De la hegemonía al ocaso. Carlos Menem dominó la política argentina durante casi dos décadas, y marcó una impronta de la cual nada, y mucho menos la oposición, pudo estar al margen. Nada más lejos de la imagen de los últimos años, la de un nonagenario refugiado en su banca del Senado para evitar la cárcel, sometido a la casi irrelevancia política, si no fuera por la necesidad de su estratégico y normalmente dócil voto para dirimir alguna cuestión parlamentaria útil para el gobierno.
Mientras tanto, una parábola de ese tipo también se produjo en Santa Fe, por impulso y al influjo del propio Menem. Fue a partir de 1991, cuando, en un contexto de descrédito y casi segura derrota del justicialismo, el entonces presidente de la Nación concibió y ejecutó una jugada ganadora. En el contexto de una concepción que admitía, alentaba y festejaba el acercamiento de figuras populares al poder (fundamentalmente como cartas de triunfo electorales, pero además explotando la celebridad incontaminada de referentes de la "no política"), Menem "inventó", por ejemplo, al cantante Ramón "Palito" Ortega y al motonauta Daniel Scioli. Para Santa Fe, pudo haber sido (y se especuló mucho al respecto) César Luis Menotti. Pero el vehículo para garantizar la "pole position" vino de la fórmula 1, y se llamó Carlos Reutemann.
Con la ayuda de la ley de Lemas, otro invento pergeñado en el tramo final de la gestión de Víctor Reviglio con el respaldo de un sector del radicalismo (y unidos por el espanto ante el imparable avance hacia la gobernación del intendente rosarino Horacio Usandizaga) sancionó un sistema que permitió eludir las elecciones internas, y consagrar un mecanismo para que todos los candidatos de un mismo partido sumen sus votos en la instancia final, y consagren ganador al que más sufragios recogió de cada partido.
Así, Reutemann accedió a la gobernación en 1991 con menos votos que su temido y principal rival, pero sustentado por los que le sumaron Fernando Caimi (ex funcionario y delfín de Reviglio), Luis Rubeo (senador nacional y padre del actual diputado) y el ex ministro de la Corte Suprema Juan Bernardo Iturraspe, entre otros. La corona de laureles no fue flor de un día, sino el inicio de la indiscutible preeminencia del "reutemanismo" en la provincia, durante más de tres lustros.
Tenés que leerLínea de tiempo: un recorrido por la vida de Carlos MenemEn el camino hubo algunos desencuentros. Ya en su primer año de gestión, Reutemann sufrió y resistió la presión del presidente Carlos Menem para imponer como senadora nacional a Liliana Gurdulich de Correa, que por entonces cesaba su mandato; en una época en que ese cargo duraba 9 años (hoy dura 6), era ejercido por dos personas (hoy son tres, uno de la oposición) y se accedía a él por el voto de las Legislaturas provinciales (hoy se define en las urnas). Reutemann ganó esa pulseada y consagró al ex intendente de Villa Ocampo, Jorge Massat, que llegó también a presidir el PJ provincial, pero terminó dejando su banca y su vida política sepultado por denuncias de corrupción.
La siguiente confrontación, de una relación que por lo demás se desarrolló en apacible convivencia y alineamiento, se produjo en 1995, cuando Reutemann culminaba su mandato sin la posibilidad de reelección que había buscado, y que Menem sí había logrado, precisamente mediante la Convención Constituyente (que, por lo demás, sesionó en Santa Fe, con el Lole como convencional) y alumbró el texto constitucional hoy vigente. El saliente gobernador santafesino eligió como sucesor a Jorge Obeid, intendente de la capital santafesina. Pero el candidato de Menem era su flamante aliado Héctor Cavallero, que ejercer el mismo cargo en Rosario. Como en el caso de Gurdulich, la Casa Rosada jugó fuerte para imponer a su candidato, y prácticamente lo logró, ya que el triunfo de Obeid fue por escasísimo margen y tras una oportuna caída del sistema informático en el centro de cómputos, aparentemente providencial cortafuegos a una supuesta maniobra orquestada desde los despachos nacionales.
Por lo demás, las gestiones de Menem y de Reutemann-Obeid (en su primera gestión) se vieron sincronizadas en las políticas de privatizaciones y reforma del Estado. En el caso de Santa Fe, en el marco de una progresiva restauración de la imagen en el manejo de las cuentas públicas, mientras en el nacional se acumulaban sistemáticamente las denuncias y causas de corrupción.
Menem terminó como senador, jaqueado por causas (y condenas) judiciales, Reutemann bajo la sombra de la causa por su responsabilidad en la inundación de 2003, y finalmente ocupando la banca por la minoría, en representación de Cambiemos y por cuenta de Mauricio Macri (una condición que, hasta donde se sabe, tendría muy difícil repetir en este año electoral).
Como hitos del ocaso, la caída de la convertibilidad impuesta por Menem junto con el de la malograda gestión de su sucesor, Fernando De la Rúa, también impactó en Santa Fe y en la figura y la gestión de Reutemann, en el marco de la represión por los saqueos y la muerte de Pocho Lepratti, convertida luego en parte activa del discurso contra la impunidad que (entre otros factores) llevaría al triunfo a Hermes Binner y a doce años del justicialismo fuera del poder en la provincia.
El menemismo duró lo que duró Menem en el poder, y otro tanto puede decirse del reutemanismo, opacados en ambos casos por el avance y la nueva hegemonía partidaria del kircherismo que, sobre la base de un personalismo mucho más marcado, sí generó un relato y una liturgia capaz de trascender a sus creadores. El ex presidente, y el ex gobernador que no quiso serlo, completaron así una parábola, que dejó una innegable marca en la historia política del país y la provincia, pero acabó siendo un círculo cerrado sobre sí mismo.