Viernes 31.12.2021
/Última actualización 10:47
El párrafo que sigue parece extraído de una novela de Stephen King, pero en realidad fue publicado en las páginas del diario El Orden en 1928: “Quizás nunca se produjo un caso como el que nos ocupa, el de un hombre sepultado que permanece casi un día en un pozo con una mortaja de cuatro metros de tierra, y que tras inauditos esfuerzos es sacado con vida de su prisión subterránea”.
Los hechos ocurrieron en una chacra que por ese entonces, pertenecía a don Ernesto Kees, a unos siete kilómetros de distancia de la localidad de Margarita, en el departamento Vera. Fortunato Mendoza, un “hombre pobre y buen trabajador” según la descripción de El Orden, había recibido el encargo de cavar un pozo de balde. Trabajo que, por otra parte, había realizado con pericia en muchas oportunidades.
Hemeroteca digital Castañeda / Archivo Diario El Orden D.RFoto: Hemeroteca digital Castañeda / Archivo Diario El Orden
Luego de varias horas de trabajo había logrado una profundidad considerable. Estaba a punto de encontrar agua cuando pasó lo inesperado. Las paredes del pozo se desmoronaron y Fortunato quedó sepultado bajo una capa de cuatro metros de tierra. Segundos después, el ayudante del que izaba los baldes de tierra se dio cuenta de la situación y lanzó la voz de alarma. Así, las pocas personas que había en la chacra tomaron las herramientas disponibles y emprendieron las tareas de rescate en medio de una “angustia inenarrable”.
Pasó la tarde y la noche los halló en plena labor. Con las sombras, la inquietud se apoderó del grupo. Surgió la pregunta: ¿Seguirá con vida?. Pero alguien había introducido un caño en la tierra desmoronada y persistía la esperanza de que este hubiera servido para llevar algo de aire hasta el infortunado pocero. Al amanecer, todavía estaban cavando y ya habían podido quitar dos metros de tierra. Algunos vecinos se habían presentado para tomar la posta a los improvisados y ya cansados excavadores.
A las diez de la mañana del viernes medio metro de tierra cubría al pocero. Cuando ya todos los presentes esperaban extraer su cadáver, se produjo un leve movimiento en la tierra que reveló que todavía respiraba, a pesar de haber pasado 19 horas bajo la tierra. Esto reavivó los ánimos y todos empezaron a cavar con más ahínco, pero el destino jugó otra mala pasada: un nuevo desmoronamiento, que postergó el rescate.
Recién a las dos de la tarde del viernes, es decir 23 horas después del primer derrumbe, varias manos ansiosas pudieron finalmente alzar el cuerpo exhausto e insensible de Mendoza. Muy maltrecho, pero todavía vivo.
A pesar de la naturaleza terrorífica del suceso, quedó una postal esperanzadora que el cronista de El Orden recogió y plasmó bellamente. “Con un hijito de pecho en los brazos, una mujer se arrodilló sobre la tierra húmeda que hubo de ser mortaja y levantando el niño sobre ambas manos, miró al cielo con sus ojos cubiertos de gruesas lágrimas y con voz cortada por el llanto de emoción y alegría, dio gracias a Dios por haber resucitado al desventurado.
Hemeroteca digital Castañeda / Archivo Diario El Orden D.RFoto: Hemeroteca digital Castañeda / Archivo Diario El Orden
Días después de los hechos, cuando se publicó la crónica en El Orden, Fortunato Mendoza estaba todavía extremadamente débil por los suplicios que había padecido. “Su cerebro, con tan bárbaro choque, ha quedado debilitado también y aun no puede hablar normalmente para contar las terribles sensaciones que debió sentir durante el día que permaneció bajo tierra”, explicaba el diario capitalino.
Edgar Allan Poe, el maestro decimonónico de los cuentos de horror, escribió: “Ser enterrado vivo es, fuera de toda discusión, el más terrible de los extremos que jamás haya caído en suerte al simple mortal”. Fortunato Mendoza logró torcer el destino.