Pablo Rodríguez | [email protected]
El gobierno de Macri no logró bajar la pobreza, que la inflación sea de un dígito, levantar 3 mil jardines de infantes o construir la autopista que une Rufino con Rosario. Pero sí se recuperó la transitabilidad de la Ruta Nacional 7, a la altura de la laguna La Picasa. Llevó dos años y diez meses, pero se hizo. Una recorrida por la zona a una semana de su reinauguración.
Pablo Rodríguez | [email protected]
Los diez kilómetros que estuvieron bajo agua entre las localidades de Aarón Castellanos y Diego de Alvear -la zona más austral de Santa Fe, en el departamento General López-, volvieron a la normalidad.
Otra vez asomaron la cabeza. Se ve movimiento. Pasan en cantidades los transportes de carga, colectivos, autos, camionetas y motos. Patentes nuestras, argentinas. Pero también de países limítrofes. Ahora ganan un poco más de tiempo. Todos, sin dudas.
Durante 34 meses, esa ruta bioceánica que une a la Capital Federal con el vecino país de Chile -o al océano Atlántico con el Pacífico-, se convirtió en un gran problema para quienes por distintos motivos, tenían que transitarla en su paso por el sur santafesino. Por ejemplo, si una persona de Aaron Castellanos quería ir hasta Diego de Alvear, tenía que hacer un camino alternativo por el que demoraba poco más de una hora, cuando en realidad si fuese por la vía tradicional, la demora sería de 10 minutos.
Haber recuperado el tránsito normal significa también volver a activar varias fuentes de trabajo en ambas “puntas” del camino, como estaciones de servicio, comedores, hospedajes o gomerías. Porque al margen de los grandes dueños de tierras, hubo pérdidas en otros ámbitos de la economía. Esos que tienen menos peso en sus voces, pero cuyo reclamo vale lo mismo que el de un mega estanciero.
Quienes estudiaron el tema, cuentan que desde 1985 a la actualidad la laguna creció casi 30 veces en tamaño. De ocupar 1.400 hectáreas, pasó a más de 40 mil. Y desde ahí, el problema no fue solo en el tránsito vehicular o a nivel productivo. Se escapó tanto de los cálculos que llegó hasta la Corte Suprema de Justicia de la Nación (ver aparte), porque las complicaciones pasaron a ser interprovinciales: abarcan -hasta el día de hoy- no solo a Santa Fe, sino a Córdoba y Buenos Aires. El agua llega a muchas costas.
El otro paisaje
Por ahora -y quien sabe hasta cuándo- el paso por la ruta 7 sobre La Picasa es a velocidad controlada. El tránsito liviano (autos y pick ups), tienen que hacerlo a 80 kilómetros por hora, mientras que los “pesados” (camiones, colectivos), a 60. Abundan los carteles de señalización, como de “banquina reducida” (N de R: en la mayoría del trayecto, si un auto quiere detenerse al costado de la ruta, debe saber que entre el guardarraíl y la carpeta asfáltica el espacio es mínimo, muy riesgoso, casi que no entra bien un auto de medidas normales y no sobra espacio como para descender del vehículo con tranquilidad); también de radares.
La pintura en estos casi 10 kilómetros es de amarillo flúor, algo así como para jamás desviar la vista durante todo el recorrido. Directamente nos están diciendo que sí o sí debemos estar alerta.
Siendo territorio de Buenos Aires, pero en cercanías de Diego de Alvear (Santa Fe) hay maquinaria pesada trabajando. Es el lugar donde el agua no llegó, que tiene movimiento campo adentro y en el que las banquinas o la carpeta asfáltica (sumado a las áreas de descanso), necesitan mantenimiento. Fueron dos años donde no intervino la mano del hombre. Claramente, no era necesario.
Por otra parte, atrás quedaron las especies autóctonas que hicieron de las “ruinas” de la ruta 7, su hogar: nutrias, carpinchos, aves y víboras. Nadie nos contó esto. Fuimos en varias oportunidades a chequearlo. Antes de que se corte, mientras estuvo interrumpida y ahora. En el tiempo que duró su abandono fue un espectáculo donde los protagonistas se apropiaron de un espacio que siempre vieron de lejos. Un reflejo neto de ausencia de decisiones de quienes debían darlas.
Experiencia particular
Vale decir que la ruta se muestra seca en estos diez mil metros. Las piedras “rompe olas” y de “voladura”, hacen su trabajo, frenando a las fieras. De igual forma, sigue siendo brava. Con poco o mucho viento, muestra su carácter, aprieta los dientes y hace temblar el piso. No es una exageración: pararse sobre la banquina hace vibrar los pies. Quizás alguien en algún momento diga que eso es normal. O que no debería serlo.
En auto, moto, camión o camioneta. No importa cómo sea. Cruzarla manejando, cubre de sensaciones parecidas al miedo o la incertidumbre. Hay que hacerlo rápido, lo antes posible. A nadie le gusta estar rodeado de agua. Y por estas partes del planeta santafesino, a eso lo tenemos muy bien asumido.
Haber recuperado el tránsito normal significa también volver a activar varias fuentes de trabajo en ambas “puntas” del camino, como estaciones de servicio, comedores, hospedajes o gomerías. Porque al margen de los grandes dueños de tierras, hubo pérdidas en otros ámbitos de la economía.
Una solución para la zona
Tal como adelantó El Litoral, la Corte Suprema de Justicia de la Nación ordenó coordinar el manejo “racional, equitativo y sostenible” del agua en la laguna La Picasa, y fortalecer a la Comisión Interjurisdiccional de Cuenca como instancia de colaboración para la gestión conjunta de los recursos hídricos de la región.
La provincia de Buenos Aires acusó en abril de este año a Santa Fe por haber reactivado de manera unilateral el desagote de la laguna La Picasa hacia su territorio, a través del canal Alternativa Norte, contra lo ordenado en 2000 por la Corte Suprema. Sin embargo, con posterioridad, y en el marco del Comité de Cuenca constituido por la Nación y las tres provincias afectadas -sumando a Córdoba-, se arribó a una solución acordando el uso coordinado de ese canal.
No obstante, a la Corte le tocó expedirse y -salvo Carlos Rosenkrantz, para quien no había “cuestiones pendientes” que requieran un pronunciamiento- lo hizo sentando directivas que apuntan a un abordaje integral y definitivo de la problemática.