Domingo Falcone montó su carpintería en la ciudad más austral de la provincia de Santa Fe, dos años después de haber empezado a trabajar con su hermano en otras carpinterías con apenas 17 años. Imaginemos este punto del país hace casi cien años. Los Falcone aprendieron y descubrieron su gusto por el oficio de la madera con 21 y 22 años cada uno, confiando en que podían montar su proyecto compartido y convertirlo en su medio de vida.
Como tantos negocios que parecen contarnos historias vívidas de un pasado que regresa al atravesar la puerta de entrada, la carpintería de Don Falcone guarda imágenes de otra época mientras reedita con cada corte y marco terminado, la historia y vigencia del arte manual, a todo el que la visite.
Domingo descubrió el gusto por la madera desde muy joven.
Los años pasaron para este dúo dando forma a la par proyectos que desafiaron sus manos y cabezas y los volvieron expertos en el rubro. Ambos desandaron su aventura de vivir "haciéndose" en este oficio y pudiendo -según cuenta Domingo-, diferenciarse uno del otro en sus roles a la hora de ponerse al servicio de cada obra. "Yo siempre fui muy puntilloso y prolijo, mi hermano hacía la otra parte del trabajo, lo grueso. Siempre nos complementamos muy bien hasta que el Covid 19 se lo llevó", relató sobre el inesperado final de la dupla histórica. Igual no se detuvo.
A pesar de las despedidas que deja el paso del tiempo, Don Falcone jamás abandonó el movimiento. "Trabajé por muchos años con arquitectos muy conocedores y hemos hecho muchas cosas juntos. Con Horacio Salgado por ejemplo -recuerda- y en ese 'hacer juntos' aprendí de todo", señaló. Con la carpintería ganó amigos, trabajos desafiantes y su deseo de cumplir y compartir, jamás abandonaron su rumbo.
"Hice una escalera, que necesitaba de conocimientos que yo no tenía, así que me tomé esa vuelta el tren a Buenos Aires, me fui a una librería y me compré un libro de arquitectura que me mostró cómo hacer escaleras. Me abrió la cabeza, y como me gustaron siempre los detalles, después pude hacer muchas más. Ese libro que aún conservo me dio las respuestas sobre anchos, altos, volúmenes y fondos, que me permitieron crecer y aprender más", explica, dibujándonos imágenes de película en la cabeza. Viajes a otros tiempos en la búsqueda de saberes y respuestas. Los kilómetros rumbo al encuentro con un libro de tesoros y el amor inclaudicable a un oficio que todavía le alarga la vida.
"El arte, la ingeniería de la creatividad y cualquier taller, no tengo dudas, es el espacio para dar vida a proyectos y creaciones propias, y para atesorar la vida de quien tenga la valentía de subirse al viaje", valoriza Falcone. Mientras jugaba al fútbol -actividad que hizo hasta los setenta y tres años- y fundamenta la estampa longilínea que conserva digna de un deportista retirado, este abuelo impecable todavía disfruta de caminar de su casa al taller y de subirse a su bicicleta también. "A la bici la uso sólo cuando estoy apurado y tengo que hacer algún mandado", aclara.
Legado familiar
Actualmente, lo acompañan en la labor diaria su hijo Beto -Roberto- de 57 años; y sus sobrinos Jorge y Carlos. Él cuenta que en invierno aparece en el galpón tipo 9 de la mañana para evitar el frío más crudo, y cumple con gusto las casi 8 horas de trabajo mañana y tarde. "En verano con el calor tipo 4 y media ya estoy", cuenta con orgullo.
Soy de las que cree que reconocer la sabiduría y el ejemplo de los que nos preceden, es una forma de honrar la vida y el esfuerzo. Ver a Don Falcone con sus manos de artesano en acción, su delantal pintado de aserrín y su metro de madera en el bolsillo trasero del pantalón, es una poesía sobre el buen vivir.
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