Viernes 4.9.2020
/Última actualización 17:35
Ya pasó un año del crimen de Vanesa Castillo y sus sueños. Ella tenía 33 años y muchos proyectos. Había programado su vida. Tenía un plan. Así era desde chica, según la recuerdan en su localidad de Santa Rosa de Calchines, donde nació en una humilde cuna.
Las necesidades que pasó de pequeña -junto a sus cuatro hermanos- le dieron la decisión necesaria para buscar y conseguir lo que se proponía. Apenas terminó el secundario, hizo un curso de pastelería y se puso a vender sus propias facturas y pastelitos, entre otras cosas. Con lo recaudado, “bancó” su carrera docente.
Cuando se recibió comenzó a hacer reemplazos en escuelas de San José del Rincón y Alto Verde, el distrito costero donde más fuerte trabajó su corazón de maestra y donde, por su compromiso, dejó de latir.
Se tomaba el colectivo de las 5.45 y esperaba casi una hora en la garita de barrio El Pozo, donde se reunían las maestras para entrar todas juntas.
No tenía miedo. Siempre repetía que a las docentes se las respetaba “en el barrio”. Que nadie iba a lastimar o asaltar a una mujer con guardapolvo. Ella entendía a los chicos de su escuela, la Nº 533 Victoriano Montes, y los alumnos le respondían. Hablaban el mismo idioma.
Tomaba todos los reemplazos que podía y viajaba a diario. Más tranquila en lo económico, inició una nueva carrera: profesorado de historia en el Instituto Almirante Brown. Así, trabajaba mañana y tarde, y cursaba de noche. Salía de madrugada de su casa y regresaba a la medianoche.
Casi no veía de lunes a viernes a su pequeña, aunque mantenía con ella un contacto permanente por teléfono. Era un sacrificio que ella eligió hacer, una oportunidad que no quería desaprovechar, por las dos. Su hija todavía la extraña más los fines de semana, porque era el momento de estar juntas. Esos días, Vanesa seguía haciendo pastelitos y facturas para pagar los dos viajes de fin de curso de 7º grado. Iban a ir juntas, como andaban por la vida.
Sus últimos años fueron agotadores, tanto en lo físico como en lo mental. Ella nunca se quejó.
Sus alumnos la respetaban y los padres valoraban su esfuerzo. Aseguran que era una maestra que “abrazaba” a sus estudiantes con problemas.
Repentinamente, todo terminó para Vanesa en horas del mediodía del 15 de febrero del año pasado, hace un año. Ese día había retomado sus tareas en la escuela. Llegó en su moto nueva, que había comprado para ganar tiempo. Ese día, en el establecimiento, se enteró de que una de sus pequeñas alumnas, de 11 años, había sido mamá. Conocía bien el caso, porque ella misma fue la que denunció el abuso sexual intrafamiliar que había sufrido tiempo atrás. También supo en ese momento que el responsable, un hermanastro mayor de edad, estaba preso y próximo a recibir una condena por 13 años de prisión en un juicio de procedimiento abreviado.
Las autoridades la dejaron muy sola a la hora de hacer la denuncia. Tan sola como salió ese día del establecimiento, al terminar su jornada. Se colocó el casco en la cabeza, montó la moto y salió muy despacio, sin imaginar que afuera un despiadado asesino la asechaba desde hacía horas.
Juan Ramón Cano era vecino de la zona. Vivía apenas unos metros de la escuela, tenía problemas de adicción y también antecedentes por delitos sexuales y robos. Merodeaba la zona desde media mañana.
Se abalanzó sobre la seño, se sentó en la moto detrás de ella, la aferró del cuello y comenzó a apuñalarla con una chuza (arma blanca de fabricación casera). La larga, fina y afilada faca se hundió al menos 13 veces en el cuerpo de Vanesa, en su cuello y en su espalda. No le robó nada, ni su billetera, ni su mochila, ni la moto, ni el teléfono celular. Unos pocos puntazos fueron sobre la moto, todos los demás cuando la maestra ya estaba tendida en el suelo, inconsciente, agonizante, indefensa. Vanesa murió desangrada camino al hospital y el asesino fue atrapado en su propia pieza, donde se refugió tras el ataque. La policía tuvo que hacer un doble operativo para capturarlo y trasladarlo, evitando que los vecinos hicieran justicia por mano propia.
Desde entonces, Cano está detenido y a disposición de la Justicia, pero nunca explicó por qué lo hizo. Sólo en una oportunidad abrió la boca, en una de las audiencias, cuando le pidió disculpas a un policía al que golpeó cuando se resistió a su arresto.
Para la familia, es evidente que este sujeto actuó por encargo y estiman que todo tiene que ver con la denuncia de Vanesa sobre el abuso sexual a su alumna. Hasta el momento, los investigadores no pudieron demostrar el vínculo.
“En el barrio ya sabían que algo iba a pasar. Una maestra le contó a sus compañeras que ese día, temprano, recibió un mensaje de unos conocidos a su teléfono celular. Le dijeron que no fuera con casco a la escuela, porque iba a pasar algo, pero que no era para ella. Esa chica después, ante la Justicia, se retractó, por eso terminó imputada por encubrimiento. Yo sé que hubo un instigador, pero no creo que podamos llegar a saber quién fue. Hay mucho miedo. Es todo un mensaje mafioso el que se dio con la muerte de Vanesa: ‘No se metan, ustedes no nos van a decir con qué piba del barrio podemos tener relaciones’. Es atemorizante”, se lamentó Silvia Castillo, hermana de la maestra asesinada.
“Las personas -agregó- siempre vemos que estas cosas les pasan a otros y no reaccionamos. Esta vez nos pasó a nosotros y yo no tengo ganas de quedarme callada. Muchas veces no se hace justicia. Pienso que las condenas para estos casos deberían ser mayores. Estoy segura de que Cano ya hizo el cálculo de lo que iba a pasar tras las rejas. Estoy segura de que apenas recupere su libertad, este hombre va a volver a matar, porque se siente impune. Era impune cuando robaba, era impune cuando abusaba y va a ser impune ahora, porque mató y va a volver a salir”.
“Va a ser muy difícil que se haga plena justicia. Tendríamos que encontrar al instigador, que se castiguen a los responsables de omisiones administrativas que llevaron a mi hermana a estar ahí... y a Cano también. Eso sería justo. No creo que Vanesa consiga toda la justicia que merece. Son demasiadas fallas en el sistema. A ella la dejaron sola, totalmente indefensa. De eso estoy convencida”, concluyó la mujer.
Una asociación civil denominada Democracia Directa, de la que participa Silvia Castillo, está trabajando para hacer realidad lo que denomina “Ley Vanesa”. “A partir de lo que pasó, mucha gente involucrada en casos similares se contacta conmigo para saber qué hacer, cómo protegerse. Entonces empezamos a elaborar este proyecto de ley integral para protección de la niñez, pero también de los adultos que participan del develamiento de los abusos; además, contempla un sistema especial de salud para dar contención a las víctimas y trabajar en su sanación. Muchas veces, los abusadores tienen detrás una historia de abusos sufridos por ellos mismos. Nunca fueron acompañados, nunca fueron sanados. Creemos que si se ataca eso, vamos a hacer una fuerte prevención, para que lo que le pasó a Vanesa no vuelva a ocurrir. Tenemos que romper ese círculo oscuro. Necesitamos más maestras valientes como Vanesa y las necesitamos vivas. Estamos haciendo asambleas públicas para enriquecer el proyecto y estamos trabajando con legisladores de todos los partidos. Hay mucho consenso”, aseguró la hermana de la maestra.