“¿Por qué a mí?”
Beatriz Franco estuvo en prisión esperando un juicio en el cual finalmente su nieta se retractó de lo denunciado y recuperó la libertad. El relato de un mundo de sufrimiento y exclusión, pero también de lucha incesante.
“¿Por qué a mí?”
“Me llamo Beatriz Franco nacida el primero de mayo de 1958, día del trabajador. Estoy presa sin comerla ni beberla”, se presenta en su autobiografía.
“Betty” estuvo privada de su libertad desde el 29 de enero del 2021 hasta el 29 de diciembre de 2022. 23 meses, 100 semanas ó 700 días, con sus horas y minutos que, en prisión, tienen el peso muerto del propio cuerpo.
De manera preventiva –“por las dudas”- y por pedido de los fiscales Matías Broggi y Alejandra Del Río, la abuela, a cargo de la crianza de sus cinco nietos, esperó el juicio oral y público privada de su libertad.
El 29 de diciembre próximo pasado recuperó su libertad al ser “absuelta de culpa y cargo” por el tribunal oral compuesto por los Dres. Nicolás Falkenberg y Martín Torres, siendo presidido por la Dra. Rosana Carrara, negando así el pedido de la acusación de 20 años de prisión efectiva.
Fue denunciada por una de sus nietas (Y.M.), quien la acusó de haberla prostituido durante su infancia y de hacer lo mismo con su hermana menor (P.M.). Durante el juicio, la joven -sin poder contener el llanto- declaró que había denunciado ante la fiscalía y ante la Secretaría de Niñez y Adolescencia de Santa Fe a su abuela por su enojo con la “Tata”, que prefería a sus hermanas en vez de a ella.
“Todo lo que dije e hice, desde que me fui de la casa de mi abuela, fue para herirla. Hice la vida, me drogaba, estaba en la calle, para no hacerle caso a ella que siempre quiso otra cosa para los cinco. Yo no tuve el amor de un papá, de una mamá y yo le hice esto. Estoy acá para pedirle perdón y que la dejen salir, porque la necesito, mis hermanas la necesitan. Ella es la única que puede unir a la familia”, dijo Y.M. mientras buscaba con la mirada a su abuela, antes de fundirse con ella en un abrazo que hizo estremecer los cimientos de Tribunales -en todos los sentidos-.
En el relato de la denunciante, incluso, Y.M. había dejado inconsistencias e incoherencias. En su descargo, explicó que jamás pensó que sería tomada en serio. Marcaba como edad en la que había sido “entregada” a un vecino por la abuela, sus 17 años, y en la misma narrativa aseguraba haberse ido de la casa a los 14, momento en el cual es institucionalizada en un hogar. Luego se escapa de la institución y comienza su raid por distintos barrios de la ciudad e incluso en Coronda, en donde “vivía en la calle, dormía en cualquier casa, andaba con uno y otro pibe. Mi abuela hubiese hecho cualquier cosa para que yo no termine así. Trabajaba todo el día afuera para que no nos falte nada y no nos dejaba salir de la casa. Por eso chocábamos y nos peleábamos hasta que me fui”.
Betty, en una emotiva entrevista con el programa “Periodismo Salvaje” (sábados de 7.30 a 9.30 en Sol Play), expresó que “la entiendo, la perdono. Me hizo mucho daño, sí, pero me di cuenta en el juicio, cuando nos abrazamos, que ella necesitaba eso, contención, cariño. Nuestra vida no fue, no es, ni será fácil. Es difícil que lo entienda quien no lo vive”.
Beatriz Franco se hizo cargo de cuatro de sus nietos (tres nenas y un niño) en razón de la adicción que sufrían –el alcohol y las drogas- su único hijo y la madre de sus nietos. La quinta nieta que llegó a su casa, la más pequeña, fue llevada por sus hermanos para “salvarla”, al resguardo de su abuela.
“Cuando me la trajeron y la llevé al médico, no le daban más de una semana de vida. Tenía cerrada la garganta, no comía, me dijeron que sufría desnutrición. Yo recordé cómo le daban de comer los pajaritos a sus crías, con el pico y poquito a poco; así, sobrevivió. Igual, ella quedó con problemas, pero estaba bien, sana. Antes de detenerme se la llevó la ‘niñez’, y ahora no sé ni dónde está.
Sé que mi nieta mintió, pero también las fiscales y otras personas dijeron mentiras de pura maldad”.
Con el sólo capital de su cuerpo como herramienta de trabajo, cuidando ancianos por las noches, limpiando casas de día, Betty pudo darles a sus nietas todo lo que necesitaban para aprender a ser libres: comida, techo, educación, salud. En un ámbito hostil para una mujer grande con una historia de vida cruel y con enorme sacrificio. A sus nietos no les faltó nada material.
La marca de nacer conviviendo con el sufrimiento de padre y madre que no pueden estar presentes de la manera que deberían por estar enfermos, dejó a esta mujer, ya grande, luchando contra sus propios fantasmas y miedos cuando debía salir a trabajar y dejar a sus “pollitos” solos.
El Estado busca culpables de su propio crimen y los busca en los rotos, en los vulnerables. El adicto es un “error” del sistema, pero es víctima -secuela de la corrupción política y judicial- y tratado como “sobra” y no como enfermo al que sólo un tratamiento médico puede salvar.
“Trabajé toda mi vida, dignamente, y eso es lo que yo quería para mi hijo y para mis nietos. Hice todo lo que pude y más, pero de pronto estaba presa acusada de algo horrible. Sí, a veces pensé en terminar con todo esto, pero Dios me ayudó en los momentos oscuros”.
“Yo no entendía nada de lo que pasaba. Primero me llevaron a Rosario; ahí fue lo peor, me querían matar por la carátula”, cuenta.
Entre la población carcelaria femenina, el abusar o “entregar” a hijos o nietos a la prostitución es intolerable y son marcadas.
“Me salvé, varias veces estuve a punto de morir adentro pero me defendí como pude. Yo soy guerrera, tuve que darme cuenta rápido de dónde estaba, no importa si era justo o no, y sobreviví”, narra Beatriz, a la vez que agrega entre sollozos que “nada de eso fue tanto, para mí, como enterarme que habían matado a mi hijo. Incendiaron su rancho con él adentro, fue terrible. Entré en una depresión que no me dejaba moverme. Me negaron la posibilidad de, siquiera, ir a despedirme de él. ¿Por qué Señor, tanta maldad? ¿Por qué a mí? ¿Qué les hice? Mi pareja, que jamás me abandonó, movió cielo y tierra para que me trasladen”.
“Cuando estuve acá en Santa Fe, algo me dio fuerzas. Comencé a escribir mi libro. Así son las cosas: hace sesenta años yo estaba en ese mismo lugar cuando era el orfanato ‘Del buen pastor’, y ahora era la Unidad Penitenciaria 4. Ahí había llegado de la manito con mi hermana, porque mi mamá no estaba. Ahí nos vendían a familias. Recuerdo cuando nos separaron con mi hermanita, eligieron a solo una de las dos. 35 años después, ella me encontró por una foto en el diario. Así es mi vida”.
Beatriz, desde el encierro, comenzó a escribir su historia de vida. Como testimonio pero, sobre todo, como salvación. “Siento que la mano está conectada con el corazón que le dicta a la lapicera lo que tiene que escribir y las palabras salen solas”.
El libro será editado por Ediciones Periodismo Salvaje y las destinatarias imaginarias, principales, son las internas que, privadas de su libertad, podrían aprender que no está encerrada su capacidad de decir, de expresar, de comprenderse a partir de la escritura. Tal es el deseo de Beatriz Franco, quien en “¿Por qué a mí?” puede relatar tanto lo terrible de haber sido sometida a picana eléctrica por la antigua “Robos y Hurtos”, como enorgullecerse de ser la más “jodona” del penal, que sabe “hacer reír”.
El testimonio de Beatriz Franco es uno de tantos que demuestra la crisis de una Justicia vindicativa y burocrática que intenta cuantificar el ser, el sentimiento.
No vivimos en Suecia, por más que algunos operadores judiciales son impermeables al sufrimiento de los más humildes y jamás comprenderán la vida de más de la mitad de la población argentina.
El narcotráfico también es tráfico de sustancias narcos a escalas monumentales que estalla en los cuerpos de los marginales que nada tienen que perder porque poco ganaron desde que nacieron.
Si para justificar su existencia, el Estado tiene que “llenar cárceles” preventivamente, mejor que se quede quieto.
Esta es la vida de Beatriz Franco, una mujer, una niña, una trabajadora que supo del Estado a sus 6 años cuando la “vendieron” y volvió a saber de él a los 60 cuando la mataron.
Pero no murió. “La Betty” comenzó a escribir, hoy, “Volver a empezar”, su nuevo libro que la escribe a ella.
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