El 21 de mayo, El Litoral publicaba un artículo donde se analizaba precisamente esta situación y la complejidad de vivir “aguas abajo”, con la mirada puesta en dos ríos que pasan por Santiago del Estero: el Salado y el Dulce. El primero, vital para Santa Fe porque luego ingresa a nuestra provincia y es aprovechado desde Tostado hacia el sur. El segundo, que desemboca en la laguna Mar Chiquita y no toca Santa Fe, es importante también por cuanto la provincia insiste en tomar de él agua para abastecer al noroeste santafesino. Esos ríos tienen dos problemas: estiaje en invierno con mínimos caudales y aprovechamiento sin control posible en Santiago del Estero.
La provisión constante de agua del departamento 9 de Julio depende del manejo hídrico que efectúa la provincia de Santiago del Estero. Hoy, tanto el Salado, salvo en la zona de Añatuya, como el río Dulce están casi secos, en algunos lugares, con barrancas de más de 20 metros de alto que “encañonan” un hilo de agua.
Desde hace mucho tiempo, el Estado santiagueño almacena el agua como principal materia prima destinada al riego, a la actividad agrícola y, en menor escala, a la ganadería, mediante una arquitectura de diques, embalses y canales.
El agua para consumo humano se obtiene en forma subterránea a través de perforaciones y se realiza mediante ocho acueductos, mayoritariamente a cielo abierto, encontrándose buena calidad en los departamentos Jiménez, Banda, Robles, Río Hondo, Capital, Pellegrini y Choya.
Del río Salado, los santiagueños construyeron, hasta el 2006, desde la Ruta 5 hacia el norte, 740 km de canales: de Dios, 300 km; Virgen del Carmen, 100 km; Campo Gallo, 24 km; Gatica, 40 km; de la Patria (canal principal), 150 km (ramal Pozo del Castaño Campo Gallo, 126 km), a los que se deben sumar los canales de riego Figueroa y Jume-Esquina, sin contar los dragados particulares. El Salado pertenece a la cuenca del Plata y sobre su curso se erigieron el dique Figueroa y los embalses Desvastadero y Cuchi Pozo.