Sábado 4.7.2020
/Última actualización 3:56
El Gran Hospital Perrando de Resistencia, Chaco, sufrió un atentado este miércoles contra pacientes graves afectados por la enfermedad. La denuncia apunta a una “mano desconocida” que apagó el aire comprimido que alimentaba los respiradores de siete personas que recibían tratamiento en las camas de terapia intensiva del hospital.
“Podían haberse muerto varios pacientes”, aseguró uno de los codirectores del Hospital Perrando, Daniel Pascual. Afortunadamente, el ataque se descubrió a tiempo y no se materializó por la rápida respuesta de uno de los técnicos a cargo.
El hecho puso en alerta a todo el personal del Hospital Perrando. Para las autoridades sanitarias, quien planificó el crimen fue una persona con conocimiento del funcionamiento interno del centro de salud porque “conocía dónde estaba la llave” y el sector donde están los tableros para cerrar los conductos de aire comprimido.
“No hay palabras para describir lo que pasó. Esto fue un sabotaje, un intento criminal, para mí, perfectamente planificado y tenía que provocar el caos, el día que llegaba nuestro presidente a Resistencia. No me cabe la menor duda que eso fue un atentado”, consideró Pascual en diálogo con CiudadTV. Al final, Alberto Fernández canceló la visita al gobernador Jorge Capitanich antes de que se produzca el hecho.
GentilezaSegún la descripción de Pascual, el autor material del atentado hizo una tarea compleja para llevar a cabo su plan y afectar a las siete camas con asistencia respiratoria mecánica. Varias de ellas no están en la misma habitación, por lo que la acción fue direccionada con un objetivo preciso.
El jefe de los fiscales de Chaco indicó que el ataque podría calificarse dentro del delito de “tentativa de homicidio”. Esto porque el aire comprimido es fundamental para mantener con vida a los pacientes graves de la COVID-19. No pueden recibir solo oxígeno, sino una mezcla adecuada de ambos que permite mantener la capacidad respiratoria de una persona.
De acuerdo a la explicación detallada que dio a la prensa, Pascual graficó que la “mano sospechosa” tuvo que subir hacia donde están los equipos, donde “hay una maraña de caños y cables”, y desajustar una de las tuercas que abren el paso del aire comprimido. El trabajo consistió en cerrar tres válvulas que están separadas por una distancia entre 2 a 5 metros. “Uno podría decir que una lo podría hacer un burro o un loquito, pero esto fue hecho tres veces”, resaltó el médico.