Danilo Chiapello | dchiapello@ellitoral.com
En la casa del matrimonio Espino se puede observar que el secreter de un placard está violentado. También hay manchas de sangre en la pared de la cocina. Faltan pertenencias de las víctimas.
Danilo Chiapello | dchiapello@ellitoral.com
A poco más de una semana del terrible suceso ocurrido en barrio Sur, El Litoral accedió al inmueble donde fueron encontrados sin vida Rafael Espino (62), su esposa Mónica Rampazzo (60) y agonizando el hijo de ambos, Rodrigo (38), quien terminó falleciendo horas después.
La primera sensación que uno percibe al estar en la escena de los hechos es de sorpresa y estupor.
Ni bien uno ingresa a la amplia cocina (lugar donde estaba el infortunado matrimonio) advierte una importante cantidad de manchas, de tono morado o granate, en una de las paredes laterales.
Estas salpicaduras comienzan a nivel del zócalo y se desplazan un metro hacia arriba, alcanzando incluso la base de un repisa.
La impresión es que esas manchas son de sangre; parecer que fue compartido con allegados a las víctimas, que también observaron con suma atención la escena.
Alguien intentó explicar que esas manchas podrían ser consecuencia de la descomposición de los cuerpos. Pero resulta difícil aceptar esa versión, ya que los cadáveres estaban a más de un metro de distancia de la pared en cuestión.
El dormitorio matrimonial luce en completo desorden. Y es en este ambiente donde se advirtió el detalle más inquietante.
Dentro de un placard hay un pequeño “secreter” cuya estructura ha sido violentada de manera notable. El techo de ese “secreter” fue “palanqueado” hacia arriba hasta dejar sus clavos a la vista y hacer “saltar” su cerradura.
En igual sintonía se observa otra habitación, la que funcionaba como oficina o escritorio del dueño de casa. Allí también los roperos lucen semivacíos, entre cajones, sillas y carpetas tiradas por el suelo, junto a otras pertenencias.
Fuentes confiables dejaron trascender que los pesquisas habrían secuestrado desde estos ambientes otras dos cajas de seguridad.
Para esta altura, conviene remarcar que el aspecto que presentan los citados ambientes, en nada se corresponden con la versión circulante de que la casa estaba en “perfecto orden”.
Alguien deslizó la posibilidad de que dicho desorden haya sido consecuencia del trabajo que los policías hicieron en la casa, lo que motivó la inmediata respuesta de algunos familiares.
“¿Es ésta es la manera en que trabaja la policía? Tirando todo al suelo y armando semejante desastre. ¿O aquí pasó otra cosa que nadie quiere decir?”, se preguntaron.
Atento a todo lo anterior, lo ocurrido en la casa de calle Francia 1100 bien puede interpretarse como un robo seguido de muerte.
En este punto vale señalar que las puertas y ventanas de la casa no tienen signos de haber sido violentadas, lo que significa que el o los asesinos ingresaron a la vivienda con el consentimiento de sus moradores.
En esta línea conviene recordar que la aparición de la Renault Duster, propiedad de Rafael, no hizo más que confirmar la participación de terceros en este espeluznante asunto.
Autores ignorados fueron los que, 24 horas después del descubrimiento de los cuerpos, dejaron el flamante vehículo (modelo 2018) en Azopardo y La Rioja. Pero antes se tomaron el trabajo de arrancar una chapa patente y de doblar la otra, a modo de impedir su normal visualización.
Así las cosas, en círculos de allegados se presume que el matrimonio fue ultimado por una o más personas, con fines de robo. No obstante, el informe de las autopsias caratuló el caso como “muerte súbita de causa desconocida”.
Agregando que ambos esposos murieron casi en forma simultánea. “Sólo puede haber una diferencia de minutos entre un deceso y el otro”, precisó una fuente calificada. Cuesta comprender esto último, si se atiende que Rafael pesaba cerca de 130 kilos y su esposa prácticamente la mitad.
Los forenses también opinaron que los cuerpos no presentaban lesiones (ni de bala, ni de arma blanca o golpes), motivo por el cual se ordenaron análisis toxicológicos.
Sin embargo, nada se dijo sobre la notable mancha (supuestamente de sangre) en la pared, como tampoco del extraño recorrido que hicieron los fluidos cadavéricos a un extremo y otro, por el piso de la cocina. El misterio continúa...
La versión de un supuesto suicidio que circuló en los primeros días se derrumba de manera categórica, cuando se conocen distintos aspectos de esta familia.
Rafael y Mónica llevaban una vida más que tranquila y ahora estaban en los preparativos para realizar un viaje en crucero a Brasil, junto a su amado hijo Rodrigo.
Este paseo -que ya lo tenían pago- tenía como fecha de salida el 14 de noviembre, y además del placer propio de unos días de relax, tenía como objetivo festejar el cumpleaños 39 de Rodrigo a bordo de la embarcación.
Como antecedente de esta experiencia figuran otros dos cruceros que la familia ya había realizado junto a Rodrigo quien, pese a sus conocidas limitaciones, se mostraba especialmente feliz con la aventura.
Además Mónica comenzaba a disfrutar de sus primeros días como jubilada del Ministerio de Educación, y Rafael estaba en los últimos tramos de su carrera laboral en la Junta Electoral.
Consultados por este diario, sus compañeros de trabajo se mostraron profundamente consternados por lo sucedido, toda vez que destacaron la gran calidad humana de ambos.
Y en este punto vale señalar un aspecto de Rafael, a quien algunas personas intentaron desacreditarlo.
“De él se dijo que hablaba a los gritos. Eso es cierto, aunque nadie se encargó de aclarar que hablaba a los gritos porque era prácticamente sordo”, explicaron con dolor sus hermanos a El Litoral.
Rafael era el mayor de cuatro hermanos. Luego vienen Olga (que reside en Buenos Aires), Mario y Susana, la menor.
Todos lo definieron como un “grandote bueno” , honorable, respetuoso e incapaz de hacer algún mal a alguien.
Los familiares se mostraron disgustados no sólo por algunas versiones, sino también por el trato que recibieron de parte de los encargados de la investigación.
Si bien Rafael y Mónica tenían un montón de amigos, había dos que pueden señalarse como sus preferidos.
Uno de ellos es Luis, el abogado de la familia, y el otro es un sacerdote, actualmente a cargo de una parroquia en la ciudad.
Ambos eran no sólo los hombres de consulta, sino los depositarios de los secretos más íntimos de esta familia.
El vínculo de amistad era tan cercano que, por ejemplo, el religioso cenaba una o dos veces a la semana en casa de los Espino. Y fue en una de estas veladas, celebrada no hace mucho tiempo, en la que Rafael le confesó al sacerdote sentir una gran angustia. El motivo de su pesar era que se había dado cuenta de que personas ajenas a su familia habían descubierto el lugar donde él guardaba una importante suma de dinero en dólares, la que habría estado destinada para una operación inmobiliaria.