Pablo Rodríguez
redaccion@miradorprovincial.com
Pese a que estadísticamente el número de tatuadoras mujeres en Venado Tuerto es relativamente bajo (sólo cuatro en casi 90 mil habitantes), de a poco, se van sumando en el mercado nuevas trabajadoras de la tinta sobre el cuerpo. En un ámbito que otrora era mayoría de hombres, hoy a nivel nacional esa barrera se rompió y cada vez son más las chicas que dejan su marca artística en la piel de cientos de venadenses.
Pablo Rodríguez
redaccion@miradorprovincial.com
En la ciudad de Venado Tuerto, Daiana Ibáñez, Florencia Barbiani, Virginia Lamas y Micaela Billings, forman parte del pequeño y privilegiado grupo “sub 30” que incursionan en este rubro. Todas trabajan en forma independiente, algunas también están perfeccionándose en la colocación de piercings y no sólo se vinculan con vecinos de la ciudad, sino también con la región.
Curiosidad y vocación
Daiana Ibáñez, tiene 25 años y desde hace casi dos incursiona en este arte. “Estaba estudiando Arquitectura en Rosario y pintaba cuadros en acrílico. Sin embargo sentía que no era lo mío”, reconoció la joven, para luego afirmar que el mundo del tatuaje siempre le gustó.
“Fue a fines del 2015 cuando pude comprarme mi primera máquina para tatuar y es al día de hoy que sigo aprendiendo de este arte. Más que nada fue por curiosidad y por vocación. Desde que soy muy chica me gustó dibujar, pintar y cuando incursioné en el arte del tatuaje descubrí que es lo que verdaderamente me gusta y quiero para mi futuro, más allá de la salida económica que pueda llegar a tener”, destacó.
Pero también, afirmó que tatuar no fue siempre algo de hombres, porque “simplemente hay instaurado un preconcepto de que la mujer no es buena tatuadora y sorprende si una mujer hace bien este oficio, cosa que al hombre no se le cuestiona”.
“Van a existir buenos y malos tatuadores continuó- sin importar si es hombre o mujer. Hoy en día esto está cambiando y por suerte ya se está dejando de condicionar este arte por el género y no por la capacidad artística”.
Y agregó: “Pienso que el que quiera incursionar en el arte del tattoo, con el compromiso y la responsabilidad que conlleva lo pueden hacer, tanto si se es hombre o mujer. Seguramente hay muchas chicas con capacidad para poder incursionar, pero también es muy difícil porque hay muchos tatuadores hombres y es un ambiente muy cerrado en Venado. En mi caso me las tuve que arreglar sola para aprender y ser lo que soy hoy. Los tatuajes tienen mucho estudio de dibujo y de pintura, disciplina y dedicación. Hay que estudiar constantemente para progresar y enriquecerse. Y ser humilde sobre todo para saber reconocer errores y poder apreciar críticas. A todas las mujeres que tengan interés en este arte, les digo que se animen”.
Los primeros pasos
Micaela Rodriguez tiene 19 años y además de ser la más joven de las tatuadoras venadenses, lo es en cuanto a experiencia. Es que desde hace cinco meses incursiona en el rubro y reconoce que para ella es algo que surgió como vocación.
“Hace mucho tiempo quería y a la vez desde chica siempre fui muy unida al dibujo. Además, me parece una idea perfecta poder combinar lo que me gusta con mi trabajo y así tener una salida económica que al mismo tiempo disfrute”, dijo.
La titular de “High Tattoo”, confesó que le gustaría que las chicas que quieran entrar en este mundo, “puedan ser inspiradas o motivadas por quienes están, y quienes se están uniendo”, así como ella, “ya que es un indicio de que, en un futuro, habrá muchas más mujeres ocupando el rubro”.
“Por mi parte estoy dispuesta a brindar tanto como sea capaz, así como también aprender lo que más pueda”, amplió.
Al ser consultada sobre los motivos por los cuales sus clientes la eligen, fue contundente: “Muchas veces me dijeron que se destaca la atención o la buena onda. Y en ese aspecto siempre trato de dar lo mejor, ya que es importante que el cliente se sienta cómodo en el proceso. Otra es la relación entre calidad y precio en cuanto a los trabajos, como también, aunque lo hagan varios, ya que mi fuerte ante todo es el dibujo, es poder hacer diseños personalizados de acuerdo a las ideas de lo que me piden. Son varias las opciones, pero después de todo, prefiero dejarlo a criterio de mis clientes”.
En cuanto a preferencias a la hora de trabajar, aclaró que pese a que le gustan muchos estilos, considera que el tradicional, así como los mandalas, “zentangle”, “dotwork” y aquellos estilos que van de la mano, los disfruta mucho. “Aun así, tengo muchas cosas por aprender y experimentar, ya que en sí me gusta poder variar. Tengo muchos años por delante y pienso seguir dando mi mejor esfuerzo para ampliar mi arte”.
Y aseguró: “No pienso al tatuaje como una moda, porque es algo muy diferente. Lo que sí veo, es que al estar muchísimo más aceptado que antes, y que en ciertas culturas, la gente se anima a hacerse cosas por gusto a la vez que para representar algo. Lo que creo, es que el tatuaje ahora tiene más libertad”.
Marca personal
“Es difícil explicar cómo llegue hasta este lugar. Terminé el colegio y estudié Recursos Humanos. Siempre me gustó el trato con la gente y lo humanístico. Pero llegó un momento en el que no me terminaba de llenar con lo que hacía”, contó Florencia Barbiani, de 24 años, otra venadense que desde hace poco menos de dos años se convirtió en tatuadora local.
“Desde chica siempre me gustó el arte, de hecho estoy rodeada por parte de familia, en la música o fotografía. Me encontré con esto cuando retomé talleres de dibujo y ahí me di cuenta de que no quería parar. Tuve restricción cuando ejercía la profesión de que no podía tatuarme. Esa es una cuestión social que aún se mantiene, queda un poco de prejuicio en la gente. Pero ahí dije basta y di rienda suelta. Necesitaba ser feliz y que me llene. Así empecé”, rememoró.
La artista, coincidió con sus colegas en que cada día se aprende algo nuevo y que todo se nota cuando uno pone y tiene “garras”: “Por eso sigo estudiando y perfeccionándome. Es un trabajo ‘freelance’ donde tenemos que darle para adelante”, aseguró.
Por otra parte, dio a entender que le gustan muchos estilos distintos y que de cada artista, siempre saca algo bueno. “Me gusta hacer cosas diferentes y que los clientes se lleven algo que los diferencie. Busco darle un sello más personal para el cliente y para mí”.
Finalmente, se refirió a una de las preocupaciones de sus clientes: el dolor. “Es un tema siempre. Pero no es tan grave como lo ven. No tiene el mismo impacto en la cabeza. En el momento liberamos endorfinas, y es algo que elegimos, no es como una inyección o vacuna”.
Solidaridad de género
Florencia Mainardi es periodista y tiene 26 años. Lleva 9 tatuajes en su cuerpo y viene sumando tinta en su piel desde los 18, “edad necesaria para poder tatuarse y no necesitar autorización, pero lo deseaba desde siempre”, aclaró en primer lugar.
En cuanto a la experiencia personal, recordó que cuando era chica, “me dibujaba los brazos y me encantaban los chicles que traían tatuajes temporales de regalo” y que una vez yendo a la playa, pidió un tatuaje de Henna. “Esas vacaciones fueron geniales y la flor que me habían dibujado duró más de lo que mi mamá hubiese querido. Cuando cumplí la mayoría de edad, mi padrino cumplió la promesa que me había hecho en mi cumple de quince”, amplió.
Para la joven comunicadora, “el cuerpo es nuestro territorio y el envase que necesitamos para transitar este mundo” y que a ella le gusta tatuarlo, perforarlo y decorarlo, para que le guste más. “Llenarlo de marcas que me recuerden algo”, enfatizó.
Hoy, con su tatuadora predilecta, la reconocida Julien Joy, suma una golondrina, un ancla, una frase, una flor de loto, unas flores de cerezo, un gato, una flecha y un diamante. “No sé bien dónde están ubicados, si a la izquierda o a la derecha, para poder escribirlo debería mirarme al espejo. Cada una de las tintas tiene un valor, una historia que le inventé, un significado o anécdota detrás”, aclaró.
Por último, reflexionó: “Los últimos tatuajes me los hicieron mujeres. Los próximos, también. ¿Por qué? En el mundo del tatuaje, como en muchos oficios y profesiones, las mujeres tuvieron que hacerse su lugar a la fuerza. Por eso, las elegí y las elijo por una cuestión de solidaridad de género, por su talento a veces invisibilizado, por su respeto al dolor, por sus charlas, por la complicidad entre mujeres. Por la necesidad de ser ‘sonoras’, de construir alianzas y de derribar las ideas patriarcales de que existen trabajos que no son para nosotras. ¡Por más tatuadoras y más tatuadas!”.
Dolor placentero
Para la psicóloga Esther Ponce (MP 1553), tenemos que pensar que antes el tatuaje tenía un simbolismo especial para determinado grupo etario de la sociedad. “Se tatuaban navegantes o personas en la cárcel. Era una cuestión de identificación. Inclusive eran muy comunes los tatuajes propios de ese grupo”, aclaró.
En este orden, explicó que hoy en día podemos decir que el tatuaje viró totalmente a nivel cultural: “La gente se tatúa con otro tipo de significación. Lo hace toda la sociedad y no es distintivo de un grupo social determinado. No distingue status o cuestiones educativas. Y está atravesando a toda la sociedad. Empezó como una moda y vino para quedarse”.
Asimismo, manifestó que los tatuajes son representativos de esta evolución que sufrió la sociedad con respecto a los valores y de cómo se fue identificando, “incluso el placer fue cambiando. La gente lo obtiene de diferentes cosas. Por ejemplo, hace 25 años se consideraba como una autoflagelación. Eso mutó y culturalmente se fue introduciendo”.
Y resumió: “El placer y el goce toman un papel netamente predominante porque están pegados. Es dolor placentero. Desde esa mirada, pensar en la autoflagelación fue atravesando distintos tiempos evolutivos a nivel cultural. El tatuaje vino para quedarse y acompaña esta nueva generación. Por eso los adultos tenemos que acompañar. El crecimiento generacional tiene que ver con eso. Con que nosotros venimos con creencias, valores y esta nueva generación trae otras cosas”.
Datos curiosos
Pese al “boom” de los tatuajes que se dio en los últimos años (sobre todo en famosos y deportistas, más allá de la visibilidad que le dieron ‘eternamente’ los “rockeros”), también crece llamativamente el número de consultas para borrarlos con láser o taparlos, según los especialistas. Por ejemplo, pintar arriba de un dibujo puede costar hasta el triple que el original y eliminarlo por completo hasta 25 veces más.
Remover el tatuaje tarda entre 5 y 10 sesiones. Para hacerlo, se utiliza un láser que fragmenta los pigmentos para que luego el organismo los elimine. La aplicación duele por lo que se usan anestésicos.
Cada sesión cuesta entre 1.000 y 15.000 pesos, según el tipo de tatuaje, el tamaño, los colores y la zona. Las tintas negras y rojas suelen salir con mayor facilidad. Los más complicados para sacar son los turquesas o amarillos.
Otra opción, bastante más económica, es transformar el diseño original o directamente taparlo con un “blackout”. Desde la Sociedad Argentina de Dermatología (SAD) advirtieron a principios de año sobre los riesgos de esta última práctica, que tiene como exponentes a Lionel Messi y Candelaria Tinelli, ya que el “tinte negro puede enmascarar” alguna anomalía que se manifieste en la piel.