Por qué odiamos los lunes: cómo cambiar el chip mental para que la vuelta a la rutina no pese tanto
Un especialista dice que se producen "microduelos" antes de arrancar el primer día laboral. Y que se abre un abismo entre las expectativas de salir de lo rutinario y la realidad. Sugiere variar la semana con actividades recreativas, "dosificar" la sobrecarga de obligaciones y buscar el lado positivo a lo que genera displacer.
Por qué odiamos los lunes: cómo cambiar el chip mental para que la vuelta a la rutina no pese tanto
Es lunes bien temprano por la mañana, la tostada con mermelada se apura, el mate se deja a medio terminar, los chicos tienen que llegar ¡ya! a la escuela; y de ahí urgente al laburo, que hay trabajo acumulado, que el jefe ya mira con mala cara. Y luego, ya tarde, el retorno: el bondi que se demora, la presión en las sienes, el cansancio, el hastío.
¿Es cierto que los argentinos odiamos el primer día laboral de la semana? Según un estudio realizado en el país por la consultora Bayton, el 72% de las personas tiene el mayor desgano los lunes. Esa jornada también está en el podio del ausentismo laboral. Hay una asociación directa con las obligaciones y las premuras, el estrés y la ansiedad anticipatoria que se activa los domingos.
Pero ni a tontas ni a locas: "No hay que caer en las generalizaciones. Depende de la estructura mental de cada persona. De todos modos, en los primeros días laborales hay muchas personas que tienen como 'microduelos', que se producen por las expectativas que se tienen del fin de semana y la 'realidad', como el trabajo", le explica a El Litoral Cristian Sperati, consultor psicológico, que además se especializa en inteligencia emocional.
También, desde las neurociencias se habla de una lucha interna y permanente entre las libertades y las obligaciones, o entre el placer y la idea de supervivencia. "Y a esa lucha siempre la termina ganando la supervivencia. Pero culturalmente, construimos un patrón: sobrecargar cosas los primeros días laborales. Patear todo para después", acota.
A propósito de esto último, algunas frases comunes: "El lunes arranco la dieta o el gimnasio". "El lunes hago ese trámite en la Anses que hace seis meses que debí haberlo gestionado". "El lunes pediré el turno para el médico porque me debo hacer ese chequeo adeudado". Toda esa sobrecarga tiene un efecto emocional negativo en el primer día laborable. Pero además, hay sobrecargas respecto de la exigencia de disfrutar el fin de semana siguiente. "Tengo que disfrutar": ese "tengo" es una autoimposición que no ayuda, sino todo lo contrario.
Tal sobreexigencia de "tener que" disfrutar se ve claramente durante las vacaciones: "Se puede graficar con una simple imagen. Una familia se va a Córdoba. Bueno, el plan es el siguiente: a la mañana recorremos todo lo que se pueda, a las 17 nos vamos a la Aerosilla, a las 19 llevamos a los chicos a los jueguitos, a las 21 estamos cenando. Y quizás nada de eso te sale, porque se te rompe el auto o bien ocurre otro imprevisto. Esa imposición de 'tener que disfrutar' tiene un único camino: estrés, por más que estés de vacaciones", dice Sperati.
El objetivo del placer no está asociado con el "tener que hacer" cosas -los fines de semana o en vacaciones-, sino todo lo contrario: distender emocionalmente. "Creo que debemos amigarnos con el viejo principio de incertidumbre. Hay cosas que no vamos a poder controlar ni dominar, que son a pesar nuestro, y lo único que se puede hacer es ponerles un freno a esas sobreexigencias. Lo mismo con los días lunes hasta los viernes", explica el consultor.
Y de vuelta al lunes…
Dosificar las distintas obligaciones, ésa es la cuestión. "Y quizás martes, miércoles o jueves hacer algo que tenga relación con lo placentero. Se trata de que todo no se sienta como una sobrecarga antes de llegar al lunes, ni tampoco que sea algo estresante el disfrute, como debería ser un fin de semana, haciendo algo con la familia, los amigos", añade.
Con todo, vale decir que en esa sensación de crudeza respecto de los días lunes intervienen factores socioculturales, biológicos, emocionales e incluso ambientales. "No es lo mismo un día de 40°C, otro de lluvia intensa, otro con un frío terrible. El factor meteorológico condiciona los estados anímicos", asegura Sperati.
Y con respecto al factor biológico, también puede influir (sacando una eventual patología médica preexistente) si se comió demasiado algo y que, encima, cayó pesado. Y, sobre todo, el descanso: si no se durmió bien, muy probablemente eso tendrá una repercusión negativa en el ánimo.
Cristian Sperati, consultor psicológico.
Cerebro social y entorno
"El estado anímico de una persona es una disputa entre sus creencias, es decir, la forma en que interpreta lo que está pasando en su vida y su entorno social. Nosotros hablamos de lucha permanente de este cerebro social que somos, y el entorno es uno de los aspectos más importantes. A ver, no interesa tanto qué estás haciendo ni cómo lo estás haciendo, sino con quién estás compartiendo eso que hacés. Y esto vale para el trabajo, la pareja, la familia y los amigos, etcétera", dice el consultor psicológico.
Y grafica esto con algunos ejemplos cotidianos: "Supongamos que no te gusta tu trabajo. Pero si el clima laboral es distendido, y se forman buenas sinergias laborales, esa sobrecarga emocional ("no me gusta mi trabajo") da algo positivo (una compensación por el buen clima laboral). Ahora, si te gusta lo que hacés en tu laburo, pero el clima laboral es malo, tóxico por la falta de compañerismo, por caso, eso que tanto te gusta hacer lo terminás odiando. Por eso el entorno social termina siempre desviando la balanza hacia un lugar o hacia otro".
¿Y qué hacemos?
-¿Inciden los pensamientos anticipatorios que generan ansiedad desde el día domingo, cuando una persona ya está mal predispuesta sabiendo que el lunes deberá volver a la rutina, a las obligaciones?, preguntó El Litoral a Sperati.
-Sí, claro. Pero ese pensamiento anticipatorio es necesario y es el que nos permite sobrevivir, en algún punto. Entonces creo que hay que "amigarse" con esa idea: el cerebro siempre anticipa, predice. La clave, pienso, es atravesar ese "microduelo" ante la inminencia del lunes en el que uno se dice: "Se termina lo bueno (el fin de semana) y me toca esto, la realidad".
Según la teoría construccionista de las emociones, cada persona va armando su esquema psíquico y su estado emocional sobre la base de cómo interpreta lo que le pasa con sus pensamientos. El pensamiento va guiando a la emoción.
Con todo y a modo de sugerencias para sortear estos estados de ánimo previos al comienzo lunes, me parece que lo importante es modificar ese pensamiento de lo que se viene. Ejemplo: si no te gusta tu laburo, sería bueno pensar qué tiene de positivo: ese trabajo te permite pagar el alquiler, las cuentas… Te sirve para sobrevivir en esta Argentina tan complicada, algo que no es poco, todo lo contrario.
Y además, si se logra modificar ese esquema de pensamiento, se genera un efecto dominó: cambia la química cerebral, se deja de mirar todo desde el lugar del estrés y el cerebro ya empieza a trabajar con dopamina y serotonina. Ello, a su vez, modifica la física del cerebro, lo cual repercute para bien en la condición corporal. La actitud y el comportamiento también se modifican positivamente.
Como la supervivencia siempre le gana al placer, la queja es fácil y efectiva, y le ganará a un pensamiento positivo. Por eso, insisto en que es importante empezar a dosificar las obligaciones, con algo placentero durante la semana: salir a patear una pelota con tu hijo, a caminar con amigos, algo tan simple como eso.
Seres equilibrados
"La salud emocional tiene estrecha relación con la palabra equilibrio. Ni es todo obligación ni es todo placer. No hay recetas mágicas. Hay que trabajar sobre las formas que tenemos de pensar (el pensamiento guía la emoción) y, sobre todo, sacar algo bueno de todo lo malo que nos puede estar pasando. Es ver el anverso, qué es lo positivo de todo el asunto", explica Sperati.
Como conclusión: enfocarse en objetivos claros y accesibles, no generar tanta sobrecarga de expectativas los fines de semana ni tampoco a los lunes o martes, ni intentar recargarle al "maldito lunes" toda responsabilidad de lo que no se hizo en seis meses o en la semana anterior, sería un buen punto de partida para dejar de "odiar" al primer día laboral de la semana.