Cuando comenzó la investigación de una serie de escruches cometidos en Santa Fe este año, los detectives ni imaginaban que iban a terminar desenmarañando una trama digna de las mejores producciones de Netflix.
Son numerosos los arrestados en la causa, varios de los cuales son santafesinos que proporcionaban apoyo a la organización criminal de la vecina provincia, pero terminaron asaltando a algunos de sus miembros.
Cuando comenzó la investigación de una serie de escruches cometidos en Santa Fe este año, los detectives ni imaginaban que iban a terminar desenmarañando una trama digna de las mejores producciones de Netflix.
El escruche es un robo que se perpetra en el interior de un inmueble cuando está deshabitado. Una seguidilla de este tipo de hechos ocurrió a principios de este 2024 en la capital provincial. La modalidad era calcada. Los delincuentes elegían una familia -aparentemente al azar- que se sentaba a comer en algún bar, generalmente de la zona de bulevar (hubo algunos casos en barrio Escalante).
Todavía es un misterio el por qué, pero siempre se trataba de gente que se movilizaba en algún vehículo marca Toyota. Algunas veces seguramente usaban inhibidores y no dejaban marcas, otras forzaban una puerta que quedaba destrozada.
Los ladrones conseguían desde el interior del rodado las llaves de la vivienda de las víctimas y buscaban la dirección en la documentación que hallaban a bordo. Luego, se dirigían al domicilio y lo saqueaban en pocos minutos. Ingresaban tranquilamente por la puerta principal y se retiraban de la misma manera.
Los robos cesaron por algunos meses. En octubre de este año, estos ladrones volvieron al ruedo santafesino. Hubo casi dos decenas de escruches en menos de dos meses. Luego, los detectives se iban a percatar de que no todos se realizaban con la misma modalidad. En algunas ocasiones, los malvivientes directamente irrumpían en la vivienda.
Un episodio fortuito permitió hallar la punta del ovillo a los investigadores, liderados ya para ese entonces por la fiscal María Laura Urquiza.
El mes pasado, la Policía de Investigaciones (PDI) allanó -por una causa totalmente distinta- un domicilio en la zona norte de la capital provincial. Detuvieron entonces al propietario, Lautaro Núñez, quien había tiroteado la casa de otro hombre. Este sujeto fue grabado por una cámara durante la balacera y tenía tres armas de fuego en su poder cuando fue arrestado. Además, poseía una camioneta con su patente adulterada. Como si fuera poco, se comprobó luego que había salido de prisión tres meses antes, tras cumplir una condena. Allí fue apresado también un amigo de Núñez, Lucas Romero, quien poco después recuperó su liberad.
En la misma vivienda, los detectives se toparon con numerosa documentación de al menos ocho víctimas de "escruches". Los investigadores pudieron determinar entonces que los autores de esos robos eran cordobeses que integraban una banda que le alquilaba la casa a Núñez aproximadamente cada dos semanas y se quedaba jueves, viernes y sábado. Eran días de "salidas" familiares, ideales para su modus operandi.
Se logró también identificar a seis de estos delincuentes. Los detectives estaban tras sus pasos cuando se enteraron de que cuatro de ellos habían sido arrestados en Mendoza, junto a otros tantos cómplices locales. Habían cometido en esa provincia unos diez robos con la modalidad ya señalada.
Mientras tanto, el 7 de diciembre un cordobés llamó a la Central de Emergencias 911 desde la zona norte de la ciudad. Aseguraba que cinco "tipos" armados y encapuchados lo habían asaltado a él y a sus amigos. Los ladrones los habían golpeado con brutalidad y luego los maniataron con precintos, antes de escapar con sus pertenencias.
Este cordobés, le explicó a la operadora que había seguido el auto de los malvivientes hasta un domicilio, también en el norte de la capital provincial. Una patrulla llegó hasta el lugar y al irrumpir detuvo allí al dueño de casa, un policía llamado Xavier Benítez y -otra vez- a Lucas Romero, el amigo de Núñez. Con ellos estaba una joven de 18 años llamada Candelaria Ojeda, novia de Romero.
De las declaraciones de los arrestados surgió que el cordobés denunciante no sería una víctima inocente, sino parte de la organización criminal de la vecina provincia mediterránea. Se llama Diego Martín Ceballos y entre las cosas que le habían robado figuraban varios elementos que habían sido sustraídos horas antes en un "escruche" ocurrido en la zona del Club Unión. Apenas le comunicaron la novedad, la fiscal Urquiza se apresuró para sumar esas actuaciones a su investigación.
Quien también habría jugado un papel fundamental en el asalto a mano armada, aunque de manera indirecta, fue la muchacha Candelaria Ojeda. Ella trató de desligarse del hecho, pero en su teléfono se habrían encontrado mensajes contundentes de cómo habría "entregado" a los cordobeses.
Según la hipótesis de la fiscalía, todos se conocían y los santafesinos sabían que luego de algún golpe exitoso los cordobeses salían "de joda". Muchas veces lo hacían juntos. Así, ese 7 de diciembre, cuando uno de los cordobeses invitó a la joven -teóricamente a espaldas de su novio- para ir a festejar, los santafesinos dedujeron que los cordobeses tenían "dinero fresco" por algún robo.
Al analizar el aparato de Ojeda, los investigadores se percataron de que ella había compartido su ubicación con su novio para delatar el lugar en el que se aguantaban los cordobeses. Todo habría quedado más que claro en los mensajes que intercambiaron, desde la planificación hasta la ejecución.
En los últimos allanamientos practicados entre jueves y viernes de esta semana, fue arrestada la madre de Benítez, quien tenía en su poder dos bolsas con marihuana y una escopeta recortada. También resultó detenida otra joven y un hombre que participaron del hecho, pero no estuvieron en la planificación. Se sumaron esa noche, según reconocieron los investigadores.
Hay más personas oriundas de Córdoba que están en la mira de la fiscalía, pero por el momento están prófugas.
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