de los candidatos del PRO, compartida por el presidente Fernández lograron impedir la tendencia del Congreso y de la mayor parte de los especialistas de suspenderlo, aunque fuera por única vez. Con todo, el saldo final fue el previsible y el sistema político afronta la factura política de más de dos años de campaña permanente, sin ideas ni propuestas. Un impacto que deberán afrontar los partidos, sumidos en una crisis de identidad y de propósito cada vez más profunda y difícil de superar .
No todos los efectos parecerían, sin embargo, igualmente negativos. Muy a pesar de sus propugnadores, lejos de incentivar la polarización, el sistema parecería estar promoviendo un retorno incipiente del pluralismo político. No de un pluralismo sano y moderado, del tipo del que gozó el país en sus buenas y escasas etapas de democracia -recordar las elecciones de 1983 y 1985-. Pero si, al menos, de un pluralismo polarizado, envenenado todavía por el virus de la intolerancia y el internismo, del tipo del que tiende a imponerse en democracias de corte similar a la nuestra, como las de Italia, España o Portugal.
Un pluralismo polarizado permite abrigar la esperanza de seguir avanzando hacia una mayor representatividad social de los espacios políticos, neutralizando al menos en parte las consecuencias nefastas de la polarización política. Las Paso no nacieron de las demandas de la sociedad. Fueron más bien el resultado de un experimento desafortunado de alquimia institucional, pensado para blindar el bipartidismo y cerrar toda alternativa a terceras fuerzas que pusieran en riesgo el empate hegemónico entre peronistas y radicales.
Las oligarquías partidarias han logrado esta vez resistir los niveles actuales de indignación popular hacia la política tradicional. Contuvieron la fuerza centrífuga de los nuevos liderazgos y lograron entretener a las disidencias dentro del juego estéril de las campañas electorales. Sobre el final, los grandes padrinos parecerían haber retomado el control y proceden a ordenar de urgencia los espacios que controlan desde siempre, aunque todavía sin lograr suturar heridas y grietas que el sistema ha vuelto a generar, con pronóstico reservado hacia el futuro.
En el frente opositor, los mayores logros en este proceso de estabilización y control los acredita el radicalismo. No sin algunos sofocones a nivel provincial, la UCR parece haber consolidado sus estructuras y dinámicas internas, sin obstaculizar del todo la incorporación de liderazgos independientes. Desde el refugio de sus provincias y municipalidades ha logrado consolidar un rol de alternativa que le permite alentar un papel más relevante en un posible gobierno con el PRO.
En el caso del PRO, el efecto disolvente de las PASO parecería más grave. Exacerbadas y sin control, las disputas de campaña de sus candidatos han terminado por restar intenciones de voto y han alimentado incluso la emergencia de una candidatura extra sistema como la de Javier Milei.
Este nivel de conflicto era algo previsible, dada las debilidades internas del conjunto. El "mundo PRO" esta habitado por una convergencia de tribus demasiado diversas entre sí. Las tribus de origen peronista y radical responden a la pasión clientelista de su ADN de origen. De allí que solo se movilicen en función de la conquista de posiciones en las listas electorales. Las tribus de origen conservador, responden en cambio a un anti peronismo visceral y vuelven a acariciar la posibilidad de excluir a sus adversarios históricos, radicales y peronistas, a los que en el fondo desprecian. Las tribus que provienen de las tecnocracias universitarias y de los think tanks de Buenos Aires, apuntan por su parte a aprovechar las oportunidades de negocio que ofrecerá un posible ajuste drástico de la economía y las finanzas. Todos duermen en una misma cama, aunque, de hecho, sueñen con cosas muy distintas y contradictorias entre sí.
La bomba de fragmentación de las PASO parece haber afectado en igual medida al oficialismo. Tal como muchos previenen, la coalición electoral exitosa en 2019, terminó estallándose contra las realidades y responsabilidades del gobierno. Programados para ganar, ninguno de los socios de la coalición acepta asumir la cuota que les corresponde en la distribución de las responsabilidades solidarias en el desastre.
El ministro Massa trata así de capitalizar los éxitos incipientes de su inteligente gestión. Las organizaciones del kirchnerismo, derrotadas en el fondo y en las formas, solo aspiran a atrincherarse en una docena de escaños legislativos para resistir las inclemencias de lo que avizoran como una larga travesía en el desierto. La accionista mayor, procura en cambio proteger sus últimos baluartes provinciales y sobre todo las provincias de Santa Cruz y Buenos Aires.
El balance final es ambivalente y poco claro y los próximos meses difícilmente aportarán mayor claridad.
En el fondo, el balance electoral del país no difiere mucho de su balance social. Su saldo provisorio es el de un empate. Empate tanto aritmético -con porcentajes mínimos de ventajas según los distritos y las categorías en disputa- y empate sobre todo geométrico – medido en volúmenes, espacios, dinámicas o superficies abarcadas por unos u otros. Empate en los intereses, en los aciertos y en los errores; empate en las ideas, las propuestas y sobre todo las capacidades y habilidades para elevarse sobre la grieta.
La clave vuelve a estar en la sociedad. En su capacidad para identificar alternativas, afrontar riesgos y hacer valer con la energía necesaria sus necesidades y urgencias.