" – Les llenamos los vidrios de las ventanas del aula con notitas diciéndoles de todo – me dijo Wayra con evidente orgullo – Y algunos chicos entraron y les vaciaron las mochilas. A las de los dos peores las sacaron y las llevaron al aula nuestra. ¡Ah! Y también les rompimos tres láminas que tenían colgadas – Blandió ante mi mirada una mano bien abierta – No te voy a mentir: yo también estuve en todo eso.
- ¿Y por qué lo hicieron, Way? – le pregunté.
- Siempre se hacen esas cosas entre los de 7° y los de 6°.
Todos los años es igual. Pero ellos empezaron… - se justificó.
- ¿Cómo que los buscaron? – inquirí.
- Y, sí… Ellos nos empezaron a burlar porque vamos a ir a la secundaria, que es re-difícil, y nos va a ir mal porque somos unos burros.
- ¿Y eso estuvo bien?
- Y, no, obvio. Por eso mismo les hicimos lo que les hicimos. Se lo merecían. Eso que nos dijeron no se hace – se defendió.
- Ajá… ¿Y lo que hicieron ustedes?
- Bueno, tampoco está bien… ¡Pero ellos nos buscaron!"
Es muy frecuente que niños y adolescentes, al enfrentarse a una situación de agresión respondan de la misma manera o, incluso, contraataquen. A menudo lo hacen porque aprenden por observación y, si ven a familiares o amigos reaccionar a los conflictos de manera agresivo-violenta, es muy probable que imiten esa conducta. Sobre todo, si saben que no padecerán consecuencias negativas.
Algunos adolescentes pueden sentir que la agresión es la única forma de protegerse a sí mismos, a sus seres queridos o a quienes estén con ellos en determinado momento y, si no cuentan con las herramientas necesarias para expresar sus emociones de manera saludable o resolver conflictos de manera pacífica, pueden recurrir a la agresión o a la violencia. Además, el deseo de encajar y de ser aceptados por su grupo de pares, debido a la necesidad del sentido de pertenencia, puede llevar a algunos adolescentes a participar en comportamientos agresivo-violentos, aún cuando no estén de acuerdo. El problema está en que al responder a una agresión con agresión se alimenta un ciclo de violencia que puede tener consecuencias serias y hasta graves para los involucrados. La violencia no resuelve los conflictos, sino que los agrava, razón por la cual justificar la violencia como una respuesta válida puede contribuir a normalizar este tipo de comportamiento en la sociedad y eso es algo indiscutiblemente inaceptable.
Los adolescentes están en una etapa de desarrollo en la que la justicia, la venganza y la equidad son conceptos que están explorando y eso los conduce a proceder impulsivamente, es decir, sin pensar antes de actuar. Por otra parte, puede suceder, también, que la agresión sea una señal de que el adolescente está experimentando problemas emocionales más profundos, como depresión, ansiedad o ira reprimida, debiendo ser atendido adecuadamente.
Muchos niños y adolescentes se manejan según el "ojo por ojo y diente por diente" que implica la Ley del Talión, es decir que si alguien les hace daño tienen derecho a hacerle lo mismo, y es así que la represalia perpetúa el conflicto en lugar de resolverlo, por lo cual es necesario que los adultos intervengan y proporcionen a los adolescentes las herramientas necesarias como para desarrollar habilidades sociales y emocionales saludables, en vez de habilitarlos a reaccionar con la misma o peor acción recibida, tomando venganza. Los adultos deben enseñar a los adolescentes cómo resolver conflictos de manera pacífica y respetuosa, ayudándolos tanto a comprender los sentimientos de los demás como a gestionar la ira y la empatía.
Cada persona es responsable de sus propios actos, independientemente de lo que hayan hecho los demás. La violencia nunca es la solución, pues si todos respondemos a la violencia con más violencia, en el mundo nunca habrá paz.