Esta es una tierna historia entre una familia de Coronda y un colibrí. Particular, con muy pocos antecedentes porque ese pajarito de aleteo infinito parece siempre inalcanzable, salvo para los que se animan a capturarla en una desenfocada foto.
Lamentablemente la pequeña ave, a quien se le había quebrado un ala como consecuencia de una tormenta y por ende no podía volar, murió luego de que durante casi tres meses sus cuidadores intentaran torcer la equilibrada y cruel realidad de estos pájaros.
Esta es una tierna historia entre una familia de Coronda y un colibrí. Particular, con muy pocos antecedentes porque ese pajarito de aleteo infinito parece siempre inalcanzable, salvo para los que se animan a capturarla en una desenfocada foto.
Pero las historias cruzadas por el afecto no siempre tienen final feliz. Es más, era previsible que esto pasara… Y pasó… Desde el Jardín de los Colibríes de Misiones ya le habían advertido a Miguel Angulo, el padre adoptivo de Esperanza, que las probabilidades de que el ave sobreviviese eran escasas y que con el paso de los días iban a decrecer al mismo tiempo que su metabolismo exigía recargar energía todo el tiempo.
Justamente, esa cruel manera de vivir, bella para los que miran al picaflor, pero al filo de la navaja para estos pájaros que si no comen cada 20 minutos, si no liban polen permanentemente y si no vuelan y queman energía, serán inexorablemente desgastados por su propio organismo. Esperanza, el picaflor que la familia Angulo cuidó con un esmero conmovedor, murió este martes.
El propio protector lo explicó de esta manera: “el domingo por la tarde fuimos a la costa del río y me llamó la atención que Esperanza no estaba activa como otras veces, pensé que se debía a que estaba fresco. Cuando volvimos y la puse en su jaula se cayó 2 o 3 veces del palito, le costó mantener el equilibrio, pensé que era algo casual”.
Luego, el proteccionista agregó que “el Lunes por la mañana en vez de estar parada sobre el palito estaba prendida a la pared de la jaula, la puse sobre el palito, luego de desayunar la saqué como hacía diariamente y la puse sobre la percha de alambre en la que se posaba siempre, noté que estaba bastante quieta y entrecerraba los ojos, no sabía si se debía a que no había dormido por estar prendida de la pared de la jaula o bien que estaba por suceder lo que me habían dicho, que cuando no pueden volar no viven más de 2 o 3 meses...”.
Y lamentablemente, el decaimiento de su organismo fue tan veloz como las alas cuando funcionan, pero recordemos que Esperanza no iba a poder volar más porque tenía mal soldada una fractura de una de sus alas: “Estuvo así todo el día, pero comía. El martes ya no quiso salir de la jaula, apenas le puse la comida se movió por el palito para comer pero se cayó de cabeza 2 o 3 veces, luego la vi comer una vez más y después se quedó parada del lado opuesto a su comedero, yo le ofrecía para que coma y solamente comió 3 o 4 veces más durante la mañana”.
En la protectora de estas aves le habían recomendado la eutanasia cuando vieran que estaba sufriendo, con todo el dolor del mundo Miguel y su familia lo intentaron pero no consiguieron un veterinario que la atendiera. De todas maneras, cuando volvió de hacer esos tristes trámites, Esperanza les había ahorrado ese lúgubre paso y ya yacía quieta y con sus ojos cerrados para siempre.
La familia de Angulo la llevaba a todos lados, a la costa, a pasear, la tenían siempre cerca, le daban de comer y beber todo el tiempo, como si fueran asistentes de colibríes, como si fuera una hija podríamos decir… la ponían a aletear un buen rato para que hiciera ejercicios. Insistimos, la dedicación por esta diminuta ave fue emocionante para todos los que seguimos con expectativa su vertiginosa vida, pero no alcanzó. “La extrañamos a la chiquitina, estábamos todo el día con ella, tenía la esperanza de que sobreviva, debido a la atención que le brindaba (ejercitar las alas, sacarla a tomar sol, sacarla a pasear, etc.) pero no pudo ser” se lamentó Miguel Angulo con la tristeza que tiene aquellos que tienen vocación por lo que hacen.
Por algo se llamaba Esperanza… un pajarito con pico generoso y alas desesperadas a quien una tormenta le truncó el vuelo y le puso un reloj muy corto para vivir, en un mundo donde todavía hay quienes no se dan cuenta que un rifle o una honda pueden generar tanto mal en una criatura que se cuelga de nuestros cielos para hacerlo un poquito mejor.
Ahora Esperanza es una redundancia. Porque estos pájaros, según las leyendas, son los transportadores de espíritus buenos desde las flores hacia el paraíso. Ahora se fue con un pedacito del corazón de Miguel, Susana y Dora hacia el cielo que los patriarcas de los pájaros todo el tiempo miran para que sus heridas alas nunca sean olvidadas.
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