Por Gerardo González
Considerada "una de las mentes más brillantes del siglo XX", la figura del religioso intelectual, periodista, escritor, poeta y cantor oriundo de nuestra “Perla del Norte” continúa pasando desapercibida para propios y extraños, a pesar de su vasta trayectoria y muy prolífica obra.
Por Gerardo González
El territorio de Reconquista, en aquellos tiempos sin ser todavía ciudad, vio nacer el 16 de noviembre de 1899 a Leonardo Castellani, hijo de un inmigrante italiano, Luis Héctor Castellani, y de Catalina Contempomi.
De su padre oriundo de Firenze y naturalizado argentino, maestro y periodista, fundador del diario El Independiente, hombre de carácter impetuoso y de firmes convicciones, heredó la naturaleza apasionada e indoblegable, que conjugó con una libertad interior espontánea e ingenua comparable a la de un niño que expresa lo que siente sin medir las consecuencias.
Allí creció, a la vera del río, en contacto con el paisanaje y con aquellos pioneros que luchaban a tientas, guiados por el instinto, para abrirse camino; allí forjó su visión del mundo y aprendió a amar a la patria. Allí, en la infancia, comenzó a manifestarse su vocación de narrador y su capacidad de observación.
Temperamental, impulsivo, contestatario, frontal en la expresión de sus ideas pero respetuoso de la libertad de pensamiento de los otros; poseedor de una sólida formación intelectual, obtuvo el grado de Doctor Sacro Universal en la Pontificia Universidad Gregoriana y el de Doctor en Filosofía, Rama Psicología, en la Sorbonne, que le permitió desarrollar una actividad polifacética como periodista, docente, escritor, pero por sobre todo pastor de almas. Fue dueño de una intuición, una agudeza y una rapidez de juicio que solían depararle cuestionamientos y problemas.
En una fantástica investigación de aproximación a la obra de Leonardo Castellani, escrita por la Doctora en Letras y profesora hemérita de la UCA USAL Ana María Llurba, podemos advertir que su solidez teológica y su alta espiritualidad se unen al saber científico y al de las ciencias del espíritu en sus creaciones, frutos difíciles de encuadrar en el paradigma del canon literario que responden a un género singular, acorde a la peculiar personalidad de Castellani.
“Sus obras de imaginación son frutos originales, que parecen no responder a un plan escritural determinado y estructurarse a partir de las peripecias; discursos narrativos donde el contexto sociohistórico gravita profundamente en la acción en tanto que la historia se entreteje con las ciencias, los sentimientos y la religión para expresar, con sencillez, los problemas más intrincados de la condición humana y la filosofía o bien las verdades de la Fe”, dice la autora.
Leonardo Castellani fue un apasionado en su vida y sus fantasías literarias, que nacen de un arrebato vital surgido de la intimidad de su espíritu. Fue un hombre que escribió cuentos porque, según él, no podía evitarlo; como señala en el prólogo a “Historias del Norte Bravo”, relatos en los que presenta un mundo simple y complejo al mismo tiempo y plasma su temática recurrente: la religión; la familia; la problemática de la muerte; la preocupación sociológica; la ternura por los desvalidos; el amor a los niños; la admiración por la fortaleza de los que luchan; la importancia de las cosas simples; el profundo rechazo de la politiquería, la ruindad y el crimen.
La originalidad de Castellani radica, acaso, en que sus historias, al remitir a un contexto social que las enmarca y del que nacen, cuyo sentido es preciso descifrar, abre camino a la narrativa no ficcional y, paralelamente, en un nivel más profundo constituyen una investigación y una denuncia acerca de esa realidad y de la sociedad contemporánea.
Castellani mira el mundo con una actitud crítica y denuncia la frivolidad de la vida moderna y el avance del mal ante la pasividad de la sociedad y el aburguesamiento de los católicos, al mismo tiempo que expresa su amor por la justicia y el deseo de alcanzar la restauración del orden social en Cristo. De allí que, en sus textos profanos, donde hallamos profundas reflexiones dogmáticas matizadas por el humor, nos ofrezca una visión de la realidad a la luz de la teología.
En el prólogo a Historias del Norte Bravo, Castellani, desdoblado en el seudónimo “Jerónimo del Rey”, reflexiona sobre el origen, la utilidad y el fin de sus historias:
“Con la ayuda de mi amigo [el jesuita Castellani], que se dignó prestarme sus instrumentos de introspección, hallé tres capas concéntricas, cada vez más sutiles, de motivación. La primera podría denominarse recuerdos de infancia, fuerte, recuerdos eruptivos, como dice mi amigo que dice Bacon. La segunda sería la percepción en ellos de dos o tres grandes leyes que rigen terriblemente la vida del hombre. La tercera sería un embrión de sistema de conocimiento interno y experimental de la Argentina por dentro, a través del conocimiento de mí mismo”.
Hay, en la narrativa castellaniana, una función catártica. Este hombre que observa la realidad en constante transformación, con la mirada ingenua. Esas «cosas simples» que constituyen lo «más importante» son una constante en su obra: la religión y la familia con el valor sociológico que comportan, el tema de la muerte, el rechazo del crimen y la ruindad, de la politiquería, el amor a los niños y la ternura por aquellos que sufren, por los desvalidos, la admiración por la fortaleza para resistir la adversidad de la vida.
El tema eje de la creación de Castellani es la realidad espiritual, la búsqueda constante de la perfección interior que lleva a Dios, al Ser Absoluto con el que el alma busca identificarse, fundirse, para transmitir su mensaje.
Su ideal es la Verdad; su estética, sustentada en la moral y el saber, es la expresión de la sencillez y la humildad; su intención, mostrar al hombre contemporáneo, reflejado en el espejo de sus narraciones, su vacío espiritual, la pérdida de ese centro interior en el que se encuentra Dios y del sentido de trascendencia de la vida.
En una de sus últimas entrevistas en vida, el también escritor y periodista Rodolfo Braceli escribió para la revista Siete Días: El padre Leonardo Castellani murió a los 81 años, con casi 60 libros editados y una erudición, humor y espíritu crítico que muy pocos argentinos de este siglo han tenido. Peleó con todos, menos con Dios. Padeció cesantías. Vivió desterrado, enfermo y al borde de la locura, por sus conflictos dentro de la Iglesia. Juan XXIII le devolvió sus facultades sacerdotales y la celebración de la misa. Escribió cuentos policiales, teología, poesía, teatro, ensayos, periodismo. Aunque en veredas muy opuestas, se lo compara por su volumen al mismísimo Borges, y por esa forma frontal de asumir todos los asuntos a su muy aborrecido Jean Paul Sartre. Pasó los últimos días de su vida arrinconado, enfermo y pobre. Solo asistido por una mugrosa pensión y la ayuda de su asistente, la profesora caminos. Es un enorme desconocido para la mayoría. Otro lujo que nos damos los argentinos, en medio del desierto y la chatura.