" – Estuve viendo unos videos graciosos que están buenísimos. No puedo parar de reírme cuando los veo. Y después uso una app para crear memes que comparto en el grupo de whatsapp que tenemos con los chicos. Nos cag… de risa todo el tiempo – me dijo Cris con voz gutural.
- ¿Por qué son graciosos? – quise saber.
- Porque les pasan cosas a las personas.
- ¿Cosas? ¿Qué clase de cosas?
- Caídas, accidentes… Hay algunos de robos… Los pibes se las re-saben.
- ¿Qué pibes?
- ¡Los choros! – se rió – Re-saben cómo robar. No los agarran nunca - Tratando de reacomodarme por el impacto no sólo de sus palabras sino del modo de decirlas, tragué saliva, pero no pude hablar, porque prosiguió – Con los chicos siempre decimos que los choros deben jugar a lo mismo que nosotros, porque nosotros también sabemos cómo se usan las armas y cómo atacar. Encima los viejos siempre los defienden…
- Si vos hicieras algo así, ¿qué harían tus papás?
Cris arqueó la boca hacia abajo y se encogió de hombros.
- Ni idea. Ellos siempre me dejaron usar la compu y el celu todo el tiempo que quiero. Confían en mí, porque dicen que soy inteligente – Se rió – No creo que les importe mucho, porque si no me ven haciendo algo malo creen que no soy capaz de hacerlo.
- ¿Y serías capaz?
- Capaz… Total no mataría a nadie de verdad; sólo los asustaría, para que se cag… de miedo. Eso no sería algo malo."
Horas y horas diarias ante pantallas jugando juegos violentos y divirtiéndose de la adversidad ajena está teniendo consecuencias cada vez más serias, de las que muchos padres aún no toman conciencia. Niños y adolescentes destinan mucho tiempo diario a entrenarse en un posicionamiento cada vez más deshumanizado ante la vida. Con una exposición repetida a escenas violentas se tiende a normalizarla y aumenta la probabilidad de que los niños adopten comportamientos agresivos, desvinculándose afectivamente de la situación en sí. Tenemos cada vez más niños y adolescentes carentes de empatía e incapaces de enternecerse, conmoverse, conmocionarse, compadecerse y solidarizarse ante situaciones que ameritarían empatía, ternura, conmoción, compasión y solidaridad.
Ante esta realidad indiscutible, lamentablemente es bastante común encontrar padres que minimizan o niegan el impacto negativo del exceso de pantallas en sus hijos, aferrándose a argumentos como que sus hijos son inteligentes y saben lo que hacen, que están bien educados y son buenas personas y, además, que "esa es la forma que hoy tienen los chicos para comunicarse". Muchos justifican el uso excesivo de pantallas como algo inevitable de la modernidad, sin considerar otras alternativas ni fijar la mirada en las consecuencias negativas, y tampoco faltan quienes hasta los admiran, comparándolos con ellos mismos, no sintiéndose a la altura de sus hijos en el manejo de lo digital. "Me parece genial que sea él quien me enseñe a mí" suelen decir muchos padres…
Mientras tanto, los hijos han tomado la batuta en su propia alfabetizacióin digital, "autoeducándose" fuera de la intervención de los adultos responsables, y crecen las dificultades en la atención y la concentración, las alteraciones en la alimentación y el sueño, el aumento de la agresividad y la disminución de la empatía, la ansiedad y la depresión, el aislamiento social, los inconvenientes para sostener conversaciones cara a cara, la inadecuada interpretación de los gestos y señales no verbales, el impedimento en el establecimiento de vínculos, y serias dificultades para autorregular la propia conducta por no lograr identificar y gestionar adecuadamente las emociones.
Como no hay peor ciego que el que no quiere ver, mientras los padres no abran los ojos y tomen cartas en el asunto, muchos niños y adolescentes van rumbo a la robotización, caminando la cotidianeidad como si tuvieran sangre fría, con una falta total de empatía, remordimiento o preocupación por los sentimientos de los demás.
Habida cuenta de una realidad que, indiscutiblemente, crece a pasos agigantados y que como primeros educadores de sus hijos los padres tienen un papel fundamental en la promoción de hábitos saludables, se hace urgente un viraje y enfocarnos en conservar nuestra condición de humanos, para lo cual no hay otro camino que no sea apagar las pantallas y encender las miradas.