Científicos de la universidad inglesa hicieron una investigación con colegas de Suiza. La publicaron en la revista Nature Immnology. Identificaron un mecanismo que provoca que las vacunas basadas en vectores virales, como la de AstraZeneca, Johnson & Johnson y la Sputnik V de Rusia, den respuestas robustas y duraderas
En el mundo, ya se encuentran autorizadas 8 vacunas contra el COVID-19 para uso de emergencia en la comunidad general. Esas vacunas han demostrado eficacia y seguridad para reducir el riesgo de complicaciones y muertes si las personas quedan expuestas a la infección por el coronavirus que ha causado la pandemia. En la comunidad científica, se está investigando ahora cuánto puede durar la protección que confiere cada vacuna. Hay decenas de estudios en cursos para averiguar la respuesta: el tiempo de la protección podría variar según el tipo de vacuna y las características particulares de las personas.
Científicos de las Universidades de Oxford, en Reino Unido, y del Hospital Cantonal de St. Gallen, en Suiza, publicaron ayer un estudio en la revista Nature Immunology que aportó información clave sobre las vacunas con vectores virales contra el virus. Este tipo de vacunas contienen una versión modificada de otro virus (que se llama “vector”) para darles instrucciones importantes a las células del organismo humano.
El beneficio de las vacunas de vectores virales, como el de todas las vacunas, es que las personas que la reciben tienen protección sin correr el riesgo de sufrir consecuencias graves en el caso de infectarse por el COVID-19.
El equipo de investigadores del Reino Unido y Suiza afirman que los vectores de las vacunas de adenovirus, como la desarrollada por la Universidad de Oxford y AstraZeneca, pueden generar respuestas sólidas del sistema inmune a largo plazo.
En el trabajo, los autores que este tipo de vacunas se destacan por su capacidad para generar poblaciones fuertes y sostenidas de un grupo de células T del sistema inmune, que son los linfocitos citotóxicos. En un modelo animal, observaron que los adenovirus son capaces de introducirse en las células tisulares de larga vida, que se conocen como células reticulares fibroblásticas. A la vez, formaron pequeños grupos bien organizados, actuando como “campos de entrenamiento” para estas células T. Este mecanismo parece explicar por qué estas vacunas pueden mantener respuestas robustas del sistema inmunitario.
Uno de los autores del trabajo fue Paul Klenerman, catedrático de gastroenterología Sidney Truelove del Departamento de Medicina Nuffield de la Universidad de Oxford. El científico recordó que “millones de personas han recibido ya vacunas contra el adenovirus en todo el mundo, no sólo la de Oxford-AstraZeneca, sino también la de Janssen y las versiones china y rusa”.
En esos últimos casos, Klenerman se refirió a las vacunas Sputnik V del Instituto Gamaleya de Rusia, que ya se producen en la Argentina también. También el Ministerio de Salud de Argentina busca lograr un acuerdo para producir completamente la vacuna de AstraZeneca en el país.
El objetivo final de la vacunación es la inducción de una protección a largo plazo del sistema inmune a través tanto de los anticuerpos como de las células de memoria T. “Esta investigación nos ayuda a comprender mejor el proceso de vacunación y por qué los efectos sobre las células T, los linfocitos citotóxicos, son tan prolongados”, precisó.
Los investigadores demostraron que los vectores de adenovirus pueden dirigirse a células específicas -conocidas como células estromales en tejidos como el pulmón- generando “depósitos” de antígenos en estas células de larga vida. Al principio se pensaba que esas células estromales sólo proporcionaban un andamiaje inerte a los tejidos, pero ahora parece que son células muy dinámicas con un papel importante en el control del sistema inmune.
El carácter longevo de las células significa que el antígeno puede “mostrarse” al sistema inmune muchas veces. Esto influye en que se potencia de forma efectiva la respuesta inmune, un elemento crítico de la generación de células T protectoras.
También los científicos pudieron investigar otros mecanismos que pueden explicar la eficacia particular de los vectores de adenovirus, incluido el mensajero químico clave que participa en la señalización de las células T. Se trata de un factor llamado IL-33. Es como una “alarma” que se libera cuando las células del estroma reciben señales de peligro.
El factor IL-33 impulsa fuertemente el metabolismo de los linfocitos citotóxicos, lo que se traduce en células efectivamente más energéticas y en una respuesta inmune altamente protectora.
Otro de los autores del trabajo, Burkhard Ludewig, catedrático de la Universidad de Zurich y director del Centro de Investigación Médica del Hospital Cantonal de San Gall, en Suiza, expresó que “los adenovirus han coevolucionado con los humanos durante mucho tiempo y han aprendido mucho sobre el sistema inmune humano. Los virus son siempre los mejores maestros y en este caso nos han enseñado una importante lección sobre la mejor manera de potenciar las respuestas de las células T”.
Consideran que los resultados de la investigación podrían servir para el desarrollo de otras vacunas para diferentes enfermedades. “Las células T que salen de estos campos de entrenamiento celular parecen tener un nivel muy alto de ‘fitness’. Esperemos que podamos hacer un buen uso de esto en el diseño de nuevas vacunas que todavía necesitamos desesperadamente para enfermedades como la tuberculosis, el VIH, la hepatitis C y los cánceres”.
Para acelerar en esa dirección, los investigadores informaron que continuarán investigando estas vías particulares de inmunización contra patógenos emergentes, tanto en modelos preclínicos como en estudios clínicos.
El miércoles, se había publicado otro hallazgo: se descubrió que la vacuna contra el COVID-19 desarrollada por la empresa Johnson & Johnson y que solo requiere una dosis puede dar protección por al menos 8 meses. Según investigadores de Argentina, ese resultado podría indicar que las dosis de refuerzo no serían necesarios antes de un año de recibir el esquema completo de vacunación, como informó Infobae.
La investigación fue realizada por investigadores del Centro Médico Beth Israel Deaconess de la Universidad de Harvard en los Estados Unidos con colegas del centro de investigación que la empresa Johnson & Johnson tiene en Holanda. La vacuna, cuyo nombre técnico es Ad26.COV2.S, está hecha en base a una plataforma de vector viral. Participaron 20 personas que habían recibido la dosis de la vacuna y 5 participantes que recibieron un placebo. El trabajo fue publicado en la revista New England Journal of Medicine .