"Maxi" Olmos: un crimen a sangre fría y una madre a la que le arrancaron el corazón
Conocer que el juicio por el brutal homicidio de su hijo ya tenía fecha de inicio le "alegró el día" a Azucena, pero desde el asesinato sus alegrías nunca más fueron completas.
"Hoy siento un vacío adentro mío. Están mis otros hijos, mis nietos... pero me falta algo. Lo extraño un montón todos los días", dice Azucena. Crédito: Archivo/Pablo Aguirre
Azucena Ponce de León sufre cada día desde el 19 de septiembre de 2019. Cada fiesta familiar, cada cena, cada almuerzo, cada abrazo a sus nietos… cada motivo de felicidad le provoca también dolor desde entonces. Es que ese día le arrancaron "la mitad de su corazón", le arrebataron a su joven hijo. Mataron a Maxi. Lo ejecutaron sin piedad para robarle la moto. "Vamos a tomar algo por el finado", le propuso uno de los presuntos homicidas al otro esa noche. El próximo jueves 22 de este mes, tres días después de que se cumpla un nuevo aniversario del crimen, comenzará el juicio oral contra los dos acusados del sangriento asalto. "Sólo quiero que se haga justicia y que estos tipos paguen por lo que hicieron. Que los jueces les den la pena máxima. Qué queden adentro, que no salgan a la calle, porque yo lo tengo a mi hijo cuatro metros bajo tierra", exige la mujer que habla con firmeza a pesar de las lágrimas que asoman de sus ojos.
La fiscal del caso, Rosana Marcolín, se encargó de darle la noticia de que ya estaba fijada la fecha para el inicio del juicio. "Ella siempre se portó muy bien con nuestra familia. Siempre está presente. Me responde cada pregunta que le hago. Le dije que me había alegrado el día", cuenta Azucena.
"Se cumplen tres años del homicidio e iban a salir libres. Hubo en todo este tiempo muchas audiencias, muchas demoras. La defensa de los acusados puso muchas trabas. No se presentaban. Si no era el resfrío era el dolor de garganta. A veces el delincuente tiene más derechos que la víctima", se lamenta la mujer, que será querellante con la asistencia de los abogados Matías Pautasso y Carolina Walker.
Ella quiere justicia, la necesita. "A la vida de mi hijo no me la van a devolver, pero los delincuentes tienen que pagar por lo que hicieron. No tienen perdón de Dios. Le quitaron la vida a un inocente por un pedazo de fierro. A la moto ya la tenían, él estaba caído e indefenso y lo ejecutaron con alevosía. Yo quiero la pena máxima. Ojalá los jueces hagan bien su trabajo. Esto no puede quedar impune", suplica.
Abanderado
Maxi era el cuarto de cinco hermanos por parte de madre y además tenía tres hermanas por el lado del papá. "Todos decían que era mi preferido. 'Pachu' (así lo llamaban los íntimos) era muy familiero. Era un pan de Dios. No se merecía lo que le pasó. Hasta el día de hoy nos preguntamos por qué le sucedió eso a él. Tanto trabajó para hacer su casita, donde hoy está viviendo una hermana. Tanto se sacrificó para comprarse la moto. En un minuto se fue todo. Ese vacío es de todos los días y no se llena con nada. Mis hijos siempre están conmigo, los domingos nos reunimos, pero nos falta él", se angustia Azucena.
Maxi le había prometido a su madre que en el año 2020 le iba a dar un nieto. Le gustaba jugar al fútbol, pescar y no paraba de trabajar desde que terminó la secundaria, con un promedio de 9,75. Finalizó como abanderado en la Escuela Juana del Pino de Rivadavia y le dijo a su madre que se iba a tomar un año sabático antes de seguir con sus estudios. Ingresó entonces como empleado en una conocida mueblería de la zona norte de la ciudad, cerca de su casa. Allí se especializó en lustrado de madera y se dedicó a eso. "Laburaba hasta los sábados. Nunca me hizo renegar", sostiene la mamá.
"A mí me partieron en dos. Me arrancaron la mitad de mi corazón. Porque se te muere tu papá y sos huérfano, pero si se te muere un hijo qué decís… no hay palabras. No hay consuelo".
Sufrimiento
Azucena habla serena, pero no deja dudas sobre lo que espera del juicio. "No le deseo la muerte a nadie, pero quiero que los delincuentes sufran lo que les queda de vida. Que sientan lo mismo que sintió mi hijo esos minutos que estuvo solito tirado en el suelo. Que sufran el doble. No puedo entender. Hasta el día de hoy, me digo cómo habrá sufrido estando solito con su alma. Una vecina fue al velorio y me contó que estuvo en ese momento con él. Me dijo: 'yo le agarré la manito y él me quería decir algo, pero yo no le entendía lo que me decía. Y la ambulancia demoró tanto, porque justo estaba el partido de Colón. No pudimos hacer nada. Lo tapamos'. Me mata pensar en cómo habrá sufrido. Cómo lo persiguieron, lo entregaron", se lamenta.
"Igual cuando dicen que van a festejar por el finado -agrega, en referencia a un intercambio de mensajes entre los acusados la noche del crimen-. No tienen corazón, no tienen sangre. No sé dónde nacieron. Yo crié a mis hijos sola. Siempre les enseñé valores, aparte de darles las cosas materiales que necesitaban. Y yo pienso, eso de matar, de robar, eso se enseña en la casa no en la escuela. Los valores se enseñan en la casa".
Otros tiempos. Azucena y su Pachu, con su permanente sonrisa.
Azucena tiene 65 años y actualmente está jubilada. Ella sostuvo su hogar prestando servicios domésticos.
Las audiencias del juicio seguramente van a remover los recuerdos de Azucena y los van a poner a flor de piel. "Lo que voy a escuchar seguro que me va a sobrepasar. A mí me partieron en dos. Me arrancaron la mitad de mi corazón. Porque se te muere tu papá y sos huérfano, pero si se te muere un hijo qué decís… no hay palabras. No hay consuelo. Yo trato de estar bien por mis otros hijos, porque ellos también sufren mucho. Él siempre estaba para ellos, para sus sobrinos, para todos. Él era un ser especial. Nunca lo ibas a ver enojado, mal. Siempre con esa sonrisa. A mí me sacaron todo. Me lo quitaron".
Presencia
Azucena va a asistir a todas las audiencias del juicio oral. "Lo tengo totalmente decidido. Nunca dudé. Voy a seguir el proceso hasta lo último, hasta que no me digan que van a quedar en la cárcel con la pena máxima. Mi hijo tiene que descansar en paz. Ellos no tienen que salir a la calle, porque mi hijo está cuatro metros bajo tierra. Yo los domingos voy a llevarle una flor al cementerio. Seguro que durante el juicio me voy a poner mal, me va a subir la presión, pero voy a seguir hasta lo último".