Luis Rodrigo
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La capital provincial y su doble exposición a las crecientes del Salado y el Paraná. Los innumerables casos menos visibles en el interior. La destrucción de los sistemas naturales de drenaje.
Luis Rodrigo
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Acaso porque la capital provincial “toda” -y otras urbanizaciones vecinas, como Santo Tomé, Recreo y, obviamente, Rincón- se encuentra en el valle natural de inundaciones del río Paraná, muchas de las poblaciones que le sucedieron fueron fundadas o crecieron en una situación parecida. En medio o muy cerca de cursos de agua, visibles o no como los paleocauces.
Un canal, un arroyo, una laguna o un antiguo curso de agua, una depresión del suelo o directamente un río suelen acompañar (mal) los desarrollos urbanos en la provincia. Y su presencia facilita las inundaciones.
Ése es el núcleo de la exposición que, recientemente, brindó en Santa Fe el ingeniero
Hugo Orsolini, hoy docente de la Universidad Nacional de Rosario, ex secretario de Aguas de la provincia (junto al ex ministro Antonio Ciancio), respecto del agua y las poblaciones de Santa Fe.
El cierre de su charla es el comienzo de esta nota. Debe advertirse que Orsolini no pretendió ser alarmista, ni promover temores apocalípticos. Eso sí, repitió un dato objetivo, más que conocido para los expertos (y para las autoridades políticas vinculadas con el área) pero preferentemente sumergido en el olvido entre los habitantes de nuestra ciudad y otras vecinas: si coincidieran unas inundaciones extraordinarias en las cuencas de los ríos Salado y Paraná, no habría cómo defenderse. Y lo peor, ninguna obra (existente o imaginaria) podría servir de algo.
El experto en agua habló recientemente ante un auditorio muy específico: los defensores del Pueblo de la Región Centro, pares de otras provincias y funcionarios de esas oficinas. Necesitaban un panorama accesible de por qué se inundan las poblaciones urbanas en Santa Fe.
Orsolini explicó como ingeniero en Recursos Hídricos lo que ocurre naturalmente con el agua y lo que resulta de la falta de planificación de ciudades y pueblos como así también en el uso del suelo rural.
Desde el satélite
Las imágenes que proyectó el expositor comenzaron por mostrar lo que para cualquier observador inexperto es imperceptible: Santa Fe no es totalmente llana. La planicie tiene depresiones que las fotografías satelitales muestran con un tono diferente al resto, distinguiendo así a unos campos sembrados de otros, o a las urbanizaciones de un mismo ejido, según su relieve.
Mostró casos particulares: el Canal San Urbano o arroyo San Antonio -junto a Firmat- y el sistema de paleocauces que -como cañadas- aceleran sus escurrimientos y la inundan; el arroyo Las Prusianas, cerca de Rafaela, en cuyo sistema de drenajes se eliminaron pequeñas lagunas al unirlas con canales que profundizaron los paleocauces causando graves perjuicios aguas abajo; el Saladillo, cerca de Pueblo Esther, que muestra la misma situación. Y así con Funes y la inundación de 2012, el desastre en Alberdi Oeste (Rosario) en 2007, o con la decisión de Casilda de crear un parque industrial en una zona inundable, lo mismo que Pérez con un nuevo barrio, sin importar sus paleocuencas o el arroyo Ludueña, en este último caso.
Habló sobre los canales clandestinos y mostró la realidad del distrito Sanford (Caseros) donde se multiplicaron de 2003 a 2015 en nada menos que un 400%.
Sin previsiones
Los ejemplos que mostró el expositor en todo el territorio provincial muestran que la falta de planificación ha sido el denominador común: los pueblos crecieron ocupando el valle de inundación de ríos, de arroyos o en medio de los cauces naturales de desagüe o los bajíos naturales que actúan como reservorios o lagunas de retardo.
Y lo mismo en las áreas rurales: donde además de la extensión de la frontera agraria a costa de bajíos canalizados, ha tenido lugar un uso de suelo (monocultivos con siempre directa) que han impermeabilizado amplias áreas.
Dijo que se estima que la infiltración de agua es de apenas la mitad que la que permitía la tierra hace 30 años. En otras palabras, los campos escurren el doble de agua que tres décadas atrás.
El ingeniero mostró cómo las obras para enfrentar las inundaciones resultan chicas frente al fenómeno. Y puso un ejemplo conocido en Rosario: la presa del arroyo Ludueña, que retarda caudales aguas abajo para hacer menos dramáticos los efectos de ese cauce en zonas densamente pobladas en la zona del barrio de Arroyito. Los cálculos para su construcción partieron de la base estadística (de 1942 a 1986) y determinaron que era necesario prever lluvias de hasta 243 milímetros. Sin embargo, la estadística posterior (de 1986 a 2000) mostró que las lluvias habían aumentado a 294 milímetros.
Más allá del dato, mostró con estadísticas de otros lugares del mundo que las lluvias extraordinarias no son un fenómeno nuevo, con registros notablemente altos de las primeras décadas del siglo pasado. Su conclusión es que lo que ha cambiado es el uso del suelo, tanto con desarrollos urbanos inconvenientes como con la revolución agrícola de las últimas décadas.