Jueves 8.7.2021
/Última actualización 18:30
Fue gestado por el menemismo, siendo y sintiéndose casi un extranjero dentro del peronismo. Sin embargo, con el tiempo llegó a controlarlo casi por completo, al punto que en las internas sólo era desafiado por expresiones marcadamente minoritarias o incluso marginales.
Carlos Reutemann, caracterizado de manera condescendiente y algo despectiva por parte de la dirigencia como "el corredor", se convirtió en el "dueño de los votos". Una cualidad definitoria en cualquier fuerza política, pero con valor absoluto (y absolutorio) en el justicialismo, con capacidad para decidir candidaturas en paridad de condiciones con el gobierno nacional, e incluso contra los deseos de éste. En tal sentido, fueron emblemáticos los desafíos abiertos (en la puja por la senaduría nacional, que impuso a Jorge Massat por sobre Liliana Gurdulich) o menos explícitos (cuando bloqueó la maniobra para coronar a Héctor Cavallero como gobernador en vez de a Jorge Obeid, en el nunca debidamente aclarado episodio electoral de la "caída del sistema" del escrutinio provisorio).
Más allá de las contrariedades que debió enfrentar en la Legislatura, donde subsistían rémoras de aquella "cooperativa" de la que vino a tomar el relevo, el "reutemanismo" fue la expresión prácticamente hegemónica del Partido Justicialista en la provincia. Aunque, fuera del apoyo a candidatos como Obeid a gobernador, o a su ex funcionario Horacio Rosatti en la intendencia capitalina, nunca llegó a cuajar en una corriente que trascendiera a la figura que la proyectó, ni a dejar herederos.
Su fuerte ascendente sobre la población, enancado en su popularidad de ídolo deportivo, pero fortalecido por su disposición a recorrer el territorio y escuchar a la gente, a dar respuesta a problemas específicos que le planteaban mano a mano y a cultivar en el trato un estilo lacónico y campechano (no exento de un aire "apolítico"), de alguna manera "blindaron" su imagen, y lo protegieron tanto de los embates de sectores eventualmente perjudicados por sus medidas, como de las situaciones de crisis que tienden a llevarse puestos a los dirigentes. Así atravesó el congelamiento de los salarios públicos y jubilaciones, la política de privatizaciones, los conflictos docentes (a quienes aplicó el presentismo) y hasta un fuerte paro del Poder Judicial, que resistía el "desenganche" salarial de la Justicia Federal. El ajuste se aceptaba por entonces como necesario y virtuoso, al amparo del ideario vigente y más digerible por el irreductible carisma del mandatario.
Su imagen, sin embargo, terminó golpeada por la represión de los levantamientos en Rosario en el marco de la crisis de 2001 (y particularmente la muerte a manos policiales de Pocho Lepratti) y, sobre todo, por las responsabilidades en la inundación de 2003, con la irrupción del Salado a través de una obra de contención nunca terminada, y sus trágicas secuelas. Otra de las paradojas que signaron su gestión, si se toma en cuenta de que una de sus principales obras, junto a la recuperación del Puente Colgante, fue la construcción de las defensas contra el Paraná, donde su presencia activa en inundaciones anteriores, con su clásica campera inflable colorada, había contribuido sensiblemente a su consolidación. "A mí nadie me avisó", fue la frase en la que inútilmente intentó escudarse cuando el ataque vino por el otro lado.
Otra frase que signó su trayectoria (y que hoy seguramente hubiese tenido destino de "meme" en internet) fue la que explicó su negativa a intentar ser candidato a presidente de la Nación, apadrinado por Eduardo Duhalde, en una elección que terminó ganando Néstor Kirchner y que hubiese cambiado la historia de las últimas dos décadas en el país: "Ví algo que no me gustó", descerrajó, enigmático, aludiendo a un secreto que terminó llevándose a la tumba.
Luego de eso, encadenó una serie de mandatos como senador que, en el proceso, lo distanciaron definitivamente de la gestión de los Kirchner y finalmente del Partido Justicialista, con el conflicto por las retenciones agropecuarias como punto de inflexión.
Así, el tramo final de la carrera de Reutemann coronó la serie de paradojas que la jalonó durante toda su extensión. Hombre de acción más que de palabras, terminó en un órgano deliberativo, donde tuvo una participación casi inexistente en los debates. Y adonde se iba a mantener, tras una elección que perdió contra los candidatos del peronismo en alianza con Juntos por el Cambio, hasta diciembre de este año. Su intención de renovar la banca, entre otras cosas para preservar los fueros que lo protegían de un eventual embate judicial, no había encontrado eco en Mauricio Macri y lo enfrentaba a un dilema.
Como un círculo que se cerraba invirtiendo el sentido, el hombre al que la política (o al menos el peronismo) acudió para salvarse, intentaba en vano que la política lo asistiera en su momento de mayor necesidad. Su final es también el de una parábola, equiparable a la de su mentor político Carlos Menem, que lo llevó del vértigo a la quietud, de ser un referente ineludible de la historia institucional santafesina a cumplir un rol meramente formal, y de la cúspide del poder a la monótona planicie de la irrelevancia.