“Con 18 años llegué a pesar 41,800 kilogramos”. “En el fondo yo sabía que no estaba bien, pero no se lo quería decir a nadie”. “Por día capaz que me pesaba diez veces, sabiendo que el número que iba a ver en la balanza jamás me iba a gustar”. Todas las frases pertenecen a Lucila Jobson, una joven de 20 años que fue dada de alta en julio de este año luego de haber superado una anorexia nerviosa restrictiva.
El 30 de noviembre es el Día Internacional de la Lucha contra los Trastornos de la Conducta Alimentaria, que son muchos y no solamente refieren a bulimia y anorexia. En el marco de la fecha, El Litoral visitó la Fundación Centro, en avenida Freyre 2060, que trabaja en la prevención y atención contra la bulimia y la anorexia y otras enfermedades sociales (ex Aluba).
Yendo al punto: ¿qué es un trastorno de la conducta alimentaria? ¿Qué significa tener alguno? ¿Tiene cura? ¿Cómo darnos cuenta de que alguien lo está padeciendo y de qué manera ayudar? La psicóloga Lucía Panicali (M.P. N°2424), de la Fundación Centro, habló de todo esto.
“Cuando hablamos de trastornos de la conducta alimentaria hablamos de patologías psiquiátricas que tienen incidencia en la salud física y mental y son patologías que se caracterizan por síntomas específicos donde se ve una problemática con la alimentación”, manifestó Panicali. Y agregó: “No son un problema nutricional o de mala alimentación, como creen muchos. Sino que son problemas que se manifiestan a través de la alimentación”.
Lucía Panicali es psicóloga (M.P. N.º 2424) y es parte del equipo de profesionales de la Fundación centro. Crédito: Guillermo Di Salvatore.
Cuando alguien tiene un trastorno en la conducta alimentaria suele tener muchas ideas negativas respecto de su cuerpo y deja de comer, reduce las ingestas, se excede en las actividades físicas, siente miedo a subir de peso, tiene ansiedad… También suele aislarse de sus amistades para evitar reuniones sociales como ir a comer o a disfrutar de una tarde de pileta.
Los trastornos de la conducta alimentaria tienen que ver con cuestiones emocionales y sentimentales de trasfondo. Si bien se dan mayoritariamente en mujeres a partir de la adolescencia, hay hombres que también los padecen.
Es importante aclarar que el sobrepeso y la obesidad también son trastornos de la conducta alimentaria, pero su abordaje es diferente al de patologías como la anorexia, la bulimia y el trastorno por atracón.
Los signos de alerta
Los trastornos de la conducta alimentaria suelen comenzar en la adolescencia. Como padres, es muy importante estar atentos y prestar atención a ciertas actitudes de quienes empiezan a prepararse para ser personas adultas.
¿Y por qué es clave estar atentos? Porque generalmente quien atraviesa por un trastorno de estas características tiende a ocultarlo, a no exteriorizarlo, a vivirlo solo. Y su vida se convierte en un calvario que puede tener consecuencias graves.
“Hay síntomas muy claros que los padres deben saber para poder detectar la patología. En la bulimia son habituales los atracones, que son cuando en un corto período de tiempo se come demasiada cantidad de comida y de distintos tipos. También los vómitos inducidos, por lo que la persona suele estar en el baño un largo tiempo”, explica la psicóloga de la Fundación Centro, Lucía Panicali. Y agrega: “En la anorexia hay ayunos intermitentes, hay restricciones, muchas horas sin comer algo o conductas compensatorias, es decir pensar que si comí algo que me parece que me va a hacer subir de peso me paso más horas en el gimnasio o no ingiero ningún alimento por horas o días”.
También hay que estar atentos a la cuestión social. Porque quienes sufren un trastorno alimentario suelen esconderse porque no están a gusto con su cuerpo. “Entre los signos de alerta los padres también deben evaluar comportamientos como el querer dejar de salir repentinamente, no usar traje de baño en una juntada en pileta, mirarse demasiado delante del espejo y decir siempre que se ve horrible… A todo eso hay que prestarle atención y no dejarlo pasar”, remarcó la psicóloga.
De ésto no se habla
Consultada sobre el tratamiento del tema en ámbitos como la escuela, la profesional refirió que usualmente realizan charlas en instituciones educativas desde la fundación. En esos encuentros se nota, queda en evidencia, que es un tema sobre el que falta, y mucho, hablar.
En el marco de la efeméride, la psicóloga Lucía Panicali dejó como mensaje la importancia de pedir ayuda, sobre todo porque salir adelante, que es posible, no es fácil. Se necesita de ayuda profesional, de un equipo de especialistas conformado por clínicos, nutricionistas, psicólogos, psiquiatras y de otras áreas como la terapia ocupacional.
La historia de Lucila
Lucila Jobson tiene 20 años. En julio de este año fue dada de alta en la Fundación Centro tras haber superado una anorexia nerviosa restrictiva. Su testimonio da cuenta de que el pedido de ayuda es clave y, sobre todo, que salir adelante es posible.
La anorexia nerviosa restrictiva es la patología más común entre los trastornos de la conducta alimentaria. Sus características principales tienen que ver con la restricción a ingerir alimentos, dejar de hacerlo o comer muy poquito. Quienes la padecen se rigen por cantidad de calorías, el peso que indica una balanza y a sus ojos tienen una distorsión de la imagen corporal: como se ven frente al espejo no es igual a cómo los ve el entorno.
Luego de tres años en tratamiento, Lucila Jobson entendió que lo de afuera es solamente un envase y que lo esencial es invisible a los ojos. ¿Fue fácil? No. ¿Lo logró? Si. Crédito: gentileza.
“Vine por primera vez a la fundación a los 17 años, en plena pandemia. Desde chica nunca había estado conforme con mi físico. Y un día empecé a comer menos, a achicar porciones, a dejar que pasen muchas horas entre ingesta e ingesta, a pesarme todo el tiempo… Llegué a subirme diez veces en un mismo día a la balanza, sabiendo que nunca me iba a gustar el número”, cuenta Lucila, que hoy estudia la carrera de bioquímica en la UNL. Y agregó: “Dejé de salir, de compartir comidas con mis amigas y de hacer cosas que hacen las chicas a los 17”.
Sobre su vida por entonces, Lucila señala que jamás advirtió por lo que estaba pasando a nadie. Lo ocultaba, pero su extrema delgadez no pasaba desapercibida. Llegó a pesar 41,800 con 18 años.
“Mis amigas no se quisieron meter mucho porque yo me iba a enojar con ellas. Sí lo hicieron mis padres, que están separados. Yo en el 2020 vivía con mi mamá y a mi papá no lo veía muy seguido porque estábamos en pandemia. Y cada vez que lo veía me decía qué flaca que estás y me preguntaba si me estaba alimentando bien. Obviamente no me lo decía como un halago sino muy preocupado. Empezó a darse cuenta que algo no estaba bien en mí, cosa que yo ya sentía pero que no quería reconocer”, recordó la joven.
Un desmayo que descubrió su hermano fue la gota que rebasó el vaso. “Me había pasado muchas veces, pero jamás les dije a mi mamá y a mi papá. Hasta que un día me encontró mi hermano tirada y ahí arrancó otra historia: la de buscar ayuda”.
Luego de haber estado tres años en tratamiento por anorexia nerviosa restrictiva. Lucila Jobson remarca que “querer dejar que te ayuden no es fácil”. A ella la ayudó mucho la modalidad que emplean en la Fundación Centro porque hacen terapia grupal y actividades que te ponen la cabeza en otra cosa, como hacer una manualidad.
“Empecé a sanarme cuando empecé a valorar lo que tenía y no lo que me faltaba. En ese proceso tuve que tapar espejos, sacar balanzas de mi casa… pero por suerte entendí que tenia un montón de cosas hermosas y que el cuerpo es solamente un envase. Comprendí que mis amigas, mi familia o una pareja me tienen que querer por mi personalidad, por cómo soy, por cómo trato a la gente y no por mi exterior”, relata Lucila.
Quienes necesiten información o asesoramiento en trastornos alimentarios, pueden llamar al (0342) 4121480 – 5744648 o acercarse a la sede de la Fundación Centro en avenida Freyre 2060. Crédito: Guillermo Di Salvatore.
Hoy su vida es completamente diferente a la de tenía por 2020, cuando se la pasaba encerrada mirándose al espejo. Hoy sonríe, se divierte, se junta con amigas, estudia… Además mejoró notablemente el vínculo con su hermano y sus padres. Y la clave para esta Lucila que volvió a vivir fue dejarse ayudar, no esconder más lo que le pasaba.
En el marco del Día Internacional de la Lucha contra los Trastornos de la Conducta Alimentaria transmitió como mensaje que “las personas somos más que un físico. El éxito no es ser flaco o parecerse a una modelo. Tenemos que amarnos como somos. De estas enfermedades vinculadas con la alimentación se puede salir, solamente hay que pedir ayuda y dejarse ayudar”.