Lunes 13.1.2020
/Última actualización 16:32
Pasó un año del femicidio que conmocionó al país entero, pero en particular a la comunidad de Esperanza. Cuando Agustina Imvinkelried (17) salió del boliche al que había ido a bailar con sus amigas era la madrugada del domingo 13 de enero, pero con el pasar de las horas la adolescente nunca llegó a su casa. Su asesino la interceptó e intentó abusar de ella, pero no lo logró porque Agustina resistió el ataque con todas sus fuerzas. La estranguló y enterró en un descampado aún con vida. Su cuerpo delataba el ataque sufrido, sus pulmones con tierra la inhumanidad de su homicida y sus uñas la identidad del monstruo que la sometió. Se llamaba Pablo Trionfini (39) y se suicidó al día siguiente.
La fiscal María Laura Urquiza recordó el caso. Esa noche “muchas personas que conocía de Esperanza comenzaron a mandarme mensajes contándome la situación, que de entrada evidentemente era grave”, así fue como se contactó con el fiscal de turno y se quedó con la causa “para poder ocuparme mejor, porque para el que está de turno es muy complicado ponerse de lleno en algo”.
Eran alrededor de las 22 cuando la fiscal llegó a la ciudad. En la comisaría, la policía entrevistaba a todas las amigas con las que Agustina había salido esa noche, mientras su padre y la fiscal Urquiza conversaban, hasta que un grupo de personas se acercó al lugar.
“Decían que un chico que trabajaba en una estación de servicio la había visto hablar con un hombre en un auto”, esta fue la primer pista real que podría conducir a saber qué pasó. Era un auto no tan usual -un Renault 21 color gris-, y terminaron dando, por las características, con Pablo Trionfini.
“Decidimos ir hasta su casa para ver cómo era la situación y poder hacer el pedido de allanamiento”, recordó la fiscal. Pero cuando llegaron al lugar se encontraron con un panorama muy desalentador “en la puerta había un montón de gente que había ido a gritarle. Eso que nos habían dicho en la comisaría, lo habían publicado” por lo que el hombre ya “sabía que lo estabamos buscando”.
“Hicimos correr a todos, y nos manifestaron que ni bien tocaron timbre y gritaron ‘¿Dónde está Agustina?’, Trionfini se asomó y al verlos salió corriendo”; volvieron a tocar el timbre, pero no hubo respuesta. “No había nada que habilite ingresar por la fuerza al domicilio”, por lo que solicitaron una orden de allanamiento, mientras hacían custodia para que el hombre no se escapara.
Ya era la medianoche cuando un policía “se trepó a un árbol y vió que en el patio, en uno de los postes de la galería, había un masculino colgado” e inmediatamente se ingresó por la fuerza al domicilio, pero “ya estaba muerto”.
“Era obvio entonces que algo tenía que ver”, pero todavía no sabía qué. Buscaron, pero no encontraron nada más que su celular, bloqueado. Siquiera tuvo la humanidad de dejar escrito dónde estaba el cuerpo.
Se analizó la zona y se trazaron las posibilidades de ruta desde el boliche Teos hasta la casa de Trionfini y “vimos que había espacios de campo abierto”. Por la mañana se inició la búsqueda con la ayuda de drones y perros, que “enseguida marcaron la zona y a las 9.15 la encontramos semienterrada. Fue terrible” rememoró la fiscal. “La autopsia indicó que llevaba muerta 24 hs., es decir, que desde que se la ve por última vez -en una cámara de seguridad-, pasaron minutos hasta que la mató”. Personas de la zona ubicaron al auto de Trionfini en el lugar.
“En el momento y durante los tres meses siguientes, hubo infinidad de evidencias que nos indicaban que había sido Trionfini, y que no podría haber sucedido de otra manera. Pero ninguna era contundente”. Hasta que llegó el resultado del ADN, que “indicó que Agustina tenía debajo de las uñas material genético de Trionfini”.
No eran conocidos, él la cruzó en auto y le dijo “que no camine por la ruta porque es peligroso, que más vale vaya por la colectora” según testigos. Todo indica que Agustina le hizo caso, confundiendo por un gesto amable la trampa que la llevó a un lugar en el que no había cámaras, y en el que nadie podría escuchar sus pedidos de auxilio. Agustina luchó con todas sus fuerzas. Agustina no debió terminar así.
Agustina Imvinkelried no fue la única mujer que murió en manos de un femicida durante 2019 en la provincia de Santa Fe. Sólo fue la primera. El 15 de enero, dos días después de que la adolescente fuera asesinada por Pablo Trionfini, Danisa Canale murió a manos de su esposo, a mazazos.
El 13 de mayo apuñalaron a Natalia Guadalupe Cata, para después tirar su cuerpo a un zanjón. Y dos semanas después, el 26, Hugo Daniel Blanco asesinó a puñaladas a su expereja, Verónica Ramírez, y a la hija de ella, Valentina Escalante, de 10 años.
El 4 de junio, Rocío Seprano falleció de un escopetazo en la nuca. Su expareja, Alberto Vilella, le disparó delante de sus hijitos de 2 y 9 años.
A María Cecilia Burgadt la encontraron muerta a golpes y maniatada. Su expareja ,Sebastián Julio Adán Maschio, es el único imputado en la causa.
En octubre, el 17, Ana María Alurralde falleció a causa de numerosos golpes. Su pareja desde hacía 20 años, Santiago Daniel Fernández, es el único acusado.
El 9 de noviembre Jorge “El Tío” Romero asesinó a la comerciante Gabriela Degiorgio. Había recuperado su libertad 4 meses antes, tras pasar 6 años preso por agredir y abusar a una mujer en 2013. Paradójicamente el último, también sucedió en Esperanza.