Germán de los Santos | Corresponsalía Rosario | [email protected]
El tribunal también sentenció a parte de su familia, a dos policías y a los proveedores de los precursores químicos. El acusado manejaba una de las cocinas de cocaína más grandes del país.
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Casi cinco años después de ser detenido en un operativo que se llamó Flipper, Delfín Zacarías fue condenado por la Justicia Federal que lo encontró culpable de manejar, con su familia y la complicidad de dos policías, una de las cocinas de cocaína más grandes del país, que funcionaba en un country de la localidad de Funes, vecina a Rosario.
El tribunal integrado por los jueces Ricardo Vázquez, Otmar Paulucci y Germán Sutter, condenó a 16 años a Zacarías, mientras que su mujer, Sandra Inés Marín, recibió 14 años, y a sus hijos Joel y Flavia Zacarías, 7. A su vez, también fue condenada Ruth Castro (siete años), que al momento de los allanamientos era pareja de su hijo.
También fueron condenados Hugo Silva, a diez años de prisión, considerado coautor de tráfico de materia prima; y 7 y 8 años de cárcel para Javier y Alfredo Silva, respectivamente. Estos hombres residían en Don Torcuato, donde la Justicia presume que Zacarías viajaba para abastecerse de precursores químicos.
Además, recibieron penas de 6 años de cárcel los policías José Luis Dabat y Diego Comini, considerados “partícipes necesarios” de tráfico de estupefacientes, en ambos casos agravado por su condición de funcionarios.
Los argumentos de la defensa no funcionaron en el juicio como esperaban, al cuestionar el operativo que detuvo a Zacarías, quien en su primera declaración ante el tribunal contó un guión más parecido a serie de Netflix que a la realidad.
Empresa familiar
Zacarías fue detenido en 2013 en una casa de Funes con 300 kilos de pasta base y 400 litros de precursores químicos en su poder. Para la defensa, nunca se pudo comprobar que el acusado fabricaba y distribuía droga desde su vivienda.
Un punto clave en la investigación, que llevó adelante el fiscal federal de Rosario Juan Patricio Murray y que terminó con la detención de 12 personas el 5 de septiembre de 2013, fue el seguimiento que hicieron los investigadores de la Policía Federal a Zacarías, cuando fueron a buscar -un día antes de su captura- con su camioneta VW Amarok a un galpón en Don Torcuato 2.000 litros de acetona, que adquirió por $ 340.000. Esa sustancia química se la vendió Hugo Silva, su hermano Alfredo y su sobrino Javier, que la retiraron de la empresa Alconar SA, en Grand Bourg, provincia de Buenos Aires.
Tras cargar el “gasoil”, como le llaman a la acetona en las escuchas telefónicas, Zacarías retornó a Rosario y se encontró con su mujer, Sandra Marín, y su hijo Joel en el estacionamiento de una estación de servicio, en Circunvalación y Córdoba.
Allí cambiaron, los vehículos. Delfín se llevó el Toyota Rav 4 y Sandra se subió a la Amarok, donde estaba el cargamento de acetona, para dirigirse hasta el chalet en Funes, acompañada de cerca por su hijo, que se trasladaba en una Ford Ranger.
Después de bajar los 40 bidones, madre e hijo se pusieron a “cocinar” cocaína. A las 19.35, Joel recibió una llamada: “Esperame un toque que estoy trabajando con mi vieja”, contestó, según figura en el expediente. Un par de horas después el propio Delfín llamó al proveedor de la acetona para quejarse de la calidad del producto. “El motor no agarra; no puedo terminar la ropa”, le dijo.
La administración
Flavia, hija de Delfín Zacarías y Sandra Marín, llevaba la administración y la parte contable del laboratorio narco desde su departamento en Rodríguez 1065, en pleno centro de Rosario. Esta joven de 24 años era “la encargada de llevar los papeles de la organización y pagar las cuentas porque muchos bienes de la familia estaban a su nombre”. Y además era el “enlace” entre su padre y “el ingeniero”, un hombre con acento boliviano o del norte del país que figura en la causa como el proveedor de la pasta base de cocaína. En la organización no sólo participaban los hijos del matrimonio Zacarías, sino también sus parejas. A Ruth Castro, ex mujer de Joel y madre de la nieta de Delfín, le encontraron en los allanamientos paquetes de cocaína y balanzas en su casa en Granadero Baigorria.
Y aparece en una conversación telefónica que involucra a dos policías, uno de la Federal y otro de la policía santafesina. Un tal “Diego” (que se sospecha que es un alto jefe de la policía santafesina) le “pasa un mensaje” de He-man -cuyo apodo sería el de un integrante de la Federal- que ordene “cerrar las persianas de los búnkeres” de la zona norte porque se iniciaban operativos antidroga.
Despilfarro y sospechas
La pantalla del laboratorio de cocaína era la empresa de remises Frecuencia Urbana, de Granadero Baigorria. Pero Zacarías hizo todo lo posible para no pasar inadvertido con el dinero que gastaba. Hace un par de años empezó a construir una mansión frente al río, en San Lorenzo, y un megagimnasio, cuyo proyecto era de más de 6.500 metros cuadrados. El lugar que eligió también llamó la atención: una zona semirrural, sin mucho sentido comercial, en la que se iba a destacar con mucha intensidad el edificio de seis pisos. Ese estilo de vida empezó a disparar sospechas.
Como esas construcciones infringían el código urbano de esa ciudad, el Concejo Deliberante le dio una excepción para que pudiera edificar. A cambio, Zacarías prometió “apadrinar” la construcción y el mantenimiento de una plaza y financiar el alumbrado público de nueve cuadras, con cordón cuneta incluido. Prometió, además, que iba a hacer las gestiones para que en el predio se instalara un local de McDonald’s y una cadena de cines internacional.
Casas y autos
En octubre de 2012, un ex funcionario de la Municipalidad de San Lorenzo denunció a Delfín Zacarías ante el Ministerio de Seguridad de Santa Fe, donde pusieron la lupa en su abrupto enriquecimiento. La Subsecretaría de Delitos Económicos provincial, que se creó luego que fuera preso el ex jefe de la policía Hugo Tognoli, centró la mirada en las propiedades y vehículos que había adquirido Zacarías: 36 inmuebles entre el 29 de diciembre de 2008 y el 23 de ese mes de 2009, y 24 autos y camionetas, entre ellos cuatro de alta gama. Su hija Flavia Zacarías puso a su nombre ocho propiedades, que compró entre mayo y julio de 2009; después sumó otros cuatro inmuebles, cinco autos y un camión.