Martes 31.3.2020
/Última actualización 17:57
Gimena B. es una sobreviviente. A sus 30 años pudo recuperar su libertad después de pasar por una relación tormentosa, marcada por la violencia de género y la desigualdad. Es madre de cinco niños de entre 3 y 11 años y transita la cuarentena en la misma casa en la que sus hijos vieron cómo el padre intentó acabar con su vida hace apenas tres meses. Desde que se confirmó la prisión preventiva de su ex marido, el penitenciario Carlos Walter Maranzana, Gimena confiesa que se sienten más seguros ya que “antes vivíamos con miedo”, pero el distanciamiento social obligatorio les trajo un nuevo desafío: estar atrapados en el recuerdo.
El viernes 3 de enero Maranzana arribó a la casa de su ex -incumpliendo con la prohibición de acercamiento ordenada luego de que se le abriera una causa por lesiones y amenazas contra ella- y frente a sus hijos la golpeó con sus puños, le pegó patadas en la cabeza y culminó su ataque rompiéndole una botella de vidrio en el cráneo.
Hoy, a pesar del alivio que trajo a sus vidas el encarcelamiento de su ex pareja, Gimena y sus hijos continúan siendo vulnerados por un sistema que no ha dejado de revictimizarla, y transitan la cuarentena por la pandemia del coronavirus Covid-19 sin poder salir de la vivienda que fue escenario del momento más trágico de sus vidas. Sumado a esto su situación económica es cada vez más precaria, el Servicio Penitenciario pasó a disponibilidad a Maranzana por lo que ya no se deposita la cuota alimentaria de los niños pero a la vez Gimena no puede percibir ningún subsidio, puestos que él continúa figurando como empleado, y el dinero que ella cobraba por sus múltiples trabajos de carácter informal -como moza y empleada de limpieza- se redujo drásticamente luego de que se ordenara el distanciamiento social obligatorio.
“Es la primera vez que pasa que se le pide al Servicio de Seguridad que se le siga pagando a los chicos, no hay precedente de otros casos” comentó Gimena acerca de su reclamo, que emprendió con ayuda del abogado José Luis De Iriondo. “Ya había una cuota acordada, dictaminada por un juez, de lo que corresponde que se les pase a los chicos”, algo con lo que no se está cumpliendo, “pero tampoco le dan la baja como para que me pasen a Anses”. Por ahora, se realizaron gestiones para que desde la Secretaría de Género y la Cámara de Diputados reciba “alguna ayuda”, ya que ninguno de sus empleadores la tenía en blanco.
Pero el trabajo no era sólo su medio de vida, su independencia, la manera de mantener y cuidar a sus hijos. El trabajo es lo que la ayudaba a sobreponerse al trauma que le dejó la “relación tóxica” que tenía con su ex marido: “Ahora que estoy encerrada estoy cayendo en lo que pasó”.
La misma situación atraviesan sus hijos, que tienen 3, 5, 8, 10 y 11 años. Antes de que se confirmara la preventiva de Maranzana, “yo me iba a trabajar y cuando volvía mi nena me decía: ‘Má, estás viva’. Era todo el tiempo recordar acá adentro lo que pasó”, y después la cuarentena también tuvo un impacto negativo “para ellos y para mí”. “Tratamos de hablar de otra cosa, pero no es fácil con los chicos, y para mí tampoco porque venía negando todo y ahora no tengo cómo escaparme”. Ellos “por ahí tienen algún recuerdo -de su padre- y tratamos de charlarlo para ver cómo se sienten”, los más grandes “me dijeron que él se había buscado estar ahí -preso- y que ya no es parte de nuestra vida”.
De hecho, fueron ellos mismos los que dos años atrás hablaron con su mamá y le pidieron que se separe: “Los tres más grandes me sentaron y me pidieron que lo dejara al padre, que ellos ya no soportaban cómo vivíamos y cómo venían las cosas”.
Gimena utiliza la palabra “tóxica” para describir su relación con Carlos Maranzana y reconoce que siempre fue así pero que ella “no lo veía”, lo tenía naturalizado porque era algo que había visto desde chica. Hasta que dos años atrás todo cambió, él “empezó a ser más agresivo cuando yo comencé a ir a las marchas -de Ni Una Menos- con mi hermana” y “a las charlas de género”. Gimena empezó a romper con el ciclo de violencia, porque finalmente reconocía que el accionar de su marido no tenía justificación alguna. “Él trataba de convencerme de que iba a cambiar pero a los cinco minutos me daba cuenta de que era mentira, él no iba a cambiar ni quería hacerlo, lo que él quería era que yo volviera a someterme”.
El siguiente paso fue aún más difícil: intentar conversar con él para explicarle que quería separarse. “Me ayudó un montón que los chicos me dijeran que lo deje, me sentí más aliviada. Él no lo tomó bien, empezó a decirme que yo tenía otro, a hostigarme y golpearme peor todavía. Me dijo que no se iba a ir, y se quedó” un tiempo.
Cuando Maranzana finalmente se fue del domicilio y tras un mes sin verlo, se volvieron a cruzar. Era de noche, Gimena y una amiga estaban en un bar, él se acercó y se sentó con ellas. “Lo único que hacía era mirarme y decirme que estaba cambiada, que yo no era así... Me susurraba al oído esas cosas”, recuerda; esa noche terminó con él encerrado en la vivienda que solían compartir y ella, golpeada, durmiendo con sus hijos en la casa de una amiga. “Estuve dos días sin poder volver a mi casa, porque la policía siempre tiene una excusa”.
“Necesitaba quererme”
"Yo quiero que se sepa cómo son las cosas. Hay algo que te lleva a esto y a veces somos incapaces de tomar las riendas de nuestras propias vidas, por todo lo que vivís aprendes a callarte”. Incluso ahora, con Maranzana detenido, Gimena confiesa que la sigue “pasando mal” y que aún escucha los comentarios de aquellos que no entienden, o no quieren entender, lo que la violencia de género implica: “La gente te dice ‘¿por qué no lo dejaste antes?’. Tenía mucho miedo y necesitaba quererme yo para poder decir: No, basta, no me voy a dejar hacer esto. Lo veía hasta normal creo, porque siempre la culpable iba a ser yo”. Pero “casi me mató a principio de año, cómo puede importar más que él pierda su trabajo a que a mi me haya matado o no, no le ven la importancia a mi vida, nadie la ve”, reprocha Gimena a una sociedad que en más de una ocasión le ha dado la espalda.
Encarcelado
El juez de Cámara Roberto Reyes rechazó el 19 de marzo la apelación a la prisión preventiva solicitada por el abogado de Carlos Walter Maranzana, el Dr. Sebastián Moleón, del Servicio Público Provincial de la Defensa Penal. El agente penitenciario fue imputado por la fiscal de Homicidios, Cristina Ferraro, por el delito de “tentativa de homicidio calificado por el vínculo y por ser perpetrado por un hombre en contra de una mujer mediando violencia de género (femicidio)”, y el pasado 7 de enero el juez de la IPP Pablo Busaniche le dictó la prisión preventiva, luego confirmada en segunda instancia. Maranzana se encuentra actualmente alojado en la Seccional 11° de la ciudad de Santa Fe.