El juez de la Sala II del Tribunal de Juicio de Metán, Sebastián Fucho, condenó a un docente de 45 años a la pena de 10 años de prisión efectiva por el abuso de dos menores en una escuela.
El maestro se desempeñaba en una institución de la localidad de Piquete Cabado, del departamento salteño de Anta.
El juez de la Sala II del Tribunal de Juicio de Metán, Sebastián Fucho, condenó a un docente de 45 años a la pena de 10 años de prisión efectiva por el abuso de dos menores en una escuela.
Fue por el delito de “abuso sexual simple calificado reiterado” en perjuicio de una menor y la “tentativa del delito de abuso sexual simple calificado reiterado” contra otra niña, ambas de nueve años.
El docente se desempeñaba en una institución de la localidad de Piquete Cabado, del departamento salteño de Anta.
La fiscala penal de Joaquín V. González, María Celeste García Pisacic, representó al Ministerio Público Fiscal en la audiencia de debate, tras intervenir en la investigación, a partir de las denuncias de las madres de las menores, que eran alumnas del condenado en Piquete Cabado, ubicada a 217 kilómetros de Salta capital.
De las denuncias surgió que el docente, en horario escolar, “abrazaba a las niñas y las sometía a tocamientos”, y coincidieron en que el hombre les dijo que no tenían que andar contando esas cosas porque lo “iban a perjudicar”.
La fiscal evaluó todos los elementos de prueba colectados y concluyó que lo manifestado resultó compatible con lo expresado por una de las menores ante la Cámara Gesell, donde contó que ella pudo eludir al docente en tres oportunidades, pero también que fue testigo de los “tocamientos a los que sometió a su compañera, cuando se quedó con otra alumna, escondida detrás de un árbol”.
Para la fiscala, ello confirmó que el relato “goza de total y absoluta credibilidad y veracidad” en sus manifestaciones, sin contradicciones e indicando la escena del ilícito de manera “pormenorizada, detallada y con un marcado estado emocional de angustia y miedo por la conducta antijurídica y culpable del acusado” y destacó la extrema vulnerabilidad física y psicológica a partir de la “imposibilidad de la menor de repeler cualquier ataque o fuerza física del agresor en su integridad corporal”.
El condenado fue imputado como responsable y autor material del delito en perjuicio de la menor, que también fue “testigo presencial del abuso sexual simple calificado que el educador desplegaba de manera absolutamente despreciable contra otra menor, en horario de clases”.
En tanto, el relato de la segunda víctima en Cámara Gesell confirmó los abusos y el miedo que sentía por el docente, después de las tres veces a las que la sometió, en el sector posterior de la Escuela, donde se encuentra la huerta.
García Pisacic también resaltó que el relato “lleno de angustia, llanto y miedo hacia F., exteriorizó un estado de extrema vulnerabilidad frente a quienes debería haber cumplido su función como educador, obligado al resguardo y a la protección de los alumnos como tarea principal inherente a la condición de persona humana”.
Sin embargo, el hombre actuó como “un agresor sexual abusando de su condición de profesor y haciendo propicio llevar adelante una conducta típica, antijurídica, culpable y punible en perjuicio de dos niñas indefensas, con imposibilidad de repeler cualquier ataque sexual o de otra índole”, dijo la fiscal, quien destacó el daño “irreparable” provocado en las víctimas.