Nancy Balza | [email protected]
El ministro de Trabajo, Julio Genesini detalló las acciones oficiales para atender la situación de los sectores más desprotegidos ante el aumento del costo de vida.
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En el primer trimestre del año, la tasa de desocupación para el Gran Santa Fe creció un 1,5 % con respecto al mismo período del año anterior, y un 3,5 % en relación al último tramo de 2017. En el Gran Rosario, este indicador disminuyó 1 % respecto de 2017 y aumentó 1,5 % en relación con fines del año pasado.
En tanto, el trabajo asalariado no registrado (informal) aumentó un 1,5 % respecto del mismo período del año pasado y disminuyó un 2 % en relación con el trimestre anterior en el Gran Santa Fe. Mientras que en el Gran Rosario aumentó un 2 % y un 3 %, respectivamente.
El dato surge de la medición de la Encuesta Permanente de Hogares que realiza, con frecuencia trimestral, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec). “En el registro que arroja la última medición en los grandes aglomerados, observamos que hubo un incremento” de estos indicadores, reconoció el ministro de Trabajo y Seguridad Social Julio Genesini quien, desde hace tiempo, viene advirtiendo sobre los efectos que pueden tener en el escenario laboral las últimas (malas) noticias en materia de economía: suba del dólar, aumento de tarifas, altas tasas de interés y dificultades de acceso al crédito.
“Donde la actividad no está formalizada es donde la Organización Internacional del Trabajo (OIT) recomienda a los estados hacer esfuerzos para ir encuadrando esos rubros de la economía y alienta trabajos en relación con organizaciones que nuclean a distintos grupos, otorgando algún mínimo de derecho y buscando recursos jurídicos creativos para formalizar los empleos”, expuso el funcionario en diálogo con este diario.
Abordaje
“Desde el ministerio no ignoramos esas situaciones y nos acercamos a abordar esos hechos”, adelantó Genesini quien sumó al preocupante escenario que de por sí constituye la informalidad, las tareas de subsistencia. En este sentido, una de las acciones más recientes fue la apertura del Centro de Cuidado Infantil en el barrio Santa Rosa de Lima -el primero que funciona en esta ciudad capital-, destinado a contener a 15 niños y niñas que corresponden a familias de recolectores informales de residuos. “Son familias que realizan una actividad de subsistencia de la que participan los niños acompañando a los padres o haciendo algunas tareas, o bien quedan al cuidado de hermanos menores. Todo esto conduce a una situación donde los chicos terminan haciendo un trabajo infantil aunque no haya un vínculo directo con un empleador”. Si bien los CCI no constituyen una respuesta al empleo informal, resultan una respuesta a uno de sus efectos: la participación directa o indirecta de chicos en actividades laborales.
“Hay otras áreas del gobierno que también van contribuyendo para morigerar el trabajo informal a través de cooperativas, microemprendimientos y otras alternativas para estos renglones de la economía”, expuso Genesini. Aún así, el ministro reconoció que al aumento del empleo informal se suma que el sector se ve impactado, como todos los rubros, por la retracción de la demanda y la caída del poder adquisitivo del sector asalariado. “Sufren el impacto en mayor medida que los trabajadores de la economía formal donde, de una u otra manera, se dispone de otros instrumentos de contención porque las leyes prevén otros procesos y hay derechos más consolidados”.
Horizonte incierto
“Este es el esfuerzo en el que estamos abocados en este momento como ministerio y como gobierno, muy cerca de los sindicatos para ver cómo sortear este panorama y sostener los empleos”, aseguró Genesini luego de reseñar que “estamos realizando reuniones en nuestro ministerio, en Producción o en conjunto con empresas que, si bien están conteniendo a su personal, plantean un escenario de dificultades para el financiamiento, por las altas tasas de interés, caída de la demanda, por la inflación, porque se encargan menos trabajos o por el costo en relación con los insumos importados. Son situaciones que dificultan el funcionamiento de las empresas cuando no se sabe qué horizonte de proyección tiene este proceso recesivo; no se sabe cómo y cuándo se sale de esto”.
“Venimos de un par de meses en esta situación y entramos en un período que va a ser decisivo por cómo van a impactar las últimas medidas en el empleo y qué desenlace habrá de este momento económico que estamos viviendo”, concluyó.
En carne propia
Rubén Sala conoce Santa Rosa de Lima desde que abrió los ojos por primera vez, hace 65 años. Nació ahí, en el tradicional barrio del oeste santafesino de clase media empobrecida -como él mismo define-, y donde habitan unas 35 mil almas. En este tiempo vio de todo, incluidas varias crisis económicas, y también sus efectos. Como ahora, cuando la desocupación y la informalidad vienen ganando terreno en una pendiente que -asegura- se inició hace unos 7 u 8 meses y se profundizó desde mediados de este año.
En ese territorio que tan bien interpreta, el mayor impacto lo acusa la construcción, actividad que constituye la principal fuente de recursos para la gente del barrio y cuya merma tiene efectos bien palpables: “Primero se vio una disminución en la mano de obra formal; con el tiempo esa mano de obra formal que se quedó sin empleo empezó a hacer trabajos por su cuenta y eso porque tuvimos una época donde muchos jóvenes aprendieron el oficio”.
Pero desde octubre pasado “la changa se redujo drásticamente y la clase media que antes hacía cortar los yuyos, pintar la casa o encargaba arreglos, hoy trata de hacerlo por su cuenta los fines de semana o deja las cosas así, como están”, describe.
Es que, como en cada crisis, “el primer sector que siente sus efectos es, siempre, el más pobre, el que tiene la mano de obra menos calificada” y el resultado es que “aparecen más cirujas no solo con carro y caballo sino con carrito, bicicleta o a pie, porque aparte de recoger de la basura y separar lo que se puede reciclar o vender, también se pide casa por casa”. Aquí, Sala hace una pausa y admite -con resignación pura- que “por suerte” la gente es solidaria, y “a partir de la crisis de 2001 no tira más la comida integrada con la basura, la guarda limpia”, aunque lamenta que “tengamos que llegar a eso, a que la gente coma lo que otro le dona”.
No es la pobreza o la falta de trabajo la única preocupación para el dirigente barrial: “Todo está agravado por la tremenda situación social de violencia, por las nuevas modas de consumo de drogas que hace que los jóvenes entren en eso y alguna gente grande también; pero la gente grande se mete en el alcohol. Esto genera un cóctel explosivo que hace que no se sepa cuándo va a detonar el problema”. Así es como el barrio tiene “días tranquilos y otros con 2 ó 3 muertos, con tiroteos, y con suicidios”, un tema del que se habla poco y nada.
Pero la “militarización del barrio” tampoco aparece como una solución para Sala. “Tanquetas, patrulleros, móviles al principio lo hacían sentir tranquilo al vecino, pero cuando ve que no llevan al que vende drogas ni a los que andan a los tiros, se pregunta ¿para qué?”
Mientras tanto, Santa Rosa de Lima sigue creciendo y se va para arriba, no porque el nivel de vida haya mejorado, sino en la modalidad de construcción que se inauguró luego de la trágica inundación de 2003 como salvaguarda ante un nuevo episodio y, luego, como solución a la falta de espacio y la necesidad de dar lugar a hijos y nietos que nacieron en el barrio o volvieron luego de probar suerte en otra geografía.
Pero volviendo a los efectos de la crisis y la necesidad de satisfacer las necesidades básicas, Sala insiste en que “muchas veces lo que se recibe a cambio del trabajo es alimento, no dinero; incluso para personas que trabajan en comedores, gratis, por comida. Es desgarrador -reconoce-, pero es lo que se está viviendo”.
Cae el trabajo en blanco
El número de trabajadores formales privados cada 100.000 habitantes cayó 2,7% en dos años y medio a nivel nacional, mientras que en ese lapso la población creció un 3,1%; el empleo registrado solo lo hizo en 0,3%, lo que refiere a un virtual estancamiento.
Así surge de un estudio publicado por el Observatorio de Comercio Exterior, Producción y Empleo (CEPE), organismo dependiente de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET), en base a datos del Ministerio de Trabajo e Indec, y detalla que cada una de las cinco regiones del país muestra en mayo de 2018 un número de trabajadores formales privados menor al que tenían en noviembre de 2015.
La región más afectada es la Patagónica, con una caída del 10,1% en el período analizado. Le sigue la región de Cuyo con una baja de 3,9%; el Noreste Argentino (NEA) (-2,7%), y el área Pampeana (-2,0%), siendo la provincia de Buenos Aires (-3,2%) la de mayor caída del empleo en blanco en proporción a la media nacional. Por último, la zona menos afectada es la región del Noroeste Argentino (NOA), que igualmente arroja números negativos con una caída del 1,5%.
Así mismo, en cada región del país, la destrucción del empleo fue liderada por distintos sectores de la economía. La región pampeana, sufre en la Industria Textil, de Confección y Calzado e Industria Metalmecánica. En Cuyo, la caída estuvo mayormente afectada por las economías regionales, Agroindustria y, en la Provincia de San Luis, la Industria Manufacturera. En el área de la Patagonia, el Sector Petrolero y Complejo de Electrónica de Consumo. En NOA, Servicios Empresariales e Industria Textil, de Confección y Calzado, y en NEA la caída fue mayoritaria en la Construcción y la Cadena Foresto-Industrial.