Télam
Un ex sacerdote reconoció haber sido abusado por el ex sub prefecto del Seminario Menor de Paraná, Justo José Ilarraz, mientras era un niño y se encontraba internado en ese instituto.
Fuentes tribunalicias dijeron hoy a Télam que el testigo se desempeñó como sacerdote en una localidad rural del departamento Paraná y que tuvo que abandonar el cargo por las graves secuelas psicológicas que le dejó la experiencia con el cura, acusado de haber abusado de al menos 50 niños de entre 10 y 14 años entre 1984 y 1992.
El nuevo testigo, de alrededor de 30 años, contó ante el juez de Instrucción Alejandro Grippo, la forma de seducción del cura y de abusar de los niños.
Con esta declaración ya son tres las víctimas que coincidieron en que los abusos fueron cometidos en el pabellón donde dormían los niños y en la habitación particular que tenía Illaraz en el Seminario Menor de Paraná.
Este ex sacerdote había sido citado como testigo a declarar en la causa por corrupción de menores agravado por el vínculo de educador, que se sigue en los tribunales paranaenses contra el cura Illaraz, pero terminó declarando como denunciante, tras reconocer que él también fue abusado por el cura, dijeron las fuentes.
Crisis de fe
Este testigo se desempeñaba como párroco en una localidad cercana a la capital entrerriana, pero abandonó la Iglesia a raíz de una crisis de fe y por las secuelas psicológicas provocadas por los abusos de Ilarraz.
Las fuentes dijeron que el ex sacerdote coincidió con los testimonios de las otras víctimas respecto de los abusos cometidos por el ex prefecto del seminario local dentro de ese instituto religioso y en los campamentos de verano que realizaban los chicos en Córdoba.
Según los últimos datos, Illaraz se alejó recientemente de Monteros, donde ejercía el sacerdocio, y se radicó en la zona norte de San Miguel de Tucumán, luego de estar unos días en la Capital Federal.
Ilarraz nunca fue denunciado por la iglesia ante la Justicia ordinaria por las graves denuncias en su contra.
Sólo tuvo que afrontar un proceso canónico local y, como castigo, fue enviado al Vaticano donde estuvo al frente de una oficina para asuntos argentinos.
Después de un año volvió al país y se radicó en Monteros, Tucumán, donde consiguió que el obispo local le permitiera seguir ejerciendo el sacerdocio.