El tercer gobierno del Frente Progresista, Cívico y Social contó con lo necesario para terminar con una de las críticas más duras contra esas gestiones: la caracterización opositora que hablaba de los gobiernos frentistas de maquetas, diagnósticos y asambleas que en nada quedaban o a poco conducían.
Miguel Lifschitz llegó en el momento justo y fue portador de lo necesario. Para cuando venció por escasísimo margen a Miguel del Sel y, ya se sabía que el presidente sería Mauricio Macri, la Corte Suprema de Justicia de la Nación le reconocía a Santa Fe su derecho a cobrar una deuda –originada por el kirchnerismo- que todavía no se ha pagado, pero cuyo fallo mejoró sustancialmente la coparticipación. Sin embargo, no es suficiente con tener fondos para que haya obras. La gestión es decisiva y el dos veces intendente de Rosario sabía de qué se trata.
Un socialista de ir a las cosas logró revertir la imagen de honestidad sin concreciones que se les achacaba a Hermes Binner y, ya en menor medida, a Antonio Bonfatti.
Las semblanzas hechas al acecho de los recuerdos y las impresiones -muchas veces personales- están expuestas a revisiones que verificarán que no se ha sido justo con una figura política de su tamaño. Una primera manera de evitar malos entendidos es decir que Lifschitz no era un técnico, ni mucho menos un tecnócrata. Era fundamentalmente un hombre político y de un incansable vigor para la campaña, para recorrer de punta a punta el mapa de la bota y haber estado –como gobernador- al menos una vez en cada pueblo santafesino. Gozaba de hacer política, de estar al tanto de cada tema de decisión en el Estado (gobierne o no) y también del menudeo partidario y de las adecuadas vinculaciones con los dirigentes.
Era difícil seguirle el tren. Estaba hecho para encarar desafíos y quiso una reforma constitucional con reelección porque suponía que con otros cuatro años iba a poder mejorar la seguridad, esa deuda que a su construcción política le costó el gobierno. Le tocó entregarle los atributos del poder a alguien que no es de su partido. Desde que dejó la Casa Gris comenzó a trabajar para la vuelva al poder.
Se lo pensaba carente de carisma y sin embargo tenía una sonrisa sincera, simpática. En las entrevistas era notable su paciencia con las preguntas incómodas o con las que ni siquiera lograran serlo. Se diría que prefería las primeras.
Respondía según lo que se le había preguntado; no era de los que considerara que los periodistas estaban para sostenerle un micrófono o darle un pie para que se luciera.
A este texto acuden imágenes de los años en que gobernaba Bonfatti, cuando Lifschitz había sido electo senador y esperaba paciente su turno para ir a la Casa Gris, desde la banca por Rosario. Fueron cuatro años de paciencia, incluso de cierto sopor. Se lo veía poco concentrado en la tarea legislativa. Daba pocos discursos, salvo cuando en la Cámara había ataques manifiestamente arbitrarios contra su partido, su ciudad o su gobierno. Lifschitz era para conducir y para hacer funcionar la máquina del Estado.
Antes de imponerse en los comicios alquiló una casa en la zona sur de la capital provincial, que en días de humedad mostraba una mancha a un metro de altura: el nivel del Salado en 2003. En su gestión, esa vivienda fue el centro de reuniones con dirigentes y ocasionales cenas con periodistas. Pedía el off de record porque confiaba en que habría buena fe cuando se lo escuchara.
Además de otro dolor de la pandemia en Santa Fe, la impactante noticia tiene efectos políticos fuera de cualquier cálculo previo. Ha muerto mucho más que la principal figura del no Peronismo, del Frente Progresista o del Socialismo. Con su temprana partida se va quien resumía un proyecto político y lograba la unidad de quienes están dispuestos a enfrentar al oficialismo a nivel nacional y provincial al precio de ceder posiciones partidarias. Siempre es más fácil retroceder un par de casilleros y resignar candidaturas, y hasta definiciones políticas, cuando se lo hace para formar una lista encabezada por una carta de las consideradas ganadora.
Estaba listo para ser candidato porque su presencia en la boleta nacional para el Congreso era condición para revivir el esquema de radicales frentistas más aquellos que lo fueron, pero se fueron.
Sin Miguel Lifschitz será más difícil evitar la división, un potencial ganador aglutina. El presidente de la Cámara de Diputados en la boleta de 2021 era convincente para el armado. La posibilidad de otros liderazgos puede ser la causa de una dispersión.
La realidad política de la provincia de Córdoba ha atravesado recientemente también, porque la vida es frágil y un día termina, por una situación similar. Con la muerte de José Manuel de la Sota se perdió un dirigente que tenía peso de gobernador, aunque ya no lo fuera. De Lifschitz puede pensarse lo mismo.
Nadie está sorprendido porque no estuviera vacunado. Y de haber superado al Covid-19 seguramente no hubiera sacado una ventaja de lo que simplemente es hacer lo correcto. Aquí se toma nota de ese hecho: estaba esperando su turno como corresponde, sin adelantarse en la fila.