“ La madre de Lautaro se bajó del auto, apuró el paso hacia el grupo de adolescentes en la vereda del colegio y , sin mediar palabra alguna, asestó un golpe con el nudillo de su índice derecho en la cabeza de Gonzalo.
Cuando un hijo cuenta una situación en la que se sintió ofendido o agredido, los padres deben conversar en profundidad acerca de lo sucedido.
“ La madre de Lautaro se bajó del auto, apuró el paso hacia el grupo de adolescentes en la vereda del colegio y , sin mediar palabra alguna, asestó un golpe con el nudillo de su índice derecho en la cabeza de Gonzalo.
- ¡Ehhhhhh, pará! – se quejó él, llevándose una mano a la cabeza mientras plegaba el cuerpo en señal de defensa y se volvía hacia quien lo había golpeado - ¿¡Qué te pasa, loca!?
- ¿¡Y encima me decís loca!? – vociferó la mujer, alzando nuevamente el brazo como para volver a golpearlo.
Gonzalo dio unos pasos hacia el costado, alejándose de ella y sus compañeros intervinieron.
- ¿Qué pasa, Susana? ¿Cómo le vas a pegar así?
- Para que aprenda a no burlarse de la gente.
Gonzalo dejó de refregarse el lugar de la cabeza donde había recibido el golpe y, arrugando el entrecejo, se acercó a la mujer.
- ¿Burlarme? ¿Burlarme de quién?
- Mi nene me dijo que te burlaste de él por los cordones de sus zapatillas.
- ¿¡Ehhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!? Naaaaaaaaaaaaaaaaaaa, me estás jod… - Susana hizo el intento de volver a golpearlo y Gonzalo se atajó con ambas palmas abiertas, deteniéndola – Pará, pará. Primero, tu ‘nene’ tiene 16 años y, segundo, yo no me burlé de nada. Simplemente le dije que con ese anaranjado flúor no iba a perderse, porque podrían verlo desde lejos.
- ¿Y te parece bien? ¿No es burlarte eso?
- Yo creo que no. De hecho él se rió de eso… y nos reímos todos.
- Es verdad – lo secundaron los tres chicos que estaban presentes – Nos reímos todos.
Con ojos que irradiaban furia, la mujer acercó un puño cerrado al rostro de Gonzalo, en indiscutible gesto amenazante.
- Que no me vuelva a enterar que agredís a mi hijo… porque te mato”.
Si bien es normal que los padres quieran cuidar a sus hijos, ampararlos ante cualquier situación que viven es sobreprotegerlos e, incluso, inhabilitarlos para actuar por sí solos y poder defenderse a sí mismos. Actuar por ellos es no enseñarles a hacerse cargo de sus propias situaciones de vida, generándoles la sensación de falta de capacidad y de la inseguridad propia de quien no puede solo y, entonces, tienen que hacerlo los demás por él.
Por otra parte, actuar a ciegas y violentamente jamás es un accionar admisible, sobre todo cuando se está tratando de “defender” al hijo de un acto real o supuestamente agresivo, que debería abordarse desde la palabra, comenzando por interiorizarse acerca de qué y cómo es lo que sucedió.
Si los padres amparan a sus hijos todo el tiempo, éstos se sienten licenciados a cualquier acción porque, sea cual sea y como sea, saben que acudirán en su defensa. Tener la certeza de que los defenderán, hagan lo que hagan, les otorga libertad de acción, sin consideración moral alguna. Hijos por cuyos padres “dan la cara” todo el tiempo creen que siempre tienen razón, pero permanecen inmaduros y dependientes de ellos porque no se hacen cargo de sí mismos ni ejercitan la resolución de problemas o conflictos.
Los padres que defienden a sus hijos de un modo agresivo-violento proceden así porque tienen ese temperamento o porque creen que actuar de ese modo generará miedo y paralizará a los otros, dando mejores resultados, sin percatarse de lo destructivo de ese proceder.
Cuando un hijo cuenta a sus padres haber vivido alguna situación en la que se sintió ofendido o agredido es deber de éstos conversar en profundidad acerca de lo sucedido, contribuyendo a enseñarle a gestionar lo que siente, educándolo emocionalmente, y no comportarse como si fueran sus guardaespaldas.
(*) María Alejandra Canavesio es psicopedagoga. M.P. Nº 279. L.I.F.8