Por José Calero (Especial, NA)
Por José Calero (Especial, NA)
"El mal se hace todo junto y el bien se administra de a poco". Seguramente Sergio Massa leyó al florentino Nicolás Maquiavelo a lo largo de su audaz carrera política, que primero lo hizo jefe de Gabinete, luego líder de los diputados y ahora ministro de Economía.
Al menos pretende apelar a la lógica de aplicar rápido las correcciones que necesita una economía en picada, y aprovechar el oxígeno que siempre tienen los recién asumidos.
Reducir subsidios a la energía por unos $110.000 millones de acá a fin de año y más de $500.000 millones en 2023, recortar el gasto en casi todas las áreas de Gobierno, frenar la emisión monetaria y por ende la inflación, hacer crecer las reservas a como dé lugar -echando mano de anticipos de los exportadores- y hacer frente a las expectativas devaluatorias de los agentes económicos, son parte de ese esquema.
Massa convocó a referentes de todos los ministerios para esta semana y les dirá cuáles son los topes de gasto para lo que resta del año. Dicen que serán severos y provocarán protestas de los funcionarios.
"Al que más proteste, más se le recortará", avisan cerca del ministro de Economía, emulando lo que hizo Shimon Peres en Israel para bajar la inflación del 110% anual al 15%.
Massa considera que debe aprovechar el empuje de sus primeras semanas en el cargo para darle las malas nuevas a la sociedad argentina. Los argentinos somos más pobres de lo que creíamos.
En la misma línea está encaminada una auditoría a gran escala sobre los planes sociales que se llevan cientos de miles de millones de pesos todos los años.
En el país hay 182 programas sociales a cargo de distintos ministerios.
El año pasado, el Gobierno destinó $7 billones a pagar planes, y para este 2022 tiene presupuestado poco más de esa cifra. Pero tal como viene la ejecución presupuestaria se terminará gastando aún más, y las organizaciones piqueteras presionan por aumentar esa cifra con el argumento cierto de la inflación descontrolada.
Massa está convencido de que la inflación no sólo es un problema porque esmerila los ingresos y aumenta la pobreza.
Sostiene además que es la excusa de los formadores de precios para remarcar por encima de la suba de sus costos y el escudo que utilizan quienes perciben subsidios para acelerar sus demandas y generar conflictos.
Para el ministro de Economía, el índice de precios es como una brújula que marca el pulso de cómo está el país. Por eso quiere reducirlo en forma drástica.
Con el ajuste lanzado, Massa espera arribar a los principales centros financieros internacionales mostrando que esta vez el ordenamiento de las cuentas públicas va en serio, y que pronto será factible prestarle a la Argentina a bajas tasas.
Viajará en el último tramo de agosto a Washington, Nueva York, París y Qatar. Desde el país árabe podría traerse un crédito ofrecido por un fondo soberano. Habrá que ver qué garantías exigen a cambio.
Esta semana Massa pretende definir quiénes serán su viceministro de Economía y su secretario de Energía.
Hizo trascender que Gabriel Rubinstein sería su segundo, pero debió dar marcha atrás. Para ambos cargos necesitará el visto bueno de la vicepresidenta Cristina Kirchner.
Quien ocupa la Secretaría de Programación Económica debe atender el día a día de la gestión. Massa quiere que su paso por el Palacio de Hacienda se convierta en el trampolín que lo deposite en la Presidencia a partir de diciembre del año próximo.
Es el objetivo en el que vienen trabajando hace más de una década junto a su esposa, la titular de Aysa, Malena Galmarini.
Cuenta con respaldo de parte del establishment para lograrlo.
Son innumerables los intereses locales e internacionales que se mueven detrás del ahora ministro empoderado.
Massa cree que llegó su momento. Pero tal vez no advierta aún las peripecias que deberá sortear hasta llegar al premio mayor.