Jueves 22.8.2019
/Última actualización 10:33
Otra era la situación del país y de la provincia al momento de realizarse la Asamblea Constitucional en Santa Fe en 1994. Los pasillos de la Universidad Nacional del Litoral, bares y hoteles de la ciudad fueron testigos de lo ocurrido. Y hubo otros protagonistas: los periodistas a quienes les tocó cubrir este acontecimiento político histórico.
Emerio Agretti, Luis Rodrigo, Mario Cáffaro y Víctor Fleitas, fueron algunos de los trabajadores de El Litoral y de El Diario de Paraná que trabajaron arduamente durante los días que duró el evento.
Dimensiones
Por Emerio Agretti
Periodista. Actualmente secretario de Redacción de EL LITORAL de Santa Fe
Durante cuatro meses, en 1994, Santa Fe fue el epicentro de la política nacional. Esta cualidad surgía de tasar la magnitud de las cuestiones que se estaban decidiendo en el histórico Paraninfo de la UNL, tanto como de visualizar cotidianamente en nuestro medio a los referentes políticos del momento. Todo lo cual revestía a la actividad periodística de un significado particular e inédito.
Por un lado, la sensación de que aquí -una vez más- se estaba “haciendo historia”, a un nivel superior incluso del que permitía la percepción de la frenética cobertura. Por el otro, asumir como habitual la excepcionalidad del contacto con las primeras figuras del escenario nacional, verlos interactuar, tenerlos como “fuentes”. Lo que abarcaba desde “próceres” contemporáneos, como Raúl Alfonsín -por entonces bastante vapuleado-, hasta figuras emergentes como Cristina Kirchner o Elisa Carrió, y estrellas por entonces rutilantes, como “Chacho” Alvarez.
Pero además, la convención se convirtió en el espacio privilegiado de debates previstos y también inesperados. En una suerte de agenda paralela a las sesiones de los convencionales, desfilaron por la explanada manifestaciones y concentraciones que impulsaban -o intentaban evitar- decisiones sobre temas que, a la vez, se buscaba instalar en la agenda pública. Desde los derechos de los aborígenes hasta una discusión en ciernes, asociada a la determinación del inicio de la vida, y que dos décadas después eclosionaría sin terminar de resolverse en las discusiones sobre el aborto legal.
Si el “Pacto de Olivos”, génesis de la reforma y de la convención, era fuertemente vituperado y a la vez atacado en sus efectos, en los intentos por “abrir” el paquete acordado bajo la forma del Núcleo de Coincidencias Básicas -temas que debían tratarse sí o sí todos juntos, y de ninguna manera uno sin el otro-, otros acuerdos políticos fraguaban o restallaban entre las paredes de la universidad, y sus reverberaciones eran recogidas por los ávidos micrófonos de los periodistas.
El vertiginoso desenvolvimiento de la convención -siempre acuciada por los plazos, siempre en riesgo de no llegar a cumplir de manera completa su cometido en los términos prefijados- se vio matizado por los avatares del desenvolvimiento de la selección nacional en el Mundial de Fútbol de Estados Unidos, y paralizado por la estupefacción y el horror del atentado a la Amia.
Santa Fe, entre la agitación del paso de las delegaciones y la responsabilidad de alojar a los ilustres -e incluso famosos- residentes temporarios, terminó de ganarse por entonces por derecho propio su condición de “ciudad de las convenciones”, y un nuevo lugar de consideración en la trama institucional del país.
Con una cobertura completa y comentada, El Litoral y los cronistas y columnistas que nos vimos involucrados en ella, aplicamos y adaptamos ritmos, tiempos y modos de trabajo a las exigencias de un acontecimiento político de relevancia, que era a la vez un hito histórico, un foco de demanda de la opinión pública, y un espectáculo de infrecuente magnitud. Con la conciencia más bien intuitiva de que, en cada una de esas dimensiones, había que estar a la altura.
Un proceso valioso, más allá de las críticas
Por Víctor Fleitas
Periodista. Actualmente secretario de Redacción de EL DIARIO de Paraná.
Fue un día soleado y ventoso aquel miércoles 24 de agosto de 1994 en que los 302 convencionales constituyentes, junto a los presidentes de la Nación, de la Corte Suprema de Justicia y de ambas cámaras legislativas juraron la Carta Magna, recientemente reformada.
La ceremonia tuvo lugar en el Palacio San José, ubicado entre las localidades de Herrera y Caseros, a 30 kilómetros de Concepción del Uruguay, en la provincia de Entre Ríos. Convertido en Museo Histórico en 1935, fue especialmente restaurado para aquella jornada, que se inauguró con el arribo en un vehículo militar descubierto que transportaba al titular del Ejecutivo nacional, Carlos Menem; su hija Zulema María Eva; y al gobernador de Entre Ríos, Mario Moine.
Lo que originalmente fue una Posta (su magnificencia en medio del campo hizo que en el habla popular se la asumiera como un “palacio”) supo ser la residencia del general Justo José de Urquiza y de su esposa Dolores Costa. Hace 25 años, el lugar lució sus mejores galas. “El improvisado recinto contó con la iluminación natural de un sol que se desplazó cómodamente en el cielo diáfano, y un sistema de renovación de aire producto del viento noreste que, por momentos, alcanzó cierta intensidad”, cita EL DIARIO de Paraná, al agregar que “las butacas se erigieron con sentido este-oeste en la entrada posterior del palacio, en un cuadrado descampado cuyos lados medían alrededor de cien metros”.
En la parte más descriptiva de la pieza de comunicación se indica que “rodeado de gruesa arboleda, sobre el predio recientemente asfaltado, se levantaba una tarima, cubierta con una roja alfombra” y que “sobre ella” sobresalían “los asientos en pana verde y rojo; a su frente, el estrado con las autoridades de la Convención” y como fondo “un cortinado beige oscuro, de 30 metros de largo por 10 metros de ancho, con los escudos de la Nación y las provincias colgando”. Tal como se había acordado, el acto fue muy medido, tanto que no contó con discursos.
25 años de la Reforma de la Constitución
Formalmente, las deliberaciones habían comenzado el 25 de mayo de ese año, en el Teatro “3 de Febrero”, de Paraná, y en el mismo lugar terminaron el lunes 22 de agosto. El edificio, referencia inevitable de la cultura paranaense, también fue remodelado para que esté a tono con un acontecimiento trascendente, tanto que entre los centenares de integrantes de los 18 bloques que actualizaron el texto constitucional se encontraban diez gobernadores, un ex Presidente de la Nación, los principales dirigentes políticos nacionales y provinciales, líderes de la oposición y académicos.
Algunas comisiones funcionaron en el Colegio de Ingenieros, la Biblioteca Popular del Paraná, la sala del Superior Tribunal de Justicia y el Museo de Bellas Artes “Pedro E. Martínez”, pero el grueso de las actividades se desarrollaron del otro lado del río, en Santa Fe, en dependencias de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UNL y especialmente en el Paraninfo, refaccionado como recinto de sesiones.
Las evaluaciones del proceso han sido múltiples. Por un lado puede destacarse que, por primera vez desde su sanción en 1853 (y no sin esfuerzos), un amplio abanico de las representaciones políticas participó de la reforma de la Constitución.
También es cierto que las modificaciones e incorporaciones producidas eran largamente reclamadas y que, si bien puede que la redacción final no haya dejado conforme a todos, se sentaron las bases de una mejor calidad institucional que, en todo caso, pudieron haber sido continuadas con la promoción y sanción de leyes específicas, lo que de hecho no ocurrió. Una nueva forma de distribución de la coparticipación entre el Estado nacional, los estados provinciales y la (consagrada en esa oportunidad) Ciudad Autónoma de Buenos Aires forma parte sin duda de esas tareas pendientes.
En cambio, el reconocimiento de que los tratados internacionales tienen rango constitucional ha generado desde ese momento fuertes avances en el diseño de políticas de restitución de derechos o, en casos en que se los afectaba, elementos de los cuales asirse para producir los reclamos correspondientes.
Para las ciudades de Paraná y Santa Fe se trató de un hito, en tanto permitió posicionar a escala nacional la región metropolitana y, por unos meses, ser el epicentro del debate político nacional. Además, en el primer caso se aplicaron inversiones que mejoraron una infraestructura edilicia relacionada a las convenciones y al patrimonio histórico, mientras en el segundo, no hay dudas de que dejó huellas el movimiento económico propio de semejante concentración de personas.
Por fuera de eso, se anotó con letras doradas los nombres de ambas capitales a los manuales al menos de Historia, Ciencia política y Derecho.