Si el botín es una usada batería de auto podría decirse que no se trata de un robo importante, pero si la víctima ya tiene más de dos decenas de golpes similares en el lomo la perspectiva cambia bastante.
A veces, a pesar de que el botín sea de poco valor, un ladrón puede hacer muchísimo daño.
Si el botín es una usada batería de auto podría decirse que no se trata de un robo importante, pero si la víctima ya tiene más de dos decenas de golpes similares en el lomo la perspectiva cambia bastante.
La pesadilla de José Fernández es reflejada en este diario desde hace rato, en una serie de notas. Tiene 80 años de vida y de vecino de barrio Barranquitas. Nació en el mismo lugar donde hoy se domicilia -en calle Luciano Molinas al 3800-, junto al galpón que él mismo edificó para montar su taller de herrería.
Trabaja desde los 13 años, cuando concluyó el sexto grado y decidió dejar de estudiar. En ese tiempo el barrio era distinto. Prácticamente no se registraban hechos de inseguridad. Todos los días tomaba el tranvía para ir a ganar su propio dinero. Mientras sumaba unos pesos a los ingresos familiares, aprendió el oficio de moldear, cortar y soldar objetos de metal. Los domingos, repartía medialunas de una conocida panadería de la zona.
"Pichi", como lo conocen los vecinos, sigue haciendo changas a pesar de su edad. "No me puedo dar el lujo de parar, porque cobro la (jubilación) mínima. En este país nunca alcanza la plata", se quejó. Lamentablemente, ya casi no cuenta con herramientas en su taller, porque se las fueron robando. Se llevaron de todo, hasta una amoladora grande trifásica y como cinco bicicletas. A mi casa también entraron y me quitaron un televisor de 43 pulgadas, un ventilador de pie, una garrafa de 10 kg, una guitarra que quería mucho.
Este martes por la noche, los ladrones volvieron a escabullirse dentro del taller. Allí, José había guardado su "bien más preciado". Se trata de un automóvil VW Polo color celeste metalizado modelo 2.000. Se lo compró hace 14 años a un amigo. "Es un avión", se enorgullece.
"Con un pesado cortafierros barretearon el capó y después hicieron palanca para arrancar la batería. Para llevársela me destrozaron la parrilla", contó con gesto de gran dolor en su rostro, como si la maniobra todavía lo estuviera lastimando a él.
"Ya no se a quién más recurrir. Hago casi todas las denuncias, pero no hay solución. No se qué más hacer. Tendrían que mandar policías a recorrer de noche esta zona, porque acá los robos son algo de todos los días", concluyó.