La historia del monumento que sorprendió a Estanislao Zeballos cuando visitó San Carlos
El intelectual y político llegó a la colonia en 1879 dentro de una gira por el país que le permitió escribir su “Descripción Amena de la República Argentina”. Le llamó la atención un pilar de santos edificado en los trigales por una colona que había recurrido a la fe para ahuyentar a las langostas que asolaban sus campos.
Nacido en Rosario en julio de 1854, Estanislao Zeballos fue un político destacado de la generación del ‘80, la élite que gobernó la Argentina en el período que se conoce históricamente como República Conservadora, entre 1880 y el triunfo electoral de Hipólito Yrigoyen en abril de 1916, tras la promulgación de la Ley Sáez Peña. Ocupó el cargo de ministro de Relaciones Exteriores, pero a su faceta de político y jurista sumó muchas otras, entre ellas las de historiador, etnógrafo, geógrafo.
Si se lo mira en retrospectiva, no fue un personaje exento de polémicas: en su artículo “Suma Geográfica Argentina” llegó a indicar que la Argentina existía “un reducido número de indios y negros, lo que le brindaba superioridad sobre sus vecinos latinoamericanos” y como impulsor de la Campaña del Desierto que ejecutó Julio Argentino Roca aseguró: “la barbarie esta maldita y no quedarán en La Pampa ni los vestigios de sus huesos”.
En su rol de viajero y geógrafo, con tan solo 25 años de edad este intelectual recorrió, en 1879, buena parte del país para recoger información para su obra “Descripción Amena de La República Argentina”, que fue editada en 1883. Ese viaje lo llevó hasta las colonias agrícolas y tras pasar por Esperanza y San Jerónimo, se acercó hasta San Carlos para recorrer la que, según sus propios términos, era “la más rica y más hermosa de las colonias agrícolas”. La expedición de Zeballos no era casual: ese mismo año había sido fundador del Instituto Geográfico Argentino, del que fue su primer presidente y que le serviría como red de contención luego para una serie de investigaciones en el norte de la Patagonia.
De su llegada a lo que hoy es el aglomerado urbano que incluye a San Carlos Centro, Sud y Norte, dejó constancia en sus escritos. “Será para mí una entrada inolvidable la que hice por la gran avenida de San Carlos. Estaba tan alegre mi corazón, que me parecían columnas triunfales los alamos enhiestos y los eucaliptus olorosos”. Dado que todavía no era un hombre público, Zeballos tuvo una posibilidad que no tuvieron otros visitantes ilustres que fueron sus contemporáneos, como Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás Avellaneda: pasear por todo el lugar sin el corset impuesto por el protocolo. Lo describió de la siguiente manera: “gozaba las emociones y las alegrías que sienten los patriotas en los días de las grandes fiestas cívicas; y, sin embargo, a mi paso no había agrupaciones humanas con músicas y banderas. Viajaba entre la indiferencia de gente para las cuales era un desconocido”.
Archivo El Litoral
Foto: Archivo El Litoral
Tres santos, Jesús, José y María
Pero el detalle que más llamó la atención de Zeballos, por su significación y colorido, fue el monumento conocido como “el pilar”, que estaba situado cerca del camino que va de San Carlos Centro a San Carlos Norte y, ataviado por una serie de imágenes religiosas, se levantaba en medio de los trigales de doña Martina. ¿Quién era esta dama? El propio Zeballos responde esa pregunta en sus detalladas descripciones de la zona. “Era una colona piadosa, caritativa y progresista que dirigía sus negocios con éxito completo y había efectuado numerosos viajes a Europa”.
La historia de este pilar, al parecer tenía que ver con la plaga de langostas que asolaba la región. Las sementeras de doña Martina, como las del resto de la zona, sufrían este flagelo, que según cuentan las crónicas cuando llegaba “tapaba el sol”. De modo que en 1875 la mujer buscó en la religión el remedio contra la plaga: edificó una columna compuesta de dos tubos superpuestos y coronados por una pirámide de base rectangular. En las cuatro caras del cubo superior hizo pintar santos, formando nichos de cristal y tela de acero. En la cara sur, había una pintura de Santa Catalina, en la norte una de San Roque, al este estaba San Carlos Borromeo y al oeste representaban a Jesús, María y José. Todos estos detalles impresionaron al joven Zeballos, quien lo consignó con lujo de detalles en sus crónicas.
Archivo El Litoral
Foto: Archivo El Litoral
Isletas en el trigal
En los tiempos en que Estanislao Zeballos recorrió la región que hoy forma parte del departamento Las Colonias, las poblaciones eran todavía muy jóvenes, con apenas un par de décadas de vida. A fuerza de trabajo sostenido y de un sólido proyecto de país que apostaba por ellos, los colonos habían logrado prosperar a pesar de las tremendas dificultades que se abrían a lo largo y lo ancho de la pampa gringa. “Recorrer la colonia San Carlos, sobre todo en verano, es un paseo encantador, cuando maduro los trigos, se presentan en campos ilimitados para la mirada, cubriendo parte de los edificios, que surgen de entre las espigas como los buques del mar”, describió Zeballos en sus bitácora. “Las casas de los colonos aparecen de relieve y graciosamente como verdes isletas de árboles o jardines entre el trigal”, añadió.
Sorprendió también al visitante que, mientras recorrían los caminos laterales en sus carros, los colonos saludaban a todo el mundo. “Nadie pasa sin saludarse recíprocamente en comarcas de gente buena, hospitalaria y sencilla”, registró.
Tras ocupar diversos cargos públicos y desarrollar una sólida carrera como abogado y académico, Zeballos falleció en Inglaterra el 4 de octubre del año 1923. Había viajado para dictar una serie de conferencias.