"La tragedia no se siente hasta que no golpea tu puerta".
La inundación obligó a replantear estrategias de gestión, para la emergencia y para prevenir los desastres. Pero también incorporó nuevas categorías al discurso público, y modificó la percepción de la sociedad con respecto a sus referentes.
"La tragedia no se siente hasta que no golpea tu puerta".
León Gieco (1981)
Además de su saldo trágico, su impacto social y urbanístico, y sus derivaciones judiciales, la inundación de 2003 computa novedades en la dimensión de la política. Inevitables en su momento dada la magnitud de lo acontecido, pero sostenidas o proyectadas en el tiempo por sus efectos.
Una de las más notorias es la irrupción de la categoría de las personas inundadas como actores; sujetos protagónicos a nivel político, y no relegados a la condición de simple "objeto directo" del accionar proselitista de ocasión, o de mejores o peores diseños de contención social.
La irrupción "física" en el espacio central de personas que no encajaban en el encuadre tradicional y hasta folklórico del "inundado" recurrente, eternizado en el imaginario cultural y colectivo de modo circunscripto a acotadas franjas geográficas y sectores sociales y, sobre todo, con una actitud de pasividad, provocó un efecto conmocionante, y destinado a perdurar. Al igual que los sistemáticos y sostenidos esfuerzos por perpetuar "la memoria", como un mandato histórico y colectivo que asumió carnadura concreta y urgente, y que se tradujo en la instalación de carpas, pancartas, actos alusivos, discursos, acciones y representaciones de distinto tenor. La Carpa Negra de los Inundados y la Marcha de las Antorchas le pusieron nombres propios a ese emergente social, que por lo demás tanto las abarcaba como las excedía.
El suceso y sus derivaciones también impactó en el mensaje político, en boca de los nuevos actores y de los tradicionales. La construcción de un discurso centrado en la condición de "catástrofe natural" del siniestro y ordenado a partir de ella; o enfocado en establecer y subrayar las responsabilidades, y exigir no sólo la reparación sino la rendición de cuentas, estableció una dicotomía que atravesó desde entonces a toda la sociedad y sus canales de expresión. Dicotomía que, con variantes y matices, y también intentos de conciliación (a veces imposible), se aplicó además a la manera de sostener firmemente la memoria y a la aspiración de "dar vuelta la página".
Desde 2003, ninguna propuesta política o plataforma de acción gubernamental pudo dejar de lado lo sucedido. Tempranamente, para encarar la reparación urbana y material, y para valorar o cuestionar lo actuado en ese plano (que, a la par de reconocimiento o falta de él, tampoco estuvo exento de denuncias). El término, que le otorgó denominación al ente respectivo (como antes el de "crisis"), fue aquí "reconstrucción". Y después, para incorporar definitivamente el factor hídrico a todo diseño de gestión, y para posicionarse discursiva y estratégicamente en la cuestión de las responsabilidades y su cauce judicial. Los términos que aparecieron aquí fueron, junto con memoria, impunidad y uno con particular carga connotativa: "inundadores".
Esa fatal categorización no necesariamente fue compartida por las mayorías, pero se instaló de manera resonante en la opinión pública santafesina. Apartó para siempre de la función pública a algunos dirigentes, afectó seriamente a otros en distinta medida, y puso a prueba la hasta entonces inalterable invulnerabilidad de la imagen pública de otros, con el caso más emblemático de Carlos Reutemann.
Referente ineludible y excluyente, y pilar del peronismo en Santa Fe, Reutemann no pudo desde entonces liberarse de ese estigma. Que no impidió un nuevo triunfo del partido en la siguiente ronda electoral para proyectar a Jorge Obeid nuevamente como gobernador, ni que él mismo se impusiera claramente para senador nacional; incluso con los votos de la ciudad capital. Pero que se mantuvo activo y sedimentario en el discurso político santafesino, y a la larga echó sombras sobre la continuidad (y finalmente el declive) de su trayectoria, aún cuando los repudios y escraches en sí mismos fuesen expresiones minoritarias.
Un "caso testigo" que fue tomado en cuenta como referencia incluso en el escenario nacional. Tanto como aquella brutal irrupción del Salado en las calles y en las casas santafesinas y que, igual que en ellas y en sus habitantes, dejó su marca indeleble en la vida política.
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