"No puedo entender a los personajes como sucursales de mi pensamiento"
El autor nacido en Buenos Aires publicó su primer libro de cuentos, “Las grandes ligas”, distinguido en diciembre de 2022 con el Primer Premio del concurso anual del Fondo Nacional de las Artes.
“No puedo entender a los personajes como sucursales de mi pensamiento. El trabajo imaginativo tiene que ver con adoptar un punto de vista que quizás sea distinto”, explica Ignacio Valiente. Foto: Gentileza La Crujía
Ignacio Valiente agenda la videollamada a las cuatro en punto. Y a las cuatro en punto (hora Italia) atiende. “Buen día. Sería rarísimo decirte buenas tardes”, subtitula. De chico le decían Igna, como reafirma en su cuenta de X. Ahora acepta el “Nacho estándar”. Le pregunto si se siente fiel a su apellido, en qué sentido; la respuesta aparecerá cerca del final. Por lo pronto, es oportuno recordar que este año vio la luz su primer libro de cuentos, “Las grandes ligas”. La antología le valió el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes 2022 y la decisión editorial de La Crujía de publicar su material.
Se hace evidente
“Las grandes ligas” reúne 18 cuentos que Valiente separó de entre una treintena. La mitad. El resultado es un ensayo caliente sobre el descarte. Caliente porque quema, arde, asfixia. También documenta el descarte en las vicisitudes que le toca atravesar a un variopinto club de viejos, muertos y personajes de moda. El corolario de la obra (“El adulto responsable”) y “Firma y aclaración” escalan en un tópico cercano: la decadencia del hombre. “La degradación es el modo de contar el paso del tiempo”, confesó alguna vez Francisco Bitar a El Litoral un 28 de diciembre de 2018. Viene a cuento.
Otros ejemplos. Entre la apertura (“Una sonrisa en la cara de todos los niños”) y “Hacer un hombre” se siente ese clima de úselo-y-tírelo, en el que dialogan prístinamente el diente prometido al ratón Pérez y los eternos afiches de campañas electorales. Ambos relatos comparten el foco puesto en la infancia. Y no son los únicos cuentos en donde sucede eso. Igna amplifica: “No es que la niñez sea un paraíso perdido donde uno está entre algodones. Crecer implica no tanto un rito de pasaje, como un momento en que el desamparo se hace evidente”.
Segunda o tercera
Todo lo anterior refiere al muro de sonidos (ok, de imágenes) que termina construyendo el libro. “Procuro dejar lugar a que el lector encuentre por sí mismo los contactos. Que arme su propio recorrido. Para eso tiene que volver. Me parece importante que los cuentos no se agoten en una sola lectura. Siempre procuro dejar sembrado algo que vaya a florecer en una segunda o en una tercera lectura. El ideal que tengo es que el lector llegue, no por la vía intelectual, sino por la vía emocional: desde su subjetividad. Que haga el libro a su medida”.
Fluye un interrogante: ¿Cómo fueron trabajados el orden, el vértigo, los ritmos? Nacho recoge el guante. “Fue pensar lo mismo que en cada cuento, pero a gran escala. En un primer borrador, uno no sabe muy bien adónde está yendo. El relato empieza a hablar, a manifestar su corazón después de la segunda o tercera versión. Ahí es donde uno comienza a encaminarlo. Incluso, desmontándolo. Quizás, el cuento realmente empieza en el segundo o tercer párrafo. En ese mover las piezas, aparece el verdadero relato. Y el orden del libro pasa exactamente lo mismo”.
“Crecer implica no tanto un rito de pasaje, como un momento en que el desamparo se hace evidente”, precisa el escritor respecto a uno de los hilos de la obra: la infancia. Foto: Gentileza La Crujía
Que problematiza
En la contratapa, Luciano Lamberti expone el cruce de tradiciones visualizado a lo largo de la obra. Una suerte de contrapeso por el que “los cuentos realistas son narrados en clave absurda”, en tanto que los fantásticos son “acompañados de referencias históricas, de marcas, de consumos culturales no siempre irónicos”. Un gesto levreriano. Consultado al respecto, Valiente identifica como formadores concretos a Oliverio Coelho y al mismo Lamberti. “Ellos siempre fueron muy respetuosos de la propia voz. El tallerista es un lector que se anima a pensar más allá de la primera impresión que le produce un texto. Es un lector que problematiza”, amplía.
En esta línea, Ignacio suma al editor Matías Bauso, otro de sus lectores no intrusivos. Su aporte, al igual que el de los escritores antes mencionados, apuntó aspectos como las intensidades, los estados de ánimo y los humores de la obra. “Si bien el orden está pensado después de haber reunido todo el material, en cierta medida es arbitrario. O sea, podría ser otro también. Pero es un orden que se hace evidente sólo después de la lectura intensiva. Y viendo, no sólo esto de no abrumar o no planchar, sino también que haya ecos, resonancias, correspondencias. Y para eso es necesario que no queden muy pegados los cuentos que tienen algún tono o alguna imaginería en común. Hay una alternancia necesaria para lograr cierto dinamismo y renovación. Para hacer que entre un poco de aire donde el recorrido se vuelve más denso u oscuro”.
Inminencia
¿Y del oficio, qué piensa Ignacio Valiente? ¿Cómo lo define? “Concibo a la literatura y a la narrativa como un diálogo. Vos estás escribiendo y, a la vez, estás leyendo. Escribir da ganas de leer y leer da ganas de escribir, y en eso hay un diálogo. Uno, como autor, no es autosuficiente, los textos no son autosuficientes. Siempre están remitiendo a otros. Está todo conectado”.
Pasamos revista de algunos nombres. Él menciona a Samanta Schweblin, Federico Falco, Mariana Enríquez. “Son de una camada inmediatamente anterior a la mía”, dice Igna refiriendo a lecturas que lo impactaron en su primer contacto con ellas. “Yendo hacia atrás, los autores con los que uno empieza a leer: Abelardo Castillo, Silvina Ocampo, Julio Cortázar”. En cuanto a escritores extranjeros, aclara: “Me cuesta mucho citar como referentes a autores que escriben en otro idioma. Lo que uno lee son las traducciones, salvo que los leas en su lengua original”.
Sin embargo, Valiente identifica el peso del realismo sucio (con Carver a la cabeza). “En la estética y el tratamiento, decir con lo mínimo lo más que se pueda. Despojarse de ornamentos verbales. Esconder el núcleo de la historia a un costado, que lo importante llegue de manera lateral y por alusión. No por un trabajo detectivesco que tenga que hacer el lector. No estamos tratando con un enigma. Estamos leyendo una historia que, por momentos, parece anodina. Pero hay una tensión en el transcurso del relato. Una sensación de inminencia. Sea el género que sea en el que escribas, si lo incorporaste como estrategia o recurso, va a aparecer también en la escritura”.
La solución
Asimismo, cobra importancia la Teoría del Iceberg acuñada por Ernest Hemingway. Ignacio Valiente, también profesor de Literatura y Castellano, se detiene aquí en el trabajo con lo implícito y en la importancia de “no excederse” en la descripción de un personaje o de una escena. “Por momentos, uno se siente tentado a explicar de más porque cree que no está diciendo lo que quiere decir. En una segunda o tercera relectura está bien claro, por más que las palabras sean pocas. Otra cosa importantísima es que sin estructura no vas a ningún lado. A veces, uno lleva al taller textos incompletos. No sólo en su primer bosquejo, sino que ni siquiera han llegado a un final, a una conclusión. Aún así, aunque parezca que no tengas idea de adónde estás yendo, la solución no pasa por buscar un final lógico o sorprendente. La solución pasa por buscar una estructura. La estructura sola te conduce a la conclusión, que no necesariamente tiene que estar pensada de movida”.
En esta línea, el autor de “Las grandes ligas” profundiza en la psicología de los personajes y el clima de época. “Muchas veces escribir ficción -sobre todo cuando uno pone en juego cierta pluralidad de personajes, cierto elenco- es ir contra sí mismo. Contra la propia opinión, contra la propia visión de mundo. Yo no puedo entender a los personajes como sucursales de mi pensamiento. No son clones míos ni marionetas. El trabajo imaginativo no sólo tiene que ver con inventar una historia, sino con adoptar un punto de vista que, quizás, sea distinto o diferente. Esa es la parte del ejercicio con la otredad”.
La pregunta del millón
Al principio de la nota, fue prometida una pregunta por el apellido. Salida de un cambio de fichas que bien podría llevar a covers bizarros de la obra literaria sobre la que se encabalgó “Blade Runner” (¿Sueñan los androides con peces valientes?), pintó curiosear por la configuración de la valentía en Ignacio. ¿Dónde está, cómo se expresa? “Yo no sé hasta dónde lo consigo. Pero, por lo menos, el punto de partida o la intención es meterse en el barro. Avanzar con la menor cantidad de inhibiciones posibles y sin miedo a ensuciarse ni a meterse, por ahí, en los rincones más ‘oscuros’. Tratar de ir siempre hasta las últimas consecuencias, dejando de lado las reservas. Creo que la ficción es el territorio de lo posible. El terreno donde experimentar con lo que podría ser. Tener algún tipo de tapujo o de reserva sería no jugársela. Sería una oportunidad perdida para tratar los temas que, de una manera u otra, siempre a uno lo convocan”.
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