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“Cada vez que encontramos a un hermano, nos damos fuerzas y se nos renueva la energía. Uno siempre quiere encontrar al suyo, pero es lo único vivo que podemos tener de nuestra historia, la de nuestros viejos”.
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“Mis viejos desaparecieron en Rosario, eran montoneros en Santa Fe”, cuenta Gustavo López Torres en primera persona. “Mi papá trabajó en la Municipalidad en el ’73, en la época de Cámpora. Cuando lo sacan a Cámpora todo montonero sale y empieza a trabajar en otro lado. Él se fue a Paraná, a la Facultad y hacía política en los barrios. Estudiaba Abogacía en la Universidad Católica. Después los mandan a Rosario y ellos (el padre y la madre) están dos años ahí desde el ’75. Cuando caen en agosto del ’77 en esa ciudad, ya estaban clandestinos. Yo tenía un año. Lo único que tenía era un carné de vacuna por el tema de que, con otra identificación, los podían descubrir. Cuando ellos desaparecen nos llevan a un hogar de menores con mi hermano Diego, que tenía 3 años, y nos adoptan dos familias diferentes. No nos adoptan legalmente, sino que nos llevan a su casa. Eran dos celadoras. Tres meses después, los vecinos de mi casa en Rosario ponen un aviso en el diario diciendo que buscaban a nuestros familiares. El aviso sale en El Litoral, lo ven mis abuelos y reconocen a sus nietos, Diego y Gustavo. Nos fueron a buscar al juzgado y el juez accedió a entregarnos. Mi abuelo era militar retirado. En el año ’78 me pudieron hacer el DNI con un testimonio de nacimiento. Mi hermano sí tenía documento porque es del ’74”.
“Cuando mi mamá desapareció -sigue- tenía un embarazo de seis meses. En todos los casos se daba que hacían tener a los bebés para entregarlos a ‘familias de bien’ como ellos decían, para que ‘no tengan la cabeza que tenían los padres’. Y los daban en adopción o se los quedaban ellos”.
“Mis viejos desaparecieron el 18 de agosto de 1977 y con el aviso en el diario pudimos reconstruir que, en teoría, ocurrió un enfrentamiento en mi casa en Rosario. Ese día mi vieja le dice a mi hermano que se iba a comprar zapatillas al centro y que me cuide. Lo cuenta mi vecina que vio todo desde la ventana. Mi viejo estaba trabajando de albañil, vuelve a la casa, ve el operativo y lo hieren, no sabemos si de muerte. Lo meten en un auto y lo llevan. A la casa se la apropiaron”.
—¿Cómo reconstruiste la historia de tus padres?
—Fue difícil, porque en mi casa no se hablaba mucho del tema. Me crié con los padres de mi papá y reprochaba cómo mi abuelo no había hecho nada siendo militar retirado, cómo no pudo mover algo. Hasta que falleció y me abuela me mostró todos los hábeas corpus que habían presentado, las notas que habían mandado y de las que nunca habló. Calculo que debe haber sido muy fuerte para él.
—¿Tu búsqueda es para saber qué pasó con tus padres, por ese hermano o hermana que nació en cautiverio o es la búsqueda de los otros hermanos?
—Cada vez que encontramos a un hermano, nos damos fuerzas y se nos renueva la energía. Uno siempre quiere encontrar al suyo, pero es lo único vivo que podemos tener de nuestra historia, la de nuestros viejos. Cuando uno era chico y fue creciendo, siempre se preguntaba por qué, por qué le pasaba a uno. Y ahora estoy orgulloso de mis viejos, de su historia y de la huella que dejaron. Dieron su vida por sus ideales y por aquello de lo que estaban convencidos, que en este momento no se ve mucho en la gente: se cambian los ideales por mucho menos que por la vida.
Mi búsqueda es, primero, por él o ella para que vea que hay una familia que siempre buscó. Y así con todos los hermanos. Porque cada vez que encontramos a uno es una historia que florece y una vida, y si están las abuelas se lo merecen por la lucha que hicieron en estos 40 años. Y si no, saben que van a tener tíos, hermanos, sobrinos y que la familia siempre tira. Con mi hermano tenemos una relación hermosa, estamos unidos para lo que el otro necesite. Y si llegamos a conocer a nuestro hermano o hermana va a ser igual.
En la página 206 del libro “Niños desaparecidos, jóvenes localizados, 1975-2015”, que reeditó Abuelas de Plaza de Mayo figura la historia de los padres de Gustavo y Diego: Graciela Susana Capocetti y Guillermo Ángel López Torres, inmortalizados cada uno en una foto. Y falta una imagen, la del hermano o hermana que todavía busca. Es el espacio que esperan llenar.
"Hay muchos chicos que no son hijos de desaparecidos pero están buscando su verdadera identidad. Son chicos a los que no les podemos dar una respuesta. Habría que ver desde Derechos Humanos qué se puede hacer”. Gustavo López Torres.
"El trabajo es de acompañamiento a todos, muchas veces a los integrantes de Hermanos que son los que se movilizan, porque sabemos que la identidad no se está robando únicamente a la persona que fue apropiada, sino también a los familiares que no conocen su verdadera historia y tienen todo el derecho a saberla”. Gustavo López Torres