La historia de "La Primera": la fábrica de pianos orgullo de Pilar que hoy vive en el recuerdo de sus trabajadores
Fue inaugurada en 1940 en la localidad del dpto Las Colonias. Pionera en el sector y un salvoconducto para un pueblo sin trabajo. Mantuvo sus puertas abiertas hasta principios de la década de 1990. En lo que quedó de las instalaciones hoy funciona una empresa de encendidos eléctricos para motos. Fotos de la empresa en funcionamiento y relatos en primera persona.
Imagen extraída de la publicación Pilar un pueblo y sus pianos
Los pueblos y ciudades de la provincia de Santa Fe construyen su idiosincrasia a base de hábitos y costumbres; a las necesarias vivencias de sus personajes y a las características únicas de lugares y edificios que los conforman. Así se replican, de generación en generación, las leyendas urbanas de cada comunidad. Es el caso de la historia de la fábrica de pianos de Pilar, un emprendimiento único en Sudamérica que supo ser el emblema de la comuna del departamento Las Colonias y que hoy vive en el recuerdo de sus trabajadores.
Hay quienes dicen que las crisis son las mejores oportunidades para aplicar nuevas ideas, proyectos revolucionarios y concretar los sueños. Algo de eso, y la imperiosa necesidad de promover fuentes de trabajo, impulsó a la comunidad pilarense a evaluar una serie de propuestas para generar empleo. Terminaba la década de 1930 y una comisión integrada por los referentes de la localidad puso sobre la mesa la necesidad de abrir una fábrica, para frenar la migración de la población más joven y en simultáneo atraer pobladores.
Fue así que surgió la iniciativa de erigir una fábrica de pianos. Según recuerdan publicaciones de antaño, los pilarenses fueron a buscar a la ciudad de Santa Fe a un artesano especializado en la construcción de este instrumento, “se llamaba José María Alcayde”, detalla “Pilar un pueblo y sus pianos”, libro que salió publicado en 1986 cuando la localidad festejó los 100 años. “La suscripción popular de acciones fue un éxito, y la primera fábrica de pianos del país se instaló en Pilar. Así, los gringos y los criollos, los artesanos y los desocupados, comenzaron a trabajar”, agrega esa publicación. Primero llevó el nombre del especialista y tras su retiro se llamó “La Primera”.
Fue, precisamente, pionera a nivel sudamericano en la fabricación de los pianos, todo de manera artesanal. En su momento de esplendor (década de 1960), coinciden las fuentes consultadas, se hacían 110 pianos mensuales y el personal trabajando llegaba a 270. “No existe en el país una industria como ésta: un lugar en el cual, durante años se haya traspasado esta artesanía de padres a hijos, de manos a manos. Un lugar donde, además del trabajo, se comparte la vida misma”, describe el citado suplemento. Para reconstruir la historia de esta fábrica, qué mejor que hablar con sus protagonistas; los empleados que durante largos años formaron parte. El Litoral pudo dialogar con dos de sus trabajadores, quienes gentilmente se prestaron a una charla amena y llena de recuerdos.
Archivo El Litoral
Foto: Archivo El Litoral
La última de La Primera
En los 50 años que permaneció abierta (cerró en 1992), la empresa cosechó (además de los pianos, claro está) innumerables anécdotas y vivencias; como las que Patricia Bracamonte trajo al presente. La pilarense fue la última empleada en dejar la firma y contó su experiencia.
—¿Cómo fueron sus comienzos en la fábrica?
—Buscaba trabajo y un señor que era muy amigo de quien ahora es mi marido, me contrató como empleada doméstica en su casa. Después me dijo que vaya a la fábrica. Cuando entré tenía 14 años. En ese entonces, ingresé a la sección “Lustre”, donde estuve los primeros cinco años. Luego pasé a “terminación”, donde las tareas eran más complejas y tenía que salir todo perfecto. Era el último paso antes de sacar el piano para importarlo. Me gustaba el trabajo, me encantaba el lustre. Éramos todos compañeros y nos ayudamos unos a otros. Cuando pasé a “terminación” ya éramos menos, tres personas: el que afinaba, el que armaba y yo los terminaba.
Éramos tres mujeres y el resto varones. No teníamos un trato especial y todo se manejaba dentro del respeto. Todavía sigo siendo amiga de esas personas que trabajaban conmigo.
Archivo El Litoral
Foto: Archivo El Litoral
—¿Qué recuerdos tiene de sus años en la empresa?
—Trabajé 14 años dentro de la fábrica. Por eso me dolió cuando la cerraron, fue parte de mi vida. Otros se fueron a buscar otro tipo de trabajo pero yo me quedé con lo mio. Siempre adoré el lustre. Ahora sigo haciendo lo mismo, tengo 55 años y continúo trabajando la madera; machimbre, puertas, reparo muebles. Me quedaron muchos amigos de la fábrica. Hasta el día de hoy cuando nos cruzamos en el pueblo, nos ponemos a charlar. ‘Te acordás cuando..’ y ahí arrancamos con los recuerdos. A mí me pusieron el apodo de ‘Chilindrina’ (N.del R. hace referencia a un personaje de la serie mexicana “El Chavo”) porque iba con el pelo atado. En la actualidad todavía hay gente que pasa y me dice ‘hola chili’.
Archivo El Litoral
Foto: Archivo El Litoral
— Fábrica de pianos cerrada y ¿entonces?
— Cuando dejé de trabajar, que me dijeron ‘no venís más’, con mi marido emprendimos una mueblería en Pilar. Alquilamos un galpón y montamos algo nosotros. “¿Qué te parece si seguís el rubro de lustrar?”, me preguntó mi esposo y le dije que sí. Así que pusimos una empresa de placares. Yo los lustraba y mandábamos al norte. Hoy continúa abierta nuestra empresa.
— Uno imagina que los últimos días de la fábrica fueron muy tristes...
—Las semanas previas al cierre fueron de una amargura total, sobre todo cuando me dijeron que era la última en salir, junto con otros dos compañeros. Yo la quería mucho, era un segundo hogar para mí. Era mi vida, yo trabajaba y me gustaba hacerlo. Son sentimientos encontrados. Me siento orgullosa de haber sido la última pero, al mismo tiempo, tristeza porque se cerraba. Era una fábrica que tenía vida; vino un hombre de afuera y que la haya cerrado fue lamentable. En el pueblo se decía que ese señor la fundió. Había familias enteras que trabajaban y llevaban el pan a su casa. Y que de ‘rompe y raja’ llegue este hombre y en un año y medio la cerró, fue lamentable. Mucha gente quedó sin trabajo. Cuando la fábrica cumplió 50 años vinieron medios de Buenos Aires e hicieron varios informes, incluso un programa de TV y un libro. Pensábamos que la empresa iba a remontar pero no, fue para atrás. Lamentablemente se cerró.
Imagen extraída de la publicación Pilar un pueblo y sus pianos Patricia Bracamonte, fue fotografiada mientras trabajaba en la fábrica por medios nacionales
Patricia Bracamonte, fue fotografiada mientras trabajaba en la fábrica por medios nacionalesFoto: Imagen extraída de la publicación "Pilar un pueblo y sus pianos"
Trabajo y amigos
Con la difícil tarea de traer del pasado los recuerdos de la vieja fábrica, Carlos Ravasio le contó a este diario sus anécdotas relacionadas a la empresa. “Entré en 1976 con 24 años y trabajaba en la sección “Lustre”. Recuerdo que con un soplete pintaba las piezas, después hacíamos todo el proceso de lijado hasta que se terminaba el piano”, comenzó.
—¿Qué recuerdos tiene de sus años en la empresa?
— Tengo buenos y malos. Cuando ingresé, la fábrica empezaba a estar mal. En su mejor momento, la empresa llegó a tener más de 100 obreros y vender más de 100 pianos por mes. Con la llegada de la tecnología se fueron vendiendo menos. Ya en los últimos años, en la firma se empezaron a hacer otras cosas como muebles, gabinetes para televisores, porque los pianos se vendían cada vez menos.
Llegaba media hora antes y nos sentábamos con mis compañeros en la vereda en unos banquitos que había a charlar. Después ingresábamos a la fábrica. Como todo trabajo, al principio uno va aprendiendo y después, con el tiempo, se transforma en una rutina. Se hacía fácil.
La fábrica también me dejó amistades. Uno de mis mejores amigos, que hoy tiene 80 años, lo conocí en la empresa. Lo veía en el pueblo pero la amistad la forjé dentro de “La Primera”. Una vez al mes teníamos una peña con los compañeros de la fábrica. Creo que es lo mejor que me quedó. Mantuve contacto con muchos de mis compañeros. Varios ya fallecieron, ya pasaron 30 años de que cerró.
Archivo El Litoral
Foto: Archivo El Litoral
—¿Cómo fueron los últimos días de la fábrica?
— El último manotazo de ahogado fue traer al programa de la Televisión Pública. Después de ese programa le vendieron la empresa a otro hombre que nos terminó engañando a todos: primero sacó un crédito, luego ingresó gente e hizo refacciones; ¡parecía que habíamos ganado el Quini 6! Pero al año la cerró.
Lo peor era ver a la gente mayor quedarse sin trabajo. En ese momento, también se cerró la fábrica de raquetas de tenis “Beliz”. Imagínense lo que fue para un pueblo chico que más de 100 obreros se queden en la calle. Los últimos días estábamos todos muy amargados. Me acuerdo cuando mandaron a toda mi sección, que en ese entonces éramos ocho o nueve personas, al correo para enviar el telegrama de renuncia; íbamos llorando.
—¿Qué hizo cuando cerró La Primera?
— Cuando cerró la fábrica, me las rebusqué haciendo algunas cobranzas, encontré un amigo que vendía rifas para el hospital Cullen y de Niños y lo ayudaba con eso. Era soltero y estaba con mis padres; uno colabora pero no es lo mismo tener familia con hijos.
Antes de que cerrara ya se sentía tristeza en todo el pueblo. Nos debían plata e incluso ropa. Hicimos una protesta en la calle. Uno sabía que tenía que reclamar pero a la vez entendía a la patronal que no quería que la fábrica avance, pasaba que el piano no se vendía más. Lo mismo sucedió con la fábrica de raquetas, no se aggiornaron y cerró.
La historia de la fábrica de pianos de Pilar, Santa Fe
De Santa Fe al mundo
Desde sus inicios, en “La Primera” se realizaba un extenso proceso de fabricación que abarcaba desde la llegada de las diversas variedades de madera, nacionales e importadas, hasta la terminación y afinación del instrumento que salía de planta listo para ser ejecutado. Por ello fue única en Sudamérica.
La fábrica tenía distintas secciones: la carpintería gruesa; la herrería donde se hacía el matrizado de clavijas y la perforación del armazón; la de armado de los puentes y la caja armónica; la carpintería, la de encordado donde se construían las bordonas del piano, con el acero y el cobre, la de enchapado donde se le ponía el traje a la madera y la de rearmado, en un sector.
Los productos finalizados, que requerían un complejo trabajo de muchos meses y fases de armado, ensamblaje, afinación y prueba, se exportaban a las más reconocidas casas musicales de Europa. Mientras que en Argentina, se abastecía de instrumentos a clásicas firmas del rubro, como Canale Hnos., de Córdoba; Pianolandia, de Mendoza; Establecimiento Musical Paneli, de Bahía Blanca; Casa Soprano y Antigua Casa Núnez, de Buenos Aires; Inlawer, de Eldorado, Misiones; y Casa Alvarez, de Santa Fe.